Después de un par de semanas en la
península ibérica, la frase que más dio vueltas por mi cabeza fue la que alude
a la falta de “histeriquismo” de las españolas. Para un turista virgen como yo
esa era una frase alentadora. Siempre agregaban un correlativo “los españoles
arrugan”. Y así fue. Una de las noches en las que bebía invitado por mis
anfitriones en un pub/disco a veintipico de kilómetros al norte de Madrid, me
pisó una madrileña. Yo estaba parado junto a la barra y puse cara de
sufrimiento. Ella se acercó a mi oído para pedirme perdón y para sumar un
comentario extra que no supe decodificar. Sonreí y segui parado observando ese
modelo de madrileñas de más de un metro ochenta que iba entrando al lugar.
Hermosas y largas niñatas. Sin las pomposidades argentinas, pero orgullosas de
la madre naturaleza. Me distraje. Otra cerveza y a salir a fumar un cigarrillo.
Mientras sacaba el encendedor la vi acercarse, era la chica del pisotón que
venía con un cigarro en la mano. Otra vez frente a frente y me pide fuego. Ahí
nos presentamos. Ella vivía en la urbanización cruzando la autovía y yo un
músico argentino de vacaciones. Hablaba y se reía. Hablaba cerca de mi oído y
luego me miraba a los ojos. No estoy seguro de que entendía mis chistes, no le
importaba poner cara seria y buscar otro tema de conversación. Yo la miraba y
pensaba en la frase y en que había minas mejores en el bar, hasta que derepente
no pensé más. Olí. Al lado nuestro acababan de prender un porro de flores. El
barandazo me dejó mudo. La miré esperando en ella mi misma reacción. Ella solo soltó
un “han prendido una china”. Yo solté un “veamos” y encaré al grupo que olía
muy bien. Fui bien recibido, me intercalaron en su ronda. Era muy sabroso
aunque tuviese tabaco. Contento con mi hallazgo quise retomar la conversación
con la madrileña que va al frente, pero ella me hizo entender que yo ya había
elegido.
Gstv
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