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miércoles, 8 de junio de 2011

Dos de dos


Eligió a Polina no solo por ser la que mas le atraía. Polina tenía algo más allá de su belleza eslava, difícil de describir, que la hacia más atractiva. Y seguro que la hubiese elegido entre muchas más. Los martes a las 11 de la mañana era el día de visita fijo de la semana según sus horarios laborales. Y, si entre seis días restantes le urgía la necesidad de verla, sabía que los jueves a las 5 de la tarde también la podía encontrar. Como todos los martes, el mismo ritual: cinco minutos antes de entrar a verla, carajillo de ron en el café de la esquina.
Tras cruzar la puerta del compartimiento hexagonal, justo unos segundos antes de las 11, Enric depositó dos monedas de dos y el telón de vidrio descendió. En apenas segundos salió a escena Polina. Cada día la encontraba más hermosa. Las uñas de sus pies esculpidas en nácar, igual que las de sus manos y el mismo tono nácar de su piel. Su cabello dorado y liso que caía por la mitad de su cuello. Sus ojos azul profundo. Aunque, según el criterio de Enric, ese conjunto de PVC negro que estrenaba, más los zapatos de tacón acharolados con plataforma transparente, no le favorecían: era como si quisiera mostrarse más agresiva, más dominante, pero solo lograban darle una sutil ordinariez que su bello cuerpo no merecía.
La cama redonda giraba y Polina se desnudaba lentamente. Jugaba picara con su consolador entre las piernas... Polina sabía actuar. Sabía qué hacer para que aquel que la mirara se sintiera protagonista de su vodevil erótico. 
Hasta hoy, desde que la había elegido luego de ver  actuar a todo el staff de la cartelera, le había alcanzado con dos monedas para disfrutarla, pero hoy... hoy era un día especial. Duplicó el tiempo con sendas monedas más ante la necesidad de no separarse de ella y, para festejar y hacer aun más perfecta esa relación, tomó una decisión que lo hizo salir urgido unos segundos antes de agotarse el tiempo.
El jueves a las cinco de la tarde estaba en su cabina a la espera de Polina. Al verla salir se emocionó. El conjunto de encaje blanco que le había comprado y dejado en la recepción, junto a una tarjeta con un mensaje escueto que decía: “De tu admirador secreto, que desea verte así” lucia en su cuerpo. Con un cargamento de monedas de dos en su bolsillo vio como Polina hacia el amor con él tras el cristal.
Pero, como si un rayo devastador cayera en medio de un ensueño, como si de una broma macabra se tratase, Enric, reconoció, como un cristal descendía justo enfrente de su compartimiento, y como, con total nitidez, el busto de un hombre se instalaba lascivo con la mirada fija en el escenario. Se sintió defraudado, invadido. Una ráfaga de odio se antepuso a los encantos de Polina. No porque otra persona disfrutara de ella, sino porque ella, Polina, su relación secreta, lo estuvo observando todo este tiempo. La decepción galopaba en su pecho como un toro furioso. Él no quería llamar su atención. Solo quería disfrutar de ella en esa situación. Enric huyo de la sala como solo se huye tras descubrir una traición de amor.

 
Polina termino su actuación como cuando se bebe un trago amargo y obligado. No podía entender por qué él había huido justo ahora, justo cuando un primer contacto más directo nacía entre ellos. ¡Pero si ella le estaba demostrando que recibía su regalo con todo cariño y agradecimiento! ¿Por qué se fue? ¿Y por qué esa expresión de desilusión que destrozó su hermosa mirada?
Todo artista actúa para un publico y, dentro de ese publico, los hay preferidos. Pero ese extraño de mirada dulce, cargada de pasión, que la visitaba más o menos hacía dos meses y del que se sentía atraída, era mucho más que un preferido. Necesitaba saber que él la miraba, la deseaba. Incluso fueron varias las oportunidades que, en medio de su premeditada excitación teatral, un rapto de realismo la había hecho llegar a un orgasmo sincero y sin guión, provocada por esa mirada que la devoraba. Enfrascada en ese intercambio de miradas y monedas que caían pesadas, a cambio de un gesto sexual de ella, la visita de éste extraño era un aire fresco que cruzaba por medio de deseos contaminados de represión.         
Con la excusa de un mal cuerpo, ese día Polina decidió abandonar sus actuaciones. Desconcertada, apuro su paso hasta su casa como una adolescente despechada.
   

Hacia dos años, después de una separación traumática con su última mujer, Enric decidió no volver a tener pareja. Los primeros meses de soledad obligada, sus contactos sexuales se habían limitado a furtivos encuentros con prostitutas. Pero con el discurrir del tiempo, ni siquiera podía tener contacto físico con mujer alguna. Una fugaz fragancia femenina, el roce de una piel, o simplemente el olor de un determinado maquillaje que le recordara a su ex mujer, retraía su cuerpo a la desazón. Pensó que con el tiempo esa sensación cicatrizaría, hasta que una prostituta, mientras se desvestía en la habitación de una pensión y él la reclamaba en la cama, hizo un comentario, junto a un gesto de su boca, que parecía arrancado literal del cuerpo de su ex mujer. Ya no, ni siquiera con prostitutas. Así comenzaron los viajes a esa relación a la distancia, simétrica y encapsulada, sin roces, sin planteos y, sobre todo, con la libertad de poder huir si algo amenazaba su tranquilidad. Lo que menos imagina Enric, además de haberse creído siempre ajeno a la mirada de Polina y así, totalmente ignorante a sus pequeños actos de seducción, era que ella sentía por él lo que se siente cuando alguien ahueca el corazón, algo que casi siempre termina siendo amor.


Una mañana de lunes, su día libre, Polina decidió resolver unos trámites personales. Entre los transeúntes que iban y venían ensimismados por sus obligaciones, reconoció a su ex admirador. Aunque habían pasado varios meses de aquella huida que había terminado con la principal motivación “artística” de ella,  no tuvo ninguna duda que era él. Lo siguió. Lo primero que pensó, ante el impulso de encararlo y preguntarle porque había huido, fue, que quizás, mejor era investigar un poco quien era él. Si tenía novia, mujer, hijos... Aunque lo que más le interesaba a Polina era saber por qué había huido y por qué había roto esa relación que parecía alegrar a ambos, o al menos que daba esa pequeña tregua de felicidad. Vio como su admirador ingresaba a una sucursal de banco. Desde fuera pudo reconocer enseguida que trabaja allí. Vio como invitaba a su despacho de director, con corrección laboral, a un señor. Tras el cierre de la puerta, también vio su nombre grabado de una placa de acrílico que colgaba de la puerta: Enric Millas.
  

Lo que parecía un regalo por su envoltorio estridente, y junto a este su nombre manuscrito, resaltaba por entre los papeles sueltos del escritorio de Enric. Lo abrió. Una corbata de seda azul, un sobre pequeñito, dos monedas de dos como único mensaje.


Martes, 11 de la mañana. Las mismas dos monedas. El cristal descendió. Polina lo miraba con una sonrisa, y en su cuerpo como no, el conjunto de encaje blanco que le había regalo Enric. Polina le hizo un gesto que imitaba el gesto de ajustarse la corbata, la corbata azul de seda que ella le había comparado y que Enric lucía. Colocó su brazo en alto y se dejó llevar por el escenario que giraba. En esa vuelta completa con su brazo en alto del artista que saluda, le enseñaba a Enric que todas las otras cabinas estaban con sus cristales descendidos, pero sin nadie adentro. Aunque Polina había interpretado erróneamente la desazón de Enric, Enric sentía en ello toda una declaración de amor.
  

Andrés Casabona

domingo, 5 de junio de 2011

Talle 38

                                     
 Dedicado a Luis García Berlanga   


Desparramados aquí y allá, decenas de cuerpos recostados y desnudos se cocían bajo el sol inclemente del verano. Desde el paseo de cemento, y antes de descender los dos o tres escalones que dividían la superficie de baldosas con la arena, la visión general era como una especie de taracea ígnea formada por pechos femeninos, culos, pectorales de gimnasio, pubis velludos, montes de Venus depilados y penes que retozaban para un costado y para el otro.
A diferencia de las playas textiles, donde el griterío humano se amasa entre sí, y formaba un pandemónium infernal, las nudistas parecían más silenciosas, como si tanta expresión de libertad encontrara pudor en las palabras. Desde la explanada, Nicolás buscó un hueco en el que poder tumbarse y dejar que el sol y el aire también cubrieran todo su cuerpo. Después de afincarse en un espacio muy cerca del mar, estiró la toalla, se sentó encima y, sentado, se desnudó completamente. Sintió la brisa marina en todo su cuerpo y  reconoció que la sensación de estar desnudo al aire libre era bastante reconfortante, (aunque tampoco era para sentir, como suelen afirmar algunos nudistas, una libertad casi opiácea). Dio la espalda al sol, y su nuca al mar, con lo que podía mirar (espiar) un gran numero de cuerpos desnudos. Detrás de sus gafas oscuras y de un libro (elementos que formaban esa cerradura invisible de su vouyerismo al aire libre) miraba para un lado y para el otro. La actitud de casi todos era la misma, movimientos pausados que se limitaban a lo mínimo, quitarse el sudor de la frente, darse vuelta, incorporase apenas para volver a recostarse, untarse protección solar, espiar. Como si todos siguieran el compás de una melodía que, aunque muda, todos escuchaban. Nadie estaba de pie. Por momentos, daba la impresión que todos estaban recostados como prisioneros en un campo de concentración. A Nicolás le llamo la atención este pequeño rapto de pudor colectivo que se apreciaba como se apreciaba en ráfagas el aroma del verano. Al menos, en esta playa de ciudad, no daba la impresión de ser tan natural el desnudo en masa. 
No había avanzado de los dos o tres renglones de su lectura, cuando, a escasos metros, más atrás de la línea en la que se encontraba él, una mujer se incorporaba sobre todos los cuerpos esparcidos, con movimientos que parecían dirigidos por uno de esos fotógrafos publicitarios que le hablan y le piden a la modelo una actitud más sensual, mientras éste  capta con su cámara los momentos mas exquisitos de la sesión, aunque, a diferencia del “acting” de anuncio de champú de rizos perfectos, la fémina en cuestión desbordaba una sensualidad innata. Lo que le proporcionaba una belleza más natural, más real. Era evidente que si había tomado la decisión de levantarse, su intención era la de refrescar su cuerpo en el mar, así por lo menos lo deseaba Nicolás y seguro que todo hombre heterosexual que la hubiese divisado. En su andar de pasos lacónicos y apurados en puntitas de pie, por el calor abrasador de la arena seca, se recortaron sobre el aire salitrado sus pechos perfectos, naturales, y de aspecto molicie al tacto, su cabello, negro y rizado, que apenas le rozaba los hombros;  su piel cetrina, resplandeciente de sol  y lacerada en crema y su bello púbico que consistía en una línea delgada, apenas visible. Una vez cruzado el ecuador de su visión, Nicolás giró su cuello para ver el revés: culo de nalgas firmes que se balaceaban en pequeños movimientos que arrancaban desde su estrecha cintura y terminaban en sus caderas (caderas que se movían como un péndulo hipnotizador) y que parecían dedicatorias de “mírame”, “deséame”, “mastúrbate”. A diferencia de los otros cuerpos inertes, este parecía, por su soltura, perteneciente a una tribu en el que el desnudo fuese la ornamenta ancestral. Con la punta de los dedos de sus pies, y dando pequeños saltitos cuando el gigante acuático, en su versión mas servicial, le lamía las puntitas, probaba la temperatura del agua. Nicolás hubiese querido estar justo por delante de ella para ver como se encogían y endurecían los pezones grandes y rosados. Poco a poco, y en pequeños saltitos, avanzó hasta que el agua rodeó su cintura. Los brazos en alto le ayudaron a  impulsar el salto hacia adelante y zambullirse en las aguas del Mediterráneo, pero antes de desaparecer bajo el agua, fugaz y como una deidad, ofreció al cielo el  numen que formaban la curvatura de sus caderas, sus nalgas, y ese arcano reservado solo para los amantes: el ojo del culo y los labios de su vagina vistos desde atrás. Como atado a la estela que dejo tras su paso la mujer, Nicolás se giro hasta quedar de frente al mar, en la misma posición (boca abajo, pene contra la arena caliente). Ya sin la coartada de gafas y libro, la miraba. Ella nadaba; chapuceaba con el agua como una niña; desaparecía, ajena al deseo que despertaba en Nicolás y en aquellos cuerpos calcinados que desde fuera la estuviesen mirando, y volvía aparecer con el agua que la cubría como a una nereida. Abandonaba su cuerpo y dejaba que el agua lo sostuviese. Nicolás se preparo para verla salir. Casi por el mismo lugar por donde había venido, volvía. A diferencia de la actitud inicial (la de esconderse entre libro y gafas) esta vez se hizo ver con el semblante adelante, dejando, sobre todo, bien abiertos sus ojos azules para hacer notar que la estaba mirando. Ella noto la mirada de él, y cuando paso por el costado, le devolvió la suya de color negro intenso. Fueron esas décimas de segundo que necesitan dos que se gustan para dar paso a las tácticas y estrategias de la seducción: jugar con miraditas, sonrisas, algo de nervios, y luego proponer y aceptar. Elegir las palabras justas, crear expectativa, imaginar. Nicolás, hábil en el arte de conquistar a una mujer, no solo por su físico atractivo, sino por ser poseedor de una verba florida, reconoció, sin embargo, que la desnudez total era un aspecto desconcertante. Las miradas hacia un cuerpo desnudo, desconocido y aun ajeno, no proporcionaban a la imaginación, como sí lo hacía en un cuerpo arropado, ese  estimulo al juego de seducción que transita por un laberinto ditirámbico, histérico. La ausencia de ropa en ella le quitaba la habilidad de cruzar las piernas por debajo de su falda y mantener a línea de tela, sobre la mitad del muslo, el deseo de él; o a él, ese gesto de camisa arremangada y un par de botones desabrochados sobre el pecho que podía definir, según su manejo, el “si” de ella. La mujer volvió a dirigirse al agua y, en ese ir y venir, lo miró profundo, y escribió en su estela un palindroma de provocación que, como tal, se podía leer, al derecho o al revés, el significado de “puedo ser tuya”. Nicolás se levantó, caminó los escasos pasos que le separaban del agua y, lentamente, se acercó lo suficiente como para que lo escuchase. Para Nicolás no había estratagema mejor que evidenciar, subrayar, el temor que generan las diferentes situaciones embarazosas. Llevar por delante la evidencia, a modo de terapia de choque. Por ejemplo: ante la incomodidad que produce cuando un amigo que nos presenta a alguien que, es nuestra media naranja y, por tanto, tendríamos que conocernos, nos deja solos en un ambiente de espeso pudor entre los dos, Nicolás resolvía la situación evidenciando aun mas este momento: “que incomodo momento es este de ser presentados”. Bajo este precepto, Nicolás se dirigió a la desconocida
“Es curioso, de la única manera que me animo a hablarte en un ambiente como este es cuando los dos no estamos desnudos”, esa fue su presentación.


El piso pequeño de ella, de Valentina (así se llamaba la mujer que Nicolás conoció desnuda) estaba cerca de la playa. El living estrecho, el dormitorio pegado al living, el baño diminuto junto a la cocina, también diminuta, y cierta decoración adolescente, dejaba ver la transición de la época de estudiante a la primera época laboral. Algunas prendas esparcidas desprolijas por el suelo, el cenicero con colillas y junto a este, una chinita de hash, algunos vasos con restos de cerveza y un cd mal disimulado por un libro, cubierto con algo de polvo blanco que seguro era cocaína y que estaba apoyado sobre la mesita baja que hacia de todas las mesas de la casa, tenían más que ver con un encuentro la noche anterior que con este diurno y espontáneo. A Nicolás le gustó que en sus palabras, mientras acomodaba por arriba la casa, no existiera justificativo alguno. El encuentro se había dado sin demasiados paliativos y eso era lo mejor. 
Sus cuerpos desnudos y  más conocidos por ellos que sus edades o signos zodiacales o cualquier carta de presentación, se dejaban empapar por el agua dulce de la ducha. Entre besos y caricias, el olor a sol y el gusto salado. El la envolvió con la misma tolla húmeda y usada por ella en la playa. La llevó en brazos hasta la habitación. La recostó en la cama. Abrió el armario. Eligió unas medias de encaje negro que colocó en sus piernas, despacio, como envolviendo algo muy frágil. Rodeó la cintura con sus brazos y, asidos por la punta de sus dedos, colocó sus pechos dentro de un sostén, también negro y de encaje, que abrochó en la espalda de Valentina. Hizo un hueco en las bragas, del mismo estilo que toda la lencería, para que pasase una pierna, la otra, le llevo sin ayuda de ella, que lo miraba y respiraba fuerte, arrobada, hasta calzarla por arriba de sus caderas, incluso más arriba de sus caderas, puesto que la tela rugosa del encaje patinó entre los labios húmedos de la vagina, y, en el momento en el que la tela rozo el clítoris, Valentina se colgó del cuello de Nicolás y se refregó como una gatita en celo contra el pene de él. Pero él, en su juego de vestirla, continuó, ahora con una falda y una camisa que abrochó por encima de sus pechos y  que seguro Valentina usaba para ir a trabajar. Se agacho y tomó delicadamente los pies de ella para calzarlos en unos zapatitos acharolados en negro abiertos en la punta para que se puedan ver dos dedos con uñas pintadas de carmesí. Valentina respiraba fuerte y sin aceptar más resistencias se frotó desenfrenada por todo el pecho sudado de Nicolás. Nicolás, al sentir la aspereza de la ropa interior de Valentina sobre su pene sintió el placer verdadero del cuerpo de ella, ese placer que se tiene cuando un cuerpo se intuye y se desnuda y se descubre  y se conoce por primera y se presenta para ser poseído y amado, corrió las bragas hacia un costado y la penetró.


Andrés Casabona 

viernes, 3 de junio de 2011

Noche

Mucho ruido, muchas gente, muchos automóviles, luces. Luces tapando la negrura de la noche. Carteles luminosos por doquier. Hombres oscuros ofreciendo ofertas que parecen irresistibles, al menos por lo que dicen sus palabras. Vorágine. Enajenación. Noche. Y yo, solo. Caminando entre esa multitud de cosas. No busco nada, sólo eso. Andar solo por ahí...Me confundo entre la masa nocturna; así no parece soledad lo que me acompaña. Tal vez pueden pensar que voy con el que casual y circunstancialmente pasa caminando a  mi lado.
Acelero el paso para ponerme cerca de él, hasta que me mira de forma amenazadora, con desconfianza...
Luego no me importa, sí, circulo solo por ahí. Simplemente circulo.
Pero uno de esos carteles luminosos me llama y me llama. Y, de repente, ya no circulo por circular. Me dirijo hacia allí. Sí, señor. ¿Por qué no?. He cobrado mi salario. Tal vez sea el momento de abandonarla por unas horas, a la soledad digo, mi fiel compañera...Es hora de serle infiel, por unas horas nada mas. (No creo que se enoje, ella nunca se enoja, a veces se burla). Así que me dirijo, ya con mucha decisión, hacia aquel cartel luminoso (ese, el que mas me atrae), hasta que me encuentro debajo de él. Delante de mi, una pequeña puerta (desproporcionada en comparación con aquel enorme cartel). Un hombre oscuro allí parado. Qué sonriente, qué amable y hospitalario es conmigo.
Traspaso la pequeña puerta. Dejo atrás al hombre oscuro. Dejo atrás el mundo recién descrito ( donde siempre se circula y donde siempre ella me aguarda. La de siempre. la que no se ve pero está)
Sin darme cuenta, ingreso en otro mundo. Un mundo diferente. Ellas me reciben sonrientes, resplandecientes, me besan, acarician, y me llevan hacia adentro de aquel mundo. Mas adentro todavía. Ya no me desplazo por mi cuenta. Ellas me llevan. Es como moverme en el aire. Hay vértigo. Una sola se queda conmigo. El resto se esparcen por aquel mundo. Todavía no reparo en la que se queda a mi lado, aunque siento sus caricias y susurros. Me encuentro extasiado contemplando ese mundo increíble. Pero ahora sí reparo en ella. La observo, la aprecio, la palpo suavemente. La miro a los ojos. Es raro, pero es muy confuso lo que se ve en sus ojos; no podría dar una descripción precisa. Sin embargo, una cosa sí es clara en esa mirada que dispara desde su cuerpo. Hay tentación, excitación, locura...
Y me lleva cada vez mas adentro de ese mundo, me sumerge. Yo me dejo llevar y me encuentro, de un momento a otro, en un pequeño recinto, es acogedor, cálido... Y vuelvo a contemplarla. No deja de mirarme, y mientras me mira, sus pieles comienzan a caer, una tras otra, con suavidad. Dentro de mí arremete un sinfín de situaciones lujuriosas. Porque ya veo todo su interior expuesto, esbelto, excitante, increíble. Sin prevenirlo me encuentro abrazado a ella y siento toda su desnudez en la mía. Mi cuerpo es un fuego. Ya no soy. Ahora es mi cuerpo que ha tomado las riendas y él me dirige. yo soy un espectador. Mis manos se deslizan por todo su cuerpo como si buscaran un pequeño punto indescifrable en  una extensión inexplorada anteriormente. Mis dedos transmiten a mi mente sensaciones húmedas, secas, suaves, ásperas. Todas llevan al pico mas alto los relieves emocionales de mi mente y mi corazón. Luego comienza mi lengua, escoltada por los labios que continúan esa exploración. Su cuerpo se vuelve espasmódico y sensible. Se eriza por completo y sus puntos de placer se muestran en todo su esplendor. Se sienten increíbles, transmiten una energía alucinógena. Ahora, no sólo son mis manos, lengua y labios... ahora es mi cuerpo entero sobre el de ella, debajo de ella, entrelazado en una única metamorfosis. Hasta que llegó al último mundo, al mejor de los mundos, al mundo de la sensación pura; la sensación hipersensibilizada; la enajenación placentera del ser; la máxima exaltación. El instante de no pensamiento. El instante de no ser. De ser simplemente un cuerpo mas de la naturaleza acometido contra otro cuerpo de la naturaleza, diferente y por esa razón hermoso. Un danza incontenida, loca, salvaje, inhumana, sin inhibiciones; sin futuros ni pasados ni presentes.
La hermosa nada de los cuerpos unidos acometiéndose mutuamente y sin descanso. La acción mas animal y salvaje de la naturaleza en el estirpe de los pensantes. La mas pura y digna. Y luego la explosión final. Esa que consume los últimos restos de energía. Se detienen los mecanismos para dar lugar a la felicidad absoluta. Y así, poco a poco, emprendo el regreso. Empiezo a alejarme de cada uno de esos mundos; es la vuelta a lo humano- el regreso a lo racional. Sin percatarme de la transición, me encuentro de nuevo bajo aquel cartel luminoso; lo contemplo forzando mi cabeza hacia atrás. El hombre oscuro no esta en ese momento. Estoy otra vez en el mundo de siempre. Sigue habiendo tanta gente, coches, luces, ruidos. Alguien me llama desde abajo. Es un pequeño. Es un pequeño victima de la enajenación maligna de aquel entorno. Quiere una moneda. Palpo mis bolsillos. Me queda una. Se la doy; es lo único que tengo. El resto lo extravié en otro mundo.
Antes de adentrarme en la noche y circular, la veo a ella. Me sigue esperando. Nunca me abandona haga lo que haga. La que está pero no se ve. A la única que no le afecta ninguna clase de infidelidad porque es muy segura de si misma y conoce que alguna vez volverás a ella. 
Bueno, allá voy, a circular nuevamente; hacia dónde, no lo sé, pero sí recuerdo aquel maravilloso mundo y sé que el mes que viene podré volver. 
Un sonrisa esperanzada y satisfecha se dibuja en mi rostro. Sigo circulando. Pero con mi espíritu pletórico.


Carlos Plantamura                
                                  

jueves, 19 de mayo de 2011

Pared de bambú


Las horas de caminata lo tumbaron en la cama cuando aún el sol se empecinaba en aparecer por detrás de unas nubes y reflejaba esporádicamente, sin estridencias, sobre algunos surfers. Él no estaba para olas y la cama lo tomó como una mujer, lo cobijó y lo relajó hasta el sueño.
La habitación era pequeña pero confortable; toda revestida en caña y con una cama con mosquitero, le dejó dormir en silencio hasta que el sol se ocultó por completo. De entrada no le había parecido nada increíble el hotel ni la habitación. Daba a un jardín trasero donde se tendía ropa y estaba pegada a otra habitación que dedujo de iguales características.
 Lo primero que lo despertó fue el ruido del candado al abrirse y la puerta al cerrarse. Salía de un sueño mórbido donde la extrañaba a ella. El sueño se ocupaba de transformar a ella en un hombre, y en ese momento el sentía que podía pegarle, tratarla de igual a igual. Por supuesto que jamás le había levantado la mano, pero en este momento, a la distancia y disculpado por el sueño se aprestaba a golpearla. Consiguieron despegarlo definitivamente del sueño unas voces de mujeres que hablaban en sueco; supo inmediatamente que era sueco y se sorprendió de su memoria auditiva. ¿De dónde sacaría su mente ese sonido que claramente se identificaba como sueco?
 Las luces de su habitación estaban apagadas y podía ver claramente los cientos de pequeños intersticios que dejaban escapar a la luz de la otra habitación. Se levantó sin hacer ruido, con cierta vergüenza de que supieran que estaba ahí. Se acercó a los huequitos, y como si siempre se hubiera dedicado a fisgonear, no tardó en encontrar la abertura apropiada que daba directamente al baño con cortina que la despreocupada sueca que estaba orinando no se había preocupado en correr, a la vez que seguía charlando con naturalidad con su amiga. Pudo ver como cogía el papel y como se secaba y arrojaba el papel al inodoro sin siquiera darle una mirada de despedida. Salió del baño sin que pudiera espiar nada interesante, y al segundo dio paso a la otra, que enseguida prendió la ducha mientras comenzaba a desvestirse.
 Vio su cuerpo, la blancura joven de las nalgas en contraste con el rojizo otorgado por el sol, vio unos pechos firmes y un vello púbico escaso y rubio, prolijamente recortado. Desnudo como estaba, comenzó a masturbarse, a mirarla y pajearse con un cierto prurito, sabía que no estaba bien lo que hacía pero no podía dejar de espiar esos pezones rosados y toda esa juventud hecha desnudez. La chica se metió al baño y el siguió masturbándose con las pocas imágenes que había atesorado en ese minuto o minuto y medio. La otra chica salió de la habitación y él espero hasta que escuchó cerrarse la ducha y el sonido de la cortina al descorrerse. En ese momento sí pudo verla en toda su dimensión. Era hermosa de cara, de ojos, de cuerpo entero; y mientras ella se secaba los pechos el se masturbaba con más rapidez, cuando comenzó a frotarse el vello del pubis eyaculó en silencio, con la boca contraída y con un placer indecible, mayor aún por el silencio en que se dio.
 Más tarde la cruzó cuando salía de la habitación, y más a la noche la cruzó por el centro mientras él se comía el plato más barato de Montañita. El resto de la noche lo dedicó a pasear en soledad, a ver el mar de noche, a imaginar la marea y la fuerza de la luna, a inquirir sobre esa constancia desmedida que lo subyugaba. 
 El mar lo imbuía de pensamientos que no elegía, la realidad, el mundo circundante eran catapultados por el mar de forma tal que era imposible hacerse el boludo. No le gustaban los gringos, no le gustaba Montañita. El lugar más apreciado por el turismo a él le parecía una mierda cargada de oportunistas y rubios que arruinaban el paisaje; el tan mentado paraíso natural a él se le develaba como un lugar donde parecía que la mayor ocupación de la gente residía en arrojar plástico a la arena. Los comerciantes le parecían deshonestos y con deseo de enriquecerse de la noche a la mañana, esperando con ansias en transformarse en uno de los que les daban de comer. Con sus lujos, los gringos habían traído también la envidia y la ambición. Tenía que reconocer que el lugar sin todo el aparataje de la industria de la diversión era un verdadero paraíso; y entre los pelícanos que parecían arpones de plomo y la cara que se apreciaba con imaginación en la elevación lejana, con la nariz de montañita en la cara acostada que daba nombre al lugar, y que a ambos recordaba de la tarde, ya que a esa hora de noche sin luna no se podía ver ni lo uno ni lo otro; pudo imaginar que nada de lo que había alrededor existía, y que su existencia era mera casualidad intangible.
Volvió a la habitación tarde y medio borracho. Como llegó se desnudo y se metió a la ducha. Salió triste, lo embargaba una mezcla de recuerdos pasados y de soledad actual, la angustia de la necesidad, la necesidad de un abrazo cercano, de un cuerpo de mujer. Se acostó y se masturbó en silencio, pensando en ella otra vez, como casi todas las veces que lo hacía; por más que se le cruzaran miles de imágenes siempre cuando eyaculaba se adueñaba del orgasmo la imagen de ella. Acabó en silencio y con angustia, sin saber jamás que al otro lado del bambú se estaba masturbando una chica sueca.


Adrian Dubinsky el "Ruso"

viernes, 6 de mayo de 2011

La Metamorfosis. Por Charly

La previa

Cuando yo era un adolescente de 18 años, romántico y enamoradizo, conocí a una mujer que me flechó. Tenia mi misma edad.

Era un bombón: alta (1.75), flaquita, buenas tetas, buen culo, ojos grandes y oscuros, pelo lacio y negro por debajo de los hombros y muy divertida.

En cuanto a la inteligencia... bue... hasta por ahí no más vió... no se van a imaginar gran cosa...

Pero bueno, la cosa es que estaba muy fuerte. Yo la empecé a ver seguido, y me entré a calentar cada vez más...

Yo no soy lo que se puede llamar un sex simbol... hacía lo que podía... iba al gimnasio, tomaba sol... que se yo...todas esas boludeces superficiales que uno hace para gustarle superficialmente a una mujer.

Pero... nada logré desde los superficial, y le entré por la clásica:

La Amistad. Ja... 

Parecía que todo marchaba... ella pegó buena onda conmigo, comenzamos a salir de noche, a cenar, ir al cine...

Hasta que dije: papi, metele porque te me vas de mambo con la historia de la amistad, y después viste como termina esto! Terminas todos los días tocándote en la apabullante soledad del ser, imaginando en tu siniestro interior intuitivo como serán las tetas y el culo de esa mujer tan ambicionada.

Entonces, tire el zarpazo. Una noche después de cenar, paseamos por la reserva ecológica... y en un momento muy oportuno de cercanía, le arroje un cabezazo! (un beso quiero decir).

Que cagada hermano!... me echó fleé! Ahí no mas entró con la historia de la decepción, que ella me veía como un gran amigo (casi hermano!), que ahora no sabia como manejar la situación.... que qué iba a pasar...

Bue... ahí el tipo entró con todo el argumento de la superación: bueno che, no es para tanto, fue un error, me pase de mambo, hoy tome unas copitas de mas, sos una mina tan joya... no te quiero perder...

Y acá vino el error fatal. Le dije:....quiero seguir siendo tu amigo por siempre....

Error!! Ahí la embarré toda hermano! Tanto laburo arrojado por la borda.

Resumiendo lo que vino después, nos seguimos viendo un tiempo, yo me había convertido en un real hermano para ella, hasta que me repudri del asunto y la mandé a la mierda.

Por siete años no volví a verla ni a saber nada de ella....


¡En la próxima publicación de Fatale el desenlace!

domingo, 1 de mayo de 2011

Ella

Un viaje a la locura. Un sin pensar fugaz. Un impulso poderoso nacido desde lo mas intimo, y manifestado en feroz exteriorización. Exteriorización materializada en el cuerpo radiante de energía; cuerpo poseído por la libido en su punto álgido.
La existencia propia a partir de la existencia del otro es la razón de ser de la libido. Su existencia se materializa a partir de su deseo puesto en otro. Su deseo es poseer al otro. Sin el deseo del otro, la libido no existe. Ella debe poseer. Ella quiere poseer. Ella necesita penetrar en el otro. Conocer su interior. Usurparlo. Tenerlo. Gozarlo.
Y el goce es la verdadera realización de la libido. Aquí se manifiesta en todo su esplendor. Pero para lograr su más alto esplendor, necesita no solo lograr su propio goce, sino también el goce del otro.
La conjunción de los goces, la unión de las libidos, la mayor expresión del placer.
Ferocidad absoluta. Deseo convulsionado. Pasión descontrolada. La convulsión interna del todo. La agitación de la libido. Explosión en el interior del ser. Desborde incontenible hacia el exterior.
La libido guía a la ferocidad, al deseo y a la pasión hacia otro ser y cuando lo encuentra, lo penetra. Esta agitación penetradora colisiona con la convulsión interna del otro ser que también busca su proyección hacia el exterior.
Las libidos se enfrentan en una batalla campal que trasciende a los cuerpos. 
Ambas libidos se embeben mutuamente y se convierten en lo deseado: el Goce.
Las libidos han perecido en la batalla para dar lugar al Goce todo poderoso que toma control del todo y sacude a los cuerpos y los estremece.
Los cuerpos materiales son dominados; la razón es expulsada violentamente; no hay lugar para ella. No hay lugar para el pensamiento. Solo hay lugar para la acción y la sensibilidad absolutas.
Y en la parte final, el Goce arrastra a los cuerpos hacia el punto culmine donde se muestran todas sus manifestaciones naturales: manos enterradas en la carne, caricias inconscientes, violencia pacifica, presiones físicas, flujos calientes, sudores exquisitos, ojos desorbitados, sonidos corporales, palabras extraviadas por el abandono de la razón.
La extenuación quiere entrar en el juego, y lo intenta, pero el Goce le cierra el paso. Se lo impide. La extenuación entra en el juego y toma a los cuerpos. Pero el Goce es mas fuerte y se ríe a carcajadas de la extenuación, mientras los cuerpos gozosos siguen y siguen en su interminable frenesí.
Y llega ese punto culmine que se quiere pero no se quiere. El deseo contradictorio del momento culmine que se desea y no se desea a la vez. El deseo del momento más bello que trae de compañera a la paz interior y exterior. 
Pero esta pareja viene a despedir al Goce.
Y el Goce, que ya se ha divertido bastante, acepta retirarse pero no sin antes detonar una gran explosión.
Y la explosión llega. La explosión es el punto culminante. Gritos. Desenfreno. Desenfado. Placer. El terremoto final que trae el derrumbe. Momento final. Fiesta donde todos danzan al compás del Goce: la extenuación, la locura, la alegría, el interior exteriorizado y la frustrada razón que observa aquel “sin sentido” desde su exilio, impedida de disfrutar de tan increíble deleite.
El Goce se va. Todo relaja. Sentidos, materia y espíritu descansan finalmente. La extenuación se queda durante un rato. Prende un cigarro y sonríe maliciosamente observando al Goce alejarse.
Por fin, la razón vuelve a ingresar a su morada acompañada por una manifestación de pensamientos que se fueron agolpando en las inmediaciones; ansiosos por volver. La extenuación ríe al contemplar esa turba alocada y torpe de manifestantes ingresando desordenadamente al interior, reclamando atención.
Y por allá a lo lejos, sí, por allá a lo lejos se ve asomar con picara sonrisa a la vieja revolucionaria que ya busca el momento oportuno para una nueva escaramuza. La vieja bruja que cree en la revolución constante y que no quiere dejar en paz a los sentidos, instintos, pensamientos y demás espectros débiles con los cuales suele divertirse en su constante arenga.
La libido le guiña un ojo a la extenuación y esta comprende que ya no le queda mucho tiempo. Comienza a prepararse para abandonar el lugar. Conoce a la libido y sabe sus intenciones.
La libido se va acercando con mucho disimulo montada en su corcel el deseo. Y en la medida en que se acerca, su sonrisa picaresca y maliciosa va creciendo.
La razón y sus pensamientos comienzan a inquietarse nuevamente. No les gusta abandonar ni por un instante al ser. Saben que cuando lo hacen, el ser se vuelve animal. Y saben que cuando el ser es animal, el ser es feliz.

Charly 

domingo, 24 de abril de 2011

Vos

Llega la noche. Los párpados pesan. La quietud avanza. El cansancio saluda. Una ducha. Eso relaja. Una complacencia post ducha. Un poco de tv entre sábanas. Algunos recuerdos del día paseándose en paralelo entre imágenes televisivas catapultadas al interior del ser a través de las compuertas de la observación.
El peso de lo párpados se torna insostenible. El ardor del sueño se hace presente. Off. Las imágenes televisivas terminan. Los párpados ganan la pulseada y las persianas cierran a la espera del nuevo día.
Y llega el amo de la noche. Ante él todos los sentidos hacen reverencias. Las imágenes, los recuerdos, lo físico, todo. El amo llega al caer la noche para tomar posesión del ser.
Y el amo te abraza y arrastra suavemente hacia su reino en las profundidades de los sueños. Un reinado ancestral y antiquísimo como las civilizaciones más antiguas del mundo terrenal. Pero este es un mundo paralelo. Un mundo extraño. Algunas veces hermoso y otras tenebroso. Aquí, similitud con la vida real.
Entregarse al amo. Él te revela su reino fantasioso y fabulístico. Él carga en tu bolso de viaje imágenes, pensamientos y recuerdos, para combinarlos y mostrarte alguna quimera fabricada con tu propio interior.
Y te dejas llevar. Y el amo te deja bajo la frondosa copa de algún árbol de ensueño. El tiempo pasa en esa tierra pero sin pasar. Debiera de suponerse que pasa, pero realmente desconoces su transcurrir y pierdes la noción.
Lo maravilloso del caso es cuando tu sueño se cruza y enlaza con el de otro ser del cual tienes conocimiento en el mundo terrenal. Pero lo que realmente resulta de tu agrado es cuando encuentras a ese ser exquisito con el cual sueles hallarte. Ser hermoso como su sueño que siempre llega cargado de emociones y pasiones ricas. Sensaciones. Placeres.
Ese ser tan poderosamente hermoso que logra no solo imbuirse en tus sueños sino que además los mezcla con tu realidad corporal. Unir el mundo de los sueños con lo corpóreo. 
Ese ser se muestra en tu sueño y expone ante ti su cuerpo desnudo. Tan diferente al tuyo. Tan dialécticamente atractivo. Tan bello por negación de tu propia forma corpórea. Te pide caricias. Necesita tus caricias y eso conmueve tu interior y tu tacto explota de deseo. Tu tacto convertido en las extensiones nerviosas del deseo más puro y placentero del ser.
El ser hermoso también desea depositar sus caricias en tu cuerpo. Sus extremidades extendidas hacia ti y su penetrante mirada concentrada en tu materia corpórea así te lo señalan.
La maravilla del deseo mutuo. Sueño entrelazado como un tejido bicolor convertido en uno. Unión. Conexión. Calor. Humedad. Ardor. Placer infinito.
Despertar aparente en medio del vendaval de sensaciones apabullantes. Abrir de ojos. Mundo de ensueño o de realidades corpóreas? No lo sabes. No te interesa. No te preocupa la simil realidad simil sueño. Porque aquella unión es tan plena que ese limbo se convierte en algo mas digno y espiritual que cualquier concepción intelectual proveniente del raciocinio del ente humano.
La pasión en todo su esplendor debatiéndose entre la fantasía del sueño y la realidad del vivir.
Amor exquisitamente incomparable. Solo logrado en la conjunción con el otro ser. Con ningún otro. Unión carnal y espiritual. Agitación de los órganos naturales. Hervor de la sangre que se convierte en olas que rompen contra acantilados. Trascender el límite de la excitación. Necesidad de la incontenible conmoción interna de explotar hacia el exterior. Romper en gemidos y exclamaciones. Aferrarse. Entrelazarse. Deseo, amor y pasión mezclándose como poción química revuelta por los cuerpos que con su calor convierten los líquidos en vapor. Vapor del espíritu que es respirado llenando el interior de plenitud.
El oasis. El descanso al lado del canal. La frescura del agua corriente. La estabilización de los sentidos. Las miradas que se cruzan. Tímidas sonrisas las acompañan. Los rostros en la arena, las miradas juntas en un punto de inflexión.
La plenitud del amor brindado y correspondido del ser amado. El descubrimiento del sentimiento verdadero. Allí. En ese punto de inflexión. Sonrisa tímida que se convierte en sonrisa desvergonzada irradiante de alegría. Franca. Bella. Amiga. Amante. Alegría expresada en carcajada.
Regreso al árbol de ensueño. El ser es pleno. El ser es feliz. Ya no hay imágenes. Hay un descanso sano y reparador. Debajo de la copa de aquel árbol de ensueño.
Sueño? Realidad? No importan en este caso. La imagen de su belleza impresa como sello indeleble en el interior del ser trasciende cualquier mundo o dimensión deseable por los sentidos materiales.


Carlos Plantamura

jueves, 21 de abril de 2011

Erotismo gastronómico. Domingo de Ramos. Semana "Non Santa"



Estoy en Buenos Aires desde hace dos meses. Es mi provincia, el lugar donde nací. Es la tierra de mis padres, que no de mis abuelos – nacidos en un puerto de mar a orillas del Mediterráneo -, italianos con raíces griegas. Estoy en una ciudad a 13 km de la capital donde quizás, eso me contaron, la primera casa fue la de Don Enrique De Lely, padre de Armando, padre de Esther… mi mama , familia de nobles guardabarreras, héroes salvavidas de plebeyos suicidas, económicos y sentimentales. Hombres y mujeres rudos, de pistola al cinto y esposa adosada.
He dejado la bonhomía de mi vida en Barcelona para instalarme en las calles sucias y decadentes de una ciudad que fue, hace mas de 50 años atrás, el lugar preferido de la burguesía porteña para construir sus palacetes de fin de semana…
Me preguntan porque?
Eso es para contarlo cualquier otro día, en una mesa de café, con un buen calvados en la mano (francés-of course- difícil de conseguir en Argentina), un buen puro, y oídos femeninos curiosos …ávidos de las aventuras de un abuelo nómada y libertino.
Resulta que mi madre ya es octogenaria y casi no sale de su hogar. Así que, como gentileza a su hospitalidad, ya que estoy viviendo en su casa, le prometí concurrir a la misa del Domingo de Ramos- dia en que la iglesia católica celebra la entrada triunfal de Jesús  en Jerusalén- y regresar con el ramito de olivos bendecido entre los dientes… como una rosa que se lleva a la amante a la cama.
Fue una experiencia verdaderamente inolvidable, gastronómica, erótica y religiosa.
La misa comenzaba a las once. Me levante temprano y desayune como los dioses: medialunas de grasa (que cruasán ni que ocho cuartos!!!), piña natural, café, por supuesto, mermelada de frutos del bosque con queso tetilla casero y mantequilla inglesa importada… de Andorra.
Me duche , robe un hermoso clavel del florero del comedor y toque el timbre de la vecina del apartamento de enfrente… un poco joven para mi, lo reconozco, un poco “loca” también, pero atractiva y creyente. La invite a acompañarme y acepto. Llevaba en sus brazos casi un árbol de olivo (puro y virgen) para ser bendecido. 
Yo había olvidado el enorme erotismo de la liturgia católica: Un cura agradable y seis efebos monaguillos, (por suerte adolescentes, no nos vayan a tildar de pederastas), todos vestidos de blanco, con esas sotanas traslucidas y almidonadas que si no llevaran ropa debajo serian el colmo del fetichismo (quien dijo que en el mucho mostrar esta el deseo?).
Las niñas, por supuesto, ni pisaban el altar, pero componían un coro de ángeles y las tres cuartas partes de los asistentes.
No pretendo ser sacrílego: creo en Dios, y en Dios hombre hecho a nuestra imagen y semejanza, y respeto absolutamente la Fe, (musulmana, judía, católica, budista, protestante) Dios, Jehová, Ala… vive en mi corazón de persona, de animal pensante, de hombre.
Y los hombres somos seres sexuados, y el sexo y el erotismo son nuestra columna vertebral, asi que permítanme que les diga que el magnifico ritual católico de la transformación del cuerpo y la sangre de Cristo en pan… es la metáfora mas eróticamente humana que conozco.
Pensé en acercarme a comulgar… como no hacerlo ante semejante espectáculo!!…pero el sacerdote inhibió mi fervor religioso cuando recordó, antes de que nos acercáramos a recibir el santo sacramento, que para asistir al festín debíamos estar en ayunas de por lo menos una hora, y haber pasado por el confesionario… tan en serio se lo tomaba este cordero de Dios, que ante mi vista rechazo elegantemente darle la comunión a un anciano con Síndrome de dawn… no se si porque creía, en su condición de ministro plenipotenciario que el caballero no necesitaba de Dios en su inocencia, o si se le subió la hostia a la cabeza.
Este episodio no consiguió “bajonearme”, yo sabia que afuera me esperaba , en la Plaza de Ramos Mejía, una mesa reservada en el Restaurante Carmen… con mi tapa de pulpo a la gallega y mi paellita estilo argentino bien regada con un vino realmente extraordinario… blanco, clásico, y de uva torrontes, …
Mi compañera, ocasional, muy afectada por la ceremonia religiosa, acepto, con cierta timidez las  caricias que con el pie le enviaba a su entrepierna… gracias a Dios, y nunca mejor dicho, el abuelo conserva costumbres y entrenamiento físico suficiente como alegrar la velada de una muchacha “de las de antes”.


Lelan de Lely

martes, 19 de abril de 2011

Sin identificar

   

                                                                       "No hay hechos, hay interpretaciones"
                                                                                          Friedrich Nietzsche

                                                             
A su lado dormía Karen, aunque no estaba del todo seguro de que fuera ese el nombre de la rubia sueca que yacía de espaldas en su cama, con su cuerpo apenas cubierto por la sabana. Sabía, de eso sí que estaba seguro, que la había conocido en un bar de copas del barrio. Se fijo en ella, y dos horas más tarde estaban haciendo el amor en su apartamento.
Aún se respiraba en toda la habitación la almizcleña fragancia a sexo y Lucky Strike frío, junto al perfume de ella que, en ráfagas, invadía todo el ambiente.
Julián deslizó su mano con suavidad por su rostro y su pelo para intentar despertarla, mirándola con una sonrisa leve. La blonda mujer reaccionó con las primeras muecas del despertar, mostrando, entre parpados a media asta, su mirada celestial.
Julián preparó un aromático y reconstituyente café que llevó a la cama, y mientras intentaba comunicarse con ella entre gestos y palabras sueltas en ingles, observó a la hermosa mujer de marcados rasgos nórdicos; sus ojos celestes se movían dentro de un contorno de parpados afilados, y su mirada podía ser infinitamente dulce como cáustica, según lo que se propusiese; sus labios afresados, gesticulaban y se hincaban antes de ser besados;  su cabellera espesa y lacia enmarcaba sus pómulos agudos; sus hombros rectos y sus pezones redondos y rosados. Aunque por separados delicados como el oro, sus atributos estéticos unidos, más su actitud guerrera, la convertían en un autentica vikinga.
Julián tenia treinta y dos años. Era atractivo y sabía utilizar esa virtud con delicada maestría. Pocas féminas podían retraerse de su encanto aprendido con cada relación, con cada charla. Él no sólo era físicamente apetecible, dos horas diarias de gimnasio y una dieta milimétricamente equilibrada lo justificaba, sino que desplegaba unas tácticas de seducción que para una mujer eran sencillamente irresistible. Julián tenía la virtud de saber escuchar. Pero no sólo era que pareciera atender a la conversación de las mujeres con las que se relacionaba, sino que realmente mostraba atención y no perdía el hilo de la charla para poder meter sus comentarios a tiempo y demostrar que estaba realmente interesado en lo que ellas decían. Desde los veinte años aprendió que ellas simplemente deseaban a un hombre que las escuchara y que se interesaran por su placer, sin miedo a preguntar qué caricias eran las más placenteras y qué lugares de su anatomía eran los que las llevaban a ese lugar poco explorado del goce infinito.
La sueca continuaba bebiendo a sorbos cortos el humeante café, mientras lo miraba sonriente. Julián se dio cuenta de que se encontraba en uno de esos momentos en los que se pueden tomar dos decisiones cuando se está con una persona desconocida en la misma cama, y con la que horas antes se acababa de tener sexo: bien apurar el café y excusar la separación por el tiempo que no se tiene, o bien volver al reinado de los besos, lenguas y copulaciones con el aliento que aún quema. Para ambos fue inevitable sumergirse en la segunda opción, aunque para ambos también era cierto que el tiempo era escaso y no era cuestión de desperdiciar un buen polvo junto a un excepcional amante.
Julián acariciaba con su aliento los tobillos estilizados de ella. Subía por su pierna hasta su jugosa y húmeda sima del placer aún con el impregnado aroma del sexo de ambos. Viajó hasta su vientre y continuó hasta dejar su boca jugar con sus enhiestos pezones. Conquistó una vez más su cuello, haciendo que su lengua acariciara su yugular, para después dirigirse al tierno lóbulo de su oreja.
Entre el parpadear que lleva en sí el deseo de besar un cuerpo, percibió, de soslayo, que su cabellera dorada comenzaba a tornarse a un tono ceniza. Su piel blanca, casi rosada, mutaba a un tono entre gris y verdoso, sus ojos celestes que hasta hace segundo hacían juego con el color celeste de la sabana, comenzaron a opacarse. Julián se disoció de esa previa amatoria sobresaltado y enseguida se retiro al baño entre incoherentes excusas y un pronunciado temblor en sus labios.
Se refresco la cara, pasó agua fría por su nuca y se miro fijamente en el espejo, como intentando calmar su alucinación. Respiró profundamente, intentando calmar sus desbocadas pulsaciones. No había bebido lo suficiente como para que aquella extraña visión fuera producto de un delirio pasajero provocado por el alcohol. Se miró de nuevo en el espejo y se convenció que era una simple pesadilla, una tontería a la que no debía echar cuenta. Se animó a sí mismo y se volvió para salir de su inmaculado cuarto de baño.
Pero al regresar de nuevo a la habitación, volvió a ver a la mujer con la que horas antes se fundía desesperado en su cuerpo, en un estado avanzado de descomposición. Los ojos opacos y lentos, entre avejentados y lúgubres y que por momentos
 en blanco, como si diesen la vuelta sobre su propio eje. Su pelo era gris amarillento y algunos mechones caían a su lado como hilos tiesos. Su piel parecía un paspartú resquebrajado, una orla acartonada y tétrica. Sus hermoso pechos habían caídos mostrándose lánguidos, arrugados y mas parecidos a un odre de cabra. El hedor a putrefacción había sepultado toda la dulce fragancia anterior. 
La mujer sonreía como si nada pasase, lo que dualizaba la situación. Por un lado, su actitud normal podía responder a una actitud diabólica al completo, puesto que tenia toda la intención de aterrorizar a Julián, lo que le daba a la situación un plus mas de pánico. Por el otro, que fuera absolutamente ajena a su nuevo aspecto, lo que dejaba solo a Julián en el plano de la subjetividad.
Ahora, de su castellano arrebatado de solecismos con acento nórdico, salía una voz grave, espantosa, pronunciando palabras afectuosas y que por esto se volvían aun mas terroríficas. Al ver la cara de horror de Julián, inerte, en el umbral de la puerta y pegado al quicio, la mujer en estado de factorización intento acercarse para ver que le ocurría al hombre con el que acaba de dormir, intentando buscar esas muecas seductoras que la habían convencido para irse con él. Pero desde el rostro de Julián solo se apreciaban expresiones de espanto y horror, inmóviles en su semblante como una mascara de carnaval.
No podía emitir palabra. Mientras ella intentaba acercarse, calmarlo, mas se escandalizaba él. Extendió el brazo para poner distancia. Ya no podía mirarla mas por su cada vez mas avanzado estado de putrefacción. Ahora sus ojos eran de un pardo como solo pueden verse en algunos hongos; y su piel, a priori reseca, comenzaba a brillar con una humedad de aspecto mucoso, como si una infinita patina de seres necrófagos le devorasen la piel.  
La mujer, desconcertada, retrocedió, y al ir en busca de su ropa, Julián presto especial atención, pues su recorrido la obligada a pasar delante del espejo al costado de la cama. Cuando su figura, su horrorosa figura se reflejo ante el espejo ni se inmuto, lo que confirmaba que toda aquella transmutación mortecina era atributo solo de la mente de Julián. O no, porque  ahora surgía una tercera posibilidad: la de ser solo ella ignorante de su realidad. Para confirmar o descartar esto, tendría que tener la visión de un tercero. Mientras tanto la mujer, entre despechada y confusa, se preparaba para salir del departamento, no sin antes volver a interesarse por el estado de pánico de Julián. Hizo el ademán de acercarse, pero Julián repelo la intención extendiendo nuevamente sus brazos y escondiéndose de su miraba.
Tras el portazo que retumbo con la fuerza del despecho, Julián deambulo por su casa desconcertado. Pensó en seguirla para ver como reaccionaba la gente al verla. Entre tanta confusión, no advirtió que desde el balcón de su casa podía resolver esta posibilidad...no era un ojo dañado, unos labios hinchado, o alguna deformación llamativa disimulada por la ropa, era una persona en estado de putrefacción. Las dos o tres personas con las que se había cruzado no prestaron especial atención en ella. Solo un ventiañero se giro al verla pasar, lo que era absolutamente normal, pues le miro el tremendo culo que portaba, el mismo que, aun de madrugada, él había estrujado, cacheteado y adorado con pasión, y que ahora observaba como a una materia despreciable y temible, como toda ella. Deducido ese espantoso silogismo, estaba confirmado que todo ese mal viaje solo existía en su cabeza.
Respiro y se quedo profundamente dormido, extenuado, luego de un desgaste extremo al que lo había sometido tanto terror.
Luego de un par de horas de sueño profundo, deambulo por las calles de su barrio. Saludo a los conocidos que se iban cruzando a su paso. En ninguno advertía nada anormal. 
Comentaba el estado del tiempo con un vecino en el umbral del edificio cuando, al fondo de la calle, montada en una bicicleta, una mujer con el mismo aspecto tétrico que la anterior se dirigía directo hacia ellos. La reconoció por la bicicleta de paseo azul Decatlón, y antes de percibirla así, en ese estado de putrefacción, había sido para él ( puesto que el vecino que también la conocía del barrio ni se inmutó) una morena de estatura baja, de compactas caderas, cintura delgada, perfectos pechos, culo prieto, ojos negros intensos, rasgos aindiados que se acentuaban aun mas en su pelo azabache y un desenfrenada forma de copular con la que Julián supo deleitarse durante horas en su cama. Su voz grave, tan grave como puede ser la voz de una mujer sensual, lo saluda ahora con un graznido como de cuervo. A instancia del vecino, era evidente que era él quien las veía así, y mas aun, eran, hasta ahora, mujeres con las que había intimado. Ungido en excusas, se despidió de ambos y subió hasta el tercer piso de su departamento.
Se sentía agotado, el paso ulterior a todo gran pánico; aunque de a poco, como en toda catástrofe, comenzó a convivir con esa realidad. Pensó en hacer un recorrido por donde había mujeres que estén visibles, que no lo puedan ver y que, por supuesto, hayan intimado con él. Se le ocurrió una dependienta del barrio, en ir y espiar desde la acera de enfrente. 
Detrás de sus gafas oscuras, y tras el cristal del escaparate, otra vez el horror de un cuerpo, antes deseado, convertido en materia incinerable. De la boca pálida de la mujer, una sonrisa roedora e infinita, por la piel corroída de sus labios, cada vez que alguien requería su atención, y en el devenir, dejaba tras sus pasos varios retazos de piel muerta. Nada que hacer ante la evidencia. Era una confirmación que, esa nueva realidad se representaba con procesos idénticos. Solo restaba saber como se relacionaría con ese sentimiento único y sin precedentes.
Guareció en su casa durante días. Intento darles vueltas al asunto encarando la situación por todos los caminos posibles. En el universo de los porque se perdía hasta caer en una frustración irreparable que lo hacia encerrarse aun mas. Desde la oscuridad total, intentaba imaginar escenas sexuales en donde había sido infinitamente feliz.
Cuando por espacios oscuros, que se confundían con la realidad, se quedaba dormido, volvía hacer el amor en sueños, en escenas repartidas (con ese orden caótico que tiene el plano onírico) entre las tres mujeres que había visto deformadas por el paso del tiempo que se ensaña en los cuerpos sin vida, y se sobresaltaba al despertar en esa nueva realidad.
De toda esa cultura del encierro delimitado por las paredes de su casa, reconoció que si quería tener sexo con mujeres que no le supieran a descomposición y muerte, debía hacer por obligación lo que hasta ahora había hecho por diversión: relacionarse sexualmente con una mujer distinta cada vez, y solo una vez; es mas, apenas terminase de intimar con alguna de ellas evitar el paso de las horas para no encontrarse con el horror de esos cuerpos decrépitos. No puedo evitar pensar en el amor, en la aceptación extrema a la que estaría supeditado en el caso de enamorarse.
Por ejemplo, recordó a Roxana; su cuerpo de ébano esculpido en una piel tersa, con la misma textura de un globo. El agua sobre su cabello rizado y sobre su cuerpo siempre convertida en infinitas gotitas que se deslizaban y se unían como el mercurio, sus muslos firmes, sus contornos esculturales. Como era posible que ya no pudiese ver a esa belleza sin el deterioro de un cuerpo en descomposición. Lloró desconsoladamente, como si de repente todo se le cayera encima. Veía irse la vida en los cuerpos amados y no podía hacer nada




Se llamaba Cristina la mujer con la que Julián llevaría hasta el final su subjetivas visiones, y el encuentro transcurrió en casa de ella.
Había sido ella, en el gimnasio, quien lo había hecho casi todo para estar a solas con él; con sus miradas ininterrumpidas, allá donde él se moviese. Mientras Julián fortalecía sus pectorales, ella se ejercitaba en la maquina escaladora, justo por delante de él, dándole la espalda, bien arqueada, desde donde se deslizaban gotitas de sudor que viajaban hasta su culo en pompa. A través del espejo lo miraba, y lo invitaba a imaginar ese mismo culto de nalgas desnudas y dispuestas frente a su excitación, con la seguridad que tiene una mujer muy atractiva al borde de los cincuenta.
Desde que había comenzado su conciencia de metamorfosis extrapolar, solo había intimado con Manuela, y ésta, por fortuna, había elegido irse antes de la violenta interpretación.
Fueron apenas segundos en los que se debatió entre el placer de otro seguro buen polvo, al subjetivo y tan real horror. Decidió por el placer. Y se envalentonó aun mas con la elección cuando decidió llevar su alucinación hasta el final. Lo vio claro: la única manera de terminar con ese terror era enfrentarlo, incluso intentar regodearse en él. Entender su locura, era insertarse en ella, convivir en ella. Soportaría hasta las ultimas consecuencias, hasta ver donde podía llegar su patología.
Había pasado la noche con ella. Disfrutando como un condenado al que se le termina la libertad, Julián se había movía frenético dentro de ella. Entre sus manos, había ahorcado los tobillas de Cristina y desde estos estiraba y contraía el cuerpo de la entregada mujer. Y cuando la respiración estentórea de ella anunciaba el éxtasis, utilizo su erección como un puñal, siendo conciente que todo ese placer se convertiría, en pocas horas, en una convivencia con el estupor. Cristina se había desplomado a su lado, y aun con la carne freída por el sexo, se quedo dormida.
Julián, en cambio, estuvo en vela toda la noche, como queriendo anticiparse al horror inminente.
El insomnio fue arengado por una mezcla de terror y morbosidad; por intentar verse como un amante necrófilo, por buscar la belleza en la podredumbre, por escalar hacia los instintos mas bajos;  pasar la lengua por lo putrefacto, buscar amor y consuelo en el propio dolor. Quizás, por que no, rearmarse de amor en la catástrofe. No existe un solo veneno que no sea útil para algo, pensó.
Pero cuando despuntaba una suave luz en la ventana, y agotado por sus tribulaciones, se quedo profundamente dormido. 
A las pocas horas, abrió los ojos. Sobre la ventana, la luz destellante del alba. Apretó fuerte sus parpados, y por debajo de éstos, su visión era como la visión a través de un microscopio, con seres que se movían frenéticos por el lente.  
Con el corazón que rebotaba fuerte contra su pecho, comenzó a oler ese hedor nauseabundo de la descomposición.
Cristina ya no era la atractiva catalana origen irlandés, con su rebelde pelo rojizo encendido como la lava, su piel exquisita poblada de pecas y sus ojos azules de mirada inquisidora. Su pelo era como la ceniza, el eritrismo sexy de su piel se había convertido en un prado de fresas putrefactas,  y sus ojos languidecían. Otra vez, ante sus ojos, esa realidad sinuosa y espesa como un intestino.
Aun así, Julián tomo sus mejillas entre sus manos y la besó en la boca. Sintió esa piel fría y viscosa; sus labios, sabían a bocanadas de tacho de basura. Hasta ahora su terrible interpretación había abarcado vista, olfato y oído, pero ahora comprobó que el tacto y el gusto también se sumaban. El conjunto de su feminidad, era todo un epíteto de defunción. Por lo  poco que se había atrevido a investigar, lo que padecía, por su grado de conciencia, era alucinosis, no alucinación; la diferencia radicaba que en la alucinosis se era conciente de una subjetividad errónea, mientras que en la alucinación hay un convencimiento absoluto de la realidad. 
Con una furia que perseguía un atisbo de revelación, lamió su cuello y sintió una tremenda nausea que lo obligo a separarse de la mujer. Tras el disimulo de un repentino dolor de estomago, Cristina, desde su amabilidad pestilente, le ofreció una infusión de manzanilla, pero Julián no aceptó, pues demoraría mas su cometido de ver algo mas allá de lo hasta ahora vivido.
Volvió a besar su cuerpo y, sin amedrentarse, se sumergió en esa factorización del cuerpo antes amado. Sentía contra su pecho la piel mortecina, su pene resbaladizo entre la materia viscosa en las antípodas de la vagina. Entre la humedad de sus dedos se quedaban pegados los cabellos cenizos y tiesos de Cristina.
Mas manipulaba el cuerpo de su amante en descomposición, mas se aceleraba el proceso de putrefacción, como si sus caricias incitaran aun mas  la visita de los repugnantes organismos unicelulares
Encapsulado en ese delirio de amor cataléptico, sumergido en ese placer que ahora le daba la vida que se escapa de un cuerpo y que de inmediato es invadida por otras vidas incomprensibles a la vista humana, todo pareció encarrilarse en su interior. Pareció encontrar el único amor verdadero, el sentimiento mas profundo del amor. Todo aquella realidad que se le antojaba terrorífica, era el paso previo al inmenso goce, una especie de orgasmo constante. Julián Di Pietro, había comprendido todo en un instante, como se comprenden las cosas mas profundas, esas que carecen de memoria pero tienen mas fuerza que el recuerdo mas hondo y que, si se ven desde fuera parecen un arbitrio del destino.
Julián sintió una excitación desmedida. Un antagonismo del placer. Todo lo que le repelía hace segundos, ahora le atraía descontroladamente. Hundió su nariz en el pecho de la decrepita y respiro el hedor sintiendo un placer jamás experimentado, ni siquiera en el recuerdo del polvo mas eximio se comparaba. Lamía su piel y la encontraba como un exquisito manjar erótico. Su virilidad tiesa como el hierro, el color de su glande era punzó, como una amapola silvestre; era tanto la excitación que le lastimaba, y  por eso, restregaba como poseído por una repentina urticaria hasta incluso lacerarse el glande con la aspereza de la sabana. El tremendo hedor que lo visitaba desde la vagina, lo atrajo con la pasión devoradora de un unicelular mas, y como uno de ellos, se abría camino hasta saborear el ahora exquisito sabor a putrefacción. Con su pecho lijaba la piel el vientre de ella. Llevo su pene hasta la entrepierna, y el singular contacto de su verga con la vagina, lo sumió en un delirio extremo, como el creyente que con su dedo siente el contacto del dedo de su dios.
Subvertido por el deseo mas irresistible, penetro a la mujer y el goce fue infinito. Cristina, que al principio de ese despliegue de vigor sexual se había sumado al delirio, comenzaba a dar signos de incomodidad. Tanto frenetismo empezaba a incomodarla. Por medio de gestos, dio a entender que su satisfacción había llegado al limite. Pero Julián estaba poseído, sumido mas en una fiesta masturbatoria que condescendiente. La mujer le pidió, entre suspiros desesperados que por favor que parase, que estaba agotada. Ante la indiferencia de Julián, la mujer, aterrorizada, intentaba quitárselo de encima como a un ser indeseable.
Cristina clavo sus filosas uñas en el pecho de Julián; lejos de amedrentarlo, su propia sangre en su pecho y la horrorosa hermosura de ella, horrorosa y hermoso como puede ser una noche de tormenta en el que el cielo es blanco, lo colmo de una excitación alienante. Dos golpes certeros dejaron inmóvil Cristina, y quizá sin vida.
Con el cuerpo inerte de la mujer, Julián le hizo el amor con una pasión desmedida, como si en ello le fuese su ultimo contacto conciente con el amor, aunque no era un placer de resignación, como cuando sabemos que hay que disfrutar de algo por su inminente final; sentir los trozos de ese cuerpo deslizarse por su garganta, era el supremo goce. Entre besos inconexos por su rostro, cuello y pecho, fue devorando la piel de la mujer. Descendió hasta la entrepierna, dejando tras su descenso, en diferentes zonas del estomago, las honduras de hasta donde eran capaz de llegar sus mordiscos.
En frente a su jadeante deseo, la vagina; tomo con sus manos la cintura del cuerpo, fundió sus antebrazos entre la convexidad de las caderas; avanzo, y no se detuvo hasta recorrer el camino inverso del nacimiento. 



Andrés Casabona                                         
                                                   

viernes, 1 de abril de 2011

La vagina de ella

Recuerdo  esa descripción de la Eva Futura de Villiers de L’isle Adam, y ahora cuando Ella desparece la voy reconstruyendo de a poco. Ayer fue su culo, hoy puedo sentir lo que me pasó con su vagina. Es posible que sigan sus tetas, sus pies sabrosos, su ombligo, su olor,
Su mirada, sus labios, todo ese universo hechos de fragmentos que se hacen presente cada noche, como individualidades, que en si representan un todo único e indescifrable. Como si ella quisiera descomponerse en partes después que la poseí en su totalidad. Como si de esa manera su fortaleza me sometiera mas intensamente, haciéndome ver que cada parte de su cuerpo, aún la más pequeña podía dominar mi totalidad.



LA VAGINA DE ELLA


Al principio podía vérsela igual a otras, aunque el color era distinto a todas las que había conocido.
Olía diferente, con un aroma espeso, sensual que se metía por dentro, quedándose por horas. 
Desde esa pequeña selva de pelos renegridos que la cubrían apenas,  se abría el espacio que separaba sus labios mayores, mientras asomaba alguna de  las formas de su interioridad.
Como si todo aquello estuviera cerrado a cualquier búsqueda, hasta que ella lo quisiera. 
Al verla  cerrada, quieta, en calma parece una vagina adolescente que nadie ha tocado y está a la espera de una caricia que la haga mostrar todo su poder de mujer eterna, insaciable; que solo espera devorar un miembro varonil que se anime a penetrarla. 
Observarla cuando está abierta, enrojecida por el deseo, empapada por líquidos espesos y cristalinos, es mirar un pequeño universo, encerrado en  esas mucosas brillantes. 
En su blandura al abrirse, se descubre una visión distinta del cuerpo, cambia mis percepciones convencionales sobre la piel, me abre los ojos para que tenga una visión distinta de esas profundidades. Que me nutra de ese laberinto que me excita y contemple esa primitiva belleza para inundar mi boca con sus savias vivificantes y enriquecedoras.
Parece por momentos una vagina de mujer madura, otras, una vagina adolescente y siempre se me representa como  el espacio de una hembra primitiva y salvaje, que necesita calmar su excitación, mostrando en su primitivismo ancestral esa fuerza que perturba, que conmociona, que encadena los sentidos para no olvidarse jamás de ella.
La vagina de Ella exhibe desafiante su deseo, sus necesidades, sus angustias, y pareciera que necesita gozar hasta el agotamiento, sintiendo el placer de la penetración que al hacerse más profunda le arranca gemidos, que se hacen gritos y después movimientos estremecedores. Cuando eso no ocurre y mis labios  la acarician, su excitación crece y crece, y sus líquidos brotan como de un rio que no se detiene nunca.
Despierta el deseo de solo imaginarla,  parece virginal, tibia; con una ternura de quien todavía no ha descubierto el furor del desenfreno y el enloquecimiento de la sangre.  Pero también es como la vulva de una hembra en celo que me aprisiona, que succiona mi pija para tragarla, con calenturas inmemoriales que parece que nunca habrán de saciarse.


La concha de ella 
                      
Es salada como los mares, dulce como la miel fuerte de los bosques.
Es ácida y deliciosa como  la jalea fresca
Pura como el agua oceánica, quema como el fuego.
Es un túnel laberíntico sembrado de misterio,
Su fuerza celular chorrea  líquidos eternos.
Es intemporal como el espacio, tiene la belleza de una rosa sin tiempo.
Sus flujos parecen de madreperla, la abertura un camino a las esencias y a los olores primarios de la hembra. A veces parece un camino sutil para el olvido del mundo.
Está llena de alma y representa la carnalidad del espíritu que mora en cada espacio de su cuerpo.
Necesita lamidas suaves y profundas. Siempre reclama la dureza de una piel maciza que penetrándola la lleve a espacios intemporales y plenos.
Cuando la miro y abro sus labios, puedo ver colores indefinidos, oscuridades abismales, matices complicados que van de la negritud al  claroscuro y de allí a un rosado tierno.
Su clítoris es pequeño y siempre está escondido, y cuando se endurece al roce de la lengua tiembla preparándose para ese final que espera con avidez.
La vagina de Ella es la esencia de su cuerpo,  el símbolo de lo que ella es aunque lo oculta,  la expresión más acabada de una voluptuosidad que  no puede disimular su rostro adolescente
El primer día mi lengua entró suavemente, y pude recorrer cada pliegue, cada milímetro de la piel empapada. El flujo chorreaba hacia fuera, el olor fuerte, selvático invadió mis narices, mientras yo chupaba con avidez, calentura y exacerbación ese abismo de placeres que conocía por primera vez. Algunas gotas de pis que le habían quedado se mezclaban con el sudor, con el flujo y con mi propia saliva. 
Sentí que  me tragaba, me fascinaba y no podía escaparme de ella. Todavía recuerdo como su cuerpo temblaba y se retorcía, mientras gemidos incontenibles se le escapaban.
Penetrarla era siempre inevitable y era como entrar en otro mundo. Mientras el abrazo nos adhería, la cabeza de la pija chocaba con sus interioridades, y el sudor nos inundaba los cuerpos. Era pura sexualidad, sin refinamientos, sin técnicas, sin pudores. Yo entrando en su cuerpo hirviendo, comenzándola a amar, sintiendo su vulnerabilidad y una tristeza que le aparecía de pronto y no sabía cómo descifrar.
Ahora está  lejos, distante, pero se metió dentro de mí, y cuando por las noches trato de dormirme surge abismal, abriéndose como su culo poderoso para tragarme, y no es la fantasía sino algo que se apodera de mi voluntad y me somete.
Pierdo la noción del tiempo y de lo que me rodea, porque ella está allí con las fauces inquisidoras de su genitalidad que me succionan, con un culo que se apodera de  mi cuerpo  para transitar otros espacios. Aquellos donde el tiempo no existe y solo estoy en un lugar abismal y misterioso  del que no quiero salir.
No se cuando desaparece, porque solo tomo conciencia de mi mismo con la luz del día que me golpea los ojos. Allí vuelvo a  ser yo, salgo de ese estado de enajenación que me encadena, como si me liberara temporalmente hasta su nueva aparición.
No sé cuándo volverá a apoderarse de mi


Angel Asiayn