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domingo, 27 de noviembre de 2011

Mistress Natalie. Bella y Cruel 1/2

A propósito de aquella entrevista en la que sucumbí por sentir la resolana de una mujer que me subyugaba con lo que dentro de su comarca era capaz de ofrecer, no atiné, quizás por ese hipnotismo, a solicitar algunas  imágenes de ella y su circunstancia. Me creí impune frente a ella pensando que, en la soledad de las palabras, sería capaz de reconstruir, con apenas un manojo de adjetivos combinados, lo que en ese momento tenía frente a mi. Tuve de su imagen un recuerdo incierto, como si cada vez que me esforzaba por recuperar algún gesto suyo un destello de luz se posara en su semblante. Intente hilvanar la crudeza de su seriedad combinada con una sonrisa reparadora  Cerraba los ojos y la veía, pero en cambio no me salían las palabras. Sentí una sensación similar a describir un color que jamas había visto. ¿Como se puede describir un color que no existe?
Por suerte al poco tiempo recibí un mail de ella en el que me ofrecía alguna de sus ultimas sesiones fotográficas.
Agregar mas palabras a esto es como explicar el efecto de una fantasía hecha realidad


Gregorio Sacher






           

domingo, 30 de octubre de 2011

Mistress Natalie. Por Gregorio Sacher.

El desenlace:



Dices que el límite es incierto. ¿Puede ser que detrás de esa incertidumbre exista el límite definitivo, la muerte?

Los aficionados al SM solemos utilizar tres palabras para definir nuestras prácticas: Safe, Sane and Consensual (seguro, sensato y consensuado). Jamás se corre ningún riesgo.

O sea que el límite no es sólo cuestión de una mente sumisa.

Para nada. Quien domina también tiene sus límites. Me he topado con personas con un nivel de masoquismo tremendo, deseosos de verdaderas torturas, a las que si accedes corres el riesgo de toparte con el límite definitivo.

¿Por qué siempre afirmas que lo tuyo es una dominación que te acarrea satisfacción más mental que física y que el sexo no tiene cabida, al menos no explícitamente?

El BDSM no es una práctica sexual explícita (como puede ser el coito), aunque tiene, evidentemente, un contenido sexual, pero sublimado. El sumiso goza previamente al encuentro con su mente, sufre-goza durante la sesión y continúa gozando posteriormente con sus recuerdos. Es bastante frecuente que el sumiso no alcance la eyaculación durante su encuentro con el ama. Otra de las fantasías más habituales es la utilización de cinturones de castidad, que impiden el orgasmo del esclavo durante períodos más o menos prolongados.

¿En qué consiste el placer mental que experimenta un ama?

Creo que cualquier mujer sentiría una gran satisfacción de tener esclavos y sumisos entregados, sin necesidad de sexo explícito y sin más placer que el suyo propio. Lo más curioso de un internado es que uno de los momentos de más placer del esclavo viene cuando percibe que está privado de su libertad y que no sabe exactamente cuándo voy a aparecer para castigarlo. ¿Puede haber relación erótica más mental que ésta? U otra persona que desea ser humillada hasta ser depósito de lo más escatológico de mi ser, y que luego de haberlo hecho se siente en medio de una felicidad inconmensurable sólo por recordarlo, y porque al fin tuvo la valentía de experimentarlo. A mí me vienen personas con deseos inconfesables, que incluso les avergüenzan, y por una vez los pueden hacer realidad.

¿Realmente consigues que los sumisos entren en tu juego sin ceder a impulsos sexuales, digamos, más inmediatos?

El BDSM es una fantasía sexual para la mayoría que me visita y, si bien repruebo cualquier asociación con el sexo, es difícil controlar siempre el ímpetu de los sumisos, pues muchos llegan a eyacular sin mas estímulo que el visual, una frase determinada o la flagelación. Pero la simple negación del orgasmo puede resultar mucho más excitante y estimulante.

¿Y cuál es el goce más íntimo que puedes tener como ama ante tu esclavo?

Mi satisfacción está en saber que me deben algunos de los momentos emocionalmente más significativos de sus vidas. Ver sus semblantes de felicidad produce una satisfacción extraordinaria.

sábado, 29 de octubre de 2011

Mistress Natalie. Por Gregorio Sacher



La satisfacción mental y no el sexo explícito es la prioridad en la comarca donde Mistress Natalie, ama profesional, ejerce de hacedora de fantasías en la ciudad de Bilbao. Aproveché su visita a Barcelona para indagar en la dimensión mental del BDSM (bondage, dominación y sadomasoquismo). Aunque Natalie es, por lo general, reticente a conceder entrevistas, logré convencerla asegurándole que mi intención no era llenar páginas con anécdotas morbosas, que sólo consiguen banalizar el oficio, sino transmitir los sentimientos humanos más profundos que subyacen a esta práctica.

¿Qué cualidades debe tener alguien para entrar en el mundo del BDSM?

Las personas nacemos con una determinada tendencia derivada de nuestra genética, y esa tendencia con el tiempo y el ambiente se reprime o se alimenta. Para mí es importante que quien me visite sea alguien convencido de su tendencia sumisa. Apenas me instalé en mi gabinete, me contactó un hombre joven. Me comentó que me había conocido en una fiesta fetish y accedí a la visita. Antes de la charla previa para conocer sus gustos, quise disipar las dudas que me había generado desde que llegó. Me levanté y le dije que se pusiese de pie, acto seguido le pedí que se pusiera de rodillas. El hombre vaciló, pero accedió. Le miré a los ojos y sólo encontré una mirada vacía. Le dije que quien acudía a este lugar debía tener las cosas muy claras, que sólo podía dudar de hasta dónde llegaban sus límites, pero que había una mirada de devoción y de excitación que distinguía a los curiosos de los amantes del BDSM, y que la suya carecía de emoción. Así que le invité amablemente a que se retirara.

¿En qué consiste exactamente la charla previa con los que te visitan?

En indagar en los gustos y tendencias del aspirante. En esta charla les propongo un cuestionario muy amplio sobre todo lo que le apetecería experimentar, incluso preguntas por los atuendos fetichistas que son de su agrado, pues hay quien prefiere hasta un color de ropa determinado. A partir de aquí, busco conocer el verdadero límite del visitante

¿Dónde radica para ti el poder más seductor de una dómina?


En saber interpretar los deseos (incluso los más ocultos) del sumiso. En suma, en ser un buena psicóloga y adivinar sus fantasías mas profundas e inconfesables.

¿No crees peligroso atravesar el umbral de la fantasía? Es decir, si brindas la realización de la fantasía total, ¿no corres el riesgo de no ser más la representación del deseo?

Ni mucho menos. El auténtico sumiso no es simplemente un curioso que quiera realizar nuevas experiencias. Él necesita realizar su fantasía constantemente.

La fantasía, ese lugar que para la mayoría de nosotros nunca deja de ser sólo fantasía, para ti es el punto de partida. ¿Cuál es, en tu opinión, el límite?

Los límites no siempre son claros. Hay gente que piensa que no sería capaz de hacer o soportar ciertas prácticas. La habilidad del ama está en llevar esos límites hasta el nivel más intenso posible.




Continuará 

jueves, 6 de octubre de 2011

El inesperado final de "Crónica de una condición"


Un inesperado final. Por Gregorio Sacher


Cárol se acerca y nos sonríe a todos. Solicito su mano, la beso y con delicadeza la atraigo hacia mí. El resto del grupo se une a Saúl. 
Mi intención se sustrae en desmenuzar junto a ella la clave definitiva que había significado el final del juego, e intentar sonsacar que se guarda para el verdadero final. ¿Es realmente el final? ¿Qué le espera al esclavo? ¿Acaso le aguarda aún el verdadero final? Sólo uno de sus gestos había roto la manipulación de Saúl:  “Sabía que hasta ese momento el castigo y la humillación eran para él un premio”, me confirma ella, “así que le he castigado sin su premio”. En efecto, Saúl la estaba provocando según su instinto, y de ambos era el único que estaba disfrutando de su condición, una conducta muy usual en los personas de rol sumiso y no siempre conscientes de esta manipulación, al mejor estilo filosófico con su dialéctica hegeliana del amo y el esclavo. 
Le pregunto a Cárol por qué ha elegido este ritmo para la sesión. Por qué, si había advertido de entrada la provocación del hombre, le había permitido llegar tan lejos. A ella le gusta llevar al máximo la tensión, pero cree que esta vez se le estaba yendo de las manos: “Me estaba provocando tanto, que llegué a sentir una excitación que me incomodó. Era como si desde su posición, en vez de hacerme sentir su entrega, él fuese como un fuego que me devoraba físicamente hasta hacerme derretir. Ensanchaba su espalda y sus hombros, alineaba la musculatura de sus brazos, y por si fuera poco, me enseñaba su culo y movía sus caderas. Era como si me quisiese decir: así te puedo follar”. Así que el ama sintió que no lo tenía todo controlado. Hasta que Carol advirtió esta manipulación y le negó su castigo, su premio, su placer, propinándole un castigo, por la negación y la inacción, que el hombre no esperaba y que a su vez lo descolocó, y se excitó aun mas por eso, porque leyó el significado de esa nueva humillación, de allí su suplica casi redentora.Yo estuve convencido todo el tiempo de que ella dominaba la situación, de que incluso los momentos de más descarada rebeldía del hombre se debían a que ella había aflojado la cuerda, pero lo cierto es que ella había llevado a tal punto el erotismo del hombre que a poco estuvo de sucumbir ella misma a ese incendio. “Aún me queda una duda”, le digo finalmente. “¿Por qué te detuviste? ¿No se trata en última instancia, de sentir un placer abrasador? ¿Cuál es tu plan?”. “No, se trata de algo mucho más excitante que he ideado, de follarme esta noche a cualquiera que se me antoje y obligarlo a él a masturbarse mientras nos observa; porque me excita mucho Saúl y sé que me quiere follar, pero el día que lo haga perderá todo interés en mí. Eso sí, el día que yo me canse de él como esclavo, será el día en que le permita follarme. ¿Sabes una cosa?”, dijo por fin, mirándome de una manera más que extraña, “ya sé quién será el próximo al que deseo someter, y será ese mismo al que me voy a follar”. Veo la curva que indica el camino de vuelta del punto mas extremo de la perversión sexual. Es ésa. Mientras miro a Cárol alejarse con su porte inalcanzable y su impresionante cabellera, me fijo otra vez en Saúl. Él también, como yo hace un momento, no puede despegar sus ojos de la silueta del ama a la que él se siente atado por una correa invisible mientras ella parte hacia su nuevo objetivo. 
En ese instante, algo me empuja a seguirla, voy corriendo hacia ella con el corazón galopando fuerte sobre mi pecho, tomo a Cárol por el brazo y con la voz entrecortada, le digo: “Quiero ser yo el próximo”. Con su mano toma mi mentón y me advierte: “¿Aunque al final no seas tú al que me folle”?. Y sí. “Sólo por el camino, hacia cualquier final”.
 

martes, 4 de octubre de 2011

Crónica de una condición. Por Gregorio Sacher


Gregorio Sacher se introduce en el mundo del Sadomasoquismo sin bordear la parafernalia y manteniéndose en pie para no caer en la apología, según sus propias palabras. Dice también, que para garantizar este equilibrio, lo mejor es introducirse en el corazón de esta alternativa erótica sin intentar definir parafilias y hurgar en pasados supuestamente tempestuosos. Lo mas sensato para transmitir el pulso interno de esta disciplina- afirma- es esquivar los motivos que atraen a los aficionados, pues se corre el riesgo de dejar afuera la descripción de un excitante juego de roles. Según su crónica, es indudable que su profundización supera las fronteras de una mera descripción.


"Doy una pequeña fiesta y me encantaría que vengas”, leo en el sms de Cárol. Esta frase lacónica sólo puede significar una cosa, pensé:
Una orgía sadomasoquista en el horizonte.
Llego hasta el local de siempre, un restaurante ubicado en la zona del Barrio Gótico de Barcelona, propiedad de Cárol. La correspondiente llamada perdida a su móvil, y esperar, como siempre. Para entrar al local, cerrado al público, hay que franquear la entrada principal del edificio. En el vestíbulo, a un paso, otra puerta que veo abrirse ilusionado. Allí está ella, sus curvas cubiertas por un mono de látex. La veo estilizada sobre los pedestales de botas de caña alta y fino tacón. Su cabello rubio, peinado hacia atrás, resalta sus pómulos. Sus ojos azules, enmarcados en unas felinas rasgaduras, lucen cruzados por unas líneas de madurez que la hacen tremendamente atractiva
Sigo su estela por el salón principal del restaurante, esquivando mesas de madera y rodeado todo el tiempo de una decoración renacentista, hasta el ya conocido y húmedo sótano, el lugar donde ciertas noches, no aptas para todos, Cárol hace gala de sus grandes dotes para el sadismo en un entorno de vodevil.
Mientras la pierdo de vista, saludo a los invitados, Gonzalo y Malena, un matrimonio amigo. También están Mónica y su esclavo, arrodillado a su lado y unido a ella por una correa de perro que le cuelga del cuello. Completa el grupo Luz, una chica morena muy joven a la que no conozco de nada
Desde las sombras de velas que danzaban sobre candelabros dorados, reapareció Carol.  Por detrás, arrodillado ante ella, aparece Saúl, contextura atlética, varios años menor que ella, moreno, rasgos indianos, con apenas un tanga como ornamenta. Y con su aparición, el  el complemento de una dialéctica erótica única.
“Quiero que hagas exactamente lo que yo te ordene, ¿entendido, esclavo?”, le increpa Cárol, autoritaria. “Sí, mi ama”, responde el hombreSu postura erguida parece provenir de un sentimiento de rebeldía que se acrecienta por una mirada que destella relámpagos de provocación. Cárol incrusta uno de sus finos tacones en el muslo de Saúl y le obliga a renunciar a aquella mueca de orgullo, hasta dejarle ovillado en el suelo. “Así me gusta, quiero que estés a mis pies”. El hombre vuelve a responder con la única frase que, al parecer, está autorizado a decir: “Sí, mi ama”, y esta vez su tono es más sumiso y un tanto difuso por la cercanía de su boca al mosaico. Cárol presiona con su bota la nuca del esclavo hasta estrellar la cara de la víctima en el suelo. La respiración de Saúl se agita. No hay duda de que vibra de anhelo postrado bajo la bota autoritaria de Cárol y aplastado por el peso de su propio deseo. “Así me gusta, esclavo, que me demuestres devoción. Ahora vas a lamer mis botas”. La lengua de Saúl barniza de saliva esclava el calzado de su dueña. Los que presenciamos la escena (que podríamos definir como una especie de coartada perfecta para el exhibicionismo de ambos, una pareja a la que une apenas este tipo de encuentros), ese espejo real de nuestras fantasías, acompañamos el sentimiento de ama y esclavo, seguros de su placer. Nos lo dice nuestro instinto erótico, el mismo que nos ha conducido hasta este sótano en el que ahora nos reencontramos con lo más primitivo.



Un juego pactado

Mas allá de qué disciplina o qué rol nos identifique, aquello que discurre ante nuestras dilatadas pupilas, esos instantes de profunda tensión erótica son la manifestación real de escenas escondidas en el lupanar de nuestra imaginación. El dominio sobre el otro, hilo conductor que nos distingue entre amos y esclavos y que representan con tanto realismo Cárol y su lacayo erótico, no es simplemente una dialéctica arbitraria. Estamos ante un juego pactado de antemano en el que ninguno es obligado a nada. Cárol conoce perfectamente los límites a los que puede llegar Saúl, la dimensión del rigor al que puede someterle. La dómina vuelve a descargar un rosario de fustazos sobre las nalgas de Saúl, dejando en la atmósfera la estela de la fusta, mientras en la estancia se oyen al mismo tiempo los chasquidos de su herramienta y los quejidos del hombre. Cárol se detiene. Las nalgas candentes del esclavo se balancean desafiantes, ofreciendo su culo en pompa, como cuando a un gato se le acaricia el lomo. Es así como el cuerpo habla y pide seguir siendo castigado. Y cuando todos esperamos verla descargar su amable furia sobre él, ocurre algo inesperado. 

Todo se detiene. La mujer se mantiene en aparente letargo. No mueve ni uno solo de sus dedos. Deja pasar el tiempo. La tensión es asfixiante. El esclavo se impacienta, pero ella permanece impasible. No va a castigarlo esta vez. El “no castigo” se ha convertido en el verdadero castigo. Todos estamos sorprendidos. Todos, menos ella. Cárol es absolutamente consiente de haber dado vuelta a la manipulación del hombre, de haberse acorazado ante su provocación. “¿Quieres que siga azotando tu culo, verdad, esclavo?”. El hombre suplica. Su malestar crece. El tiempo parece discurrir al lento ritmo de su desesperación. En medio de los ruegos del esclavo, ella da su consigna. Y es la prueba del nivel de sofisticación que puede alcanzar el juego cuando dolor y deseo conviven tan íntimamente, cuando la descarga de una fusta sobre un cuerpo entregado se parece más a una caricia que a una agresión, a un premio que a una ofensa. “Bien –continúa ella–, si en el resto de la noche me sirves como es debido, te daré tu premio, ahora levántate, ya no te quiero más a mis pies”. Y deja la sesión vista para sentencia. Bajo esa directriz de final de juego momentáneo, incierto, de pronto creo ver la esencia del verdadero sentimiento
sadomasoquista: Saúl, desde el inicio, pensó que conducía la situación y que tenía ganada su batalla de placer, pues lo que estaba ocurriendo en esa sala le satisfacía. Disfrutaba de su condición hasta que se produjo el giro: no hay castigo mas humillante para él que privarle del gusto de ser ultrajado. Se trata del castigo y de la humillación definitiva. Es ésta, no otra, la verdad alrededor de la cual gira esta relación erótica. El resto es una suma de parafernalias, gustos y tendencias, donde se puede incluir o no el sexo. Para algunos, el sadomasoquismo forma parte de los juegos previos a la copulación. Para otros, es una compleja interacción mental que no acaba...


                                        Continuará.




 
   




domingo, 25 de septiembre de 2011

Microrrelato. "Seducción"



Entender la seducción. Admirarla. Desearla. Respirar su densidad. Dejarse llevar por su magia. La misma magia particular que nunca nos permite distinguir si estamos envolviendo con ella, o estamos siendo envueltos en ella. Hay dos que se miran. Se proponen tácitamente. Se aceptan de inmediato entregados en una dialéctica visual aun sin mirarse fijo a los ojos. Forman un hilo que se estira y se contrae y entran en el juego. Ceden terreno, a la vez que lo invaden. Comienza la complicidad. Y aun sin mirarse sus cuerpos se acercan, porque se huelen, se desean. Y es ahí, cuando ya no son incógnita el uno del otro. El uno, arena movediza del otro. Se funden. Sus cuerpos rodeados de un único aura. Ellos son también nosotros, solo por ser nosotros quienes los admiramos


                                                                                                   Gregorio Sacher