domingo, 30 de enero de 2011

Trilogía playera: Al mar



A la playa llega siempre primero el hombre cargado, y de diez a veinte metros atrás, su mujer con el cuello erguido y monitoreando. Puede llevar la pelota de fútbol, mientras no haya otro elemento de menor peso especifico y forma tan perfecta. Novia, amante o madre cuentan igual. Con o sin chicos hoy los roles se mantienen, y hasta le suman una sombrilla y la responsabilidad de funcionamiento seguro de la misma, al hombre que para ese momento ya decidió dónde será el descanso. De todas maneras, busca la mirada monitor esperando aprobación. Puede tener el visto bueno o no, modificar las coordinadas o no; su día no va a depender de eso.

Estar solo en la playa debería ser un pase libre para coger. Hacer el amor sin más memoria que la corporal. Satisfacer y satisfacerse, con alguno de esos cuerpos desnudos. El traje de baño, más precisamente la bikini y sus derivados, son lo mismo que la desnudes. Elegir o ser elegido, ya es parte de una medición astral. Lo que si, nadie, pero nadie debería quedarse o dejar con las ganas, en la playa. Bueno, y en las playas nudistas que se precien de tal, debería haber reglamentación clara acerca de este tema. Al final de cuentas, parece que el Sol es quien se las garcha a todas (o todos). Y las atiende por horas y les da duro. Y se ponen cremas para soportar o potenciar esta relación.

GSTV - Las Gaviotas, Villa Gesell, Buenos Aires-ARGENTINA /// 7 de Diciembre 2006.

Ilustración:LU+6 

Trilogía playera: El pajar



A la paja se llega por varios lados. No contamos las excusas, por supuesto. Esta la paja estabilizadora, la "para bajar", la del olvido, la recreativa, y la "me quiero mucho yo". Son todas muy distintas aunque algunas compartan visiones y enfoques. Y mayormente todas terminan igual. Pero sin duda, la última de estas, también conocida como "la autogestión", persigue un objetivo sublime y más aún comparándola con las demás. La paja que estabiliza los niveles, es una necesidad, tiene precisión quirúrgica. Si tenés que "bajar a pajas", estamos hablando de un recurso efectivo pero recurso. La del olvido es recomendable para sacarse de la cabeza, o evitar, histerias ajenas; sin embargo, no se encuentran investigaciones serias sobre los efectos colaterales a un mediano y largo plazo. La recreativa, paja pasajera, no deja una sensación sostenible de logro, más bien posterga la necesidad de salir a ponerla. La autogestión es La Paja, madre de todas las pajas. Aunque más común entre las mujeres, esta paja, y como todo lo bueno, tiene una contraindicación: “Llegar a lugares donde nadie más podrá”. Sin duda esto funciona tanto como desafío, como aprendizaje. Tal vez los puristas del género onanista, la consideren como la única paja de todas las pajas. Allá ellos, sé que es irremplazable por el accionar del otro/mismo sexo, pero no se, hoy me duele la cabeza.

GSTV - Las Gaviotas, Villa Gesell, Buenos Aires-ARGENTINA /// 7 de Diciembre2006.

Ilustración:LU+6

Trilogía playera: La caza



Buscar un objetivo sexual en poco tiempo es una tarea especial. Para aumentar las posibilidades de éxito, se recomienda pegarse al cliché (éxito y cliché son 2 palabras que por algo suenan parecido). Lástima que en 3 días no adelgazas lo que dice el cliché. Uno menos. Tener una valija con vestuarios varios como para insertarse exitosamente en algún rubro playero, es un tema de planeamiento sofisticado. Cliché de “pertenecer”: out. El escritor/filósofo solitario requiere una repetición de escenario, para ser efectivo. Eso aburre. Lo mismo pasa con el ejecutivo con celular que camina en círculo de un radio visible. Aburre e implican muchas horas haciendo de antena de frecuencias con consecuencias inciertas. Músico puede ser. Depende el target ligas un baño o no; siempre y cuando aceptes comprimir la música a un grito de celo constante. Quienes no tocan instrumentos pueden bajar la ventanilla y subir el volumen del set de temas para niñas. Perder el oído por tener un auto, no es una buena ecuación, menos por tan poco tiempo de goce. Ahora, si lo que piensan es pagar, tal vez la suma no sea tanta en relación a la necesidad. ¡Feliz día de la Virgen!

GSTV - Las Gaviotas, Villa Gesell, Buenos Aires-ARGENTINA /// 8 de Diciembre 2006.
Ilustración: LU+6

miércoles, 19 de enero de 2011

Erotismo gastrónomico

Dos orgasmos diarios, a veces tres.
Es mi cuota de adicto al erotismo cotidiano: sensualidad, perversidad, imaginación, pasión, asombro.
El primero... a la hora en que, generalmente, los bienpensantes duermen la siesta (tres de la tarde).
El segundo por la noche, y, el tercero (que aunque esporádico es bastante asiduo) de madrugada, al despuntar el alba, siempre solitario.
Despertar es una ardua tarea para quien se masturba a la hora del desayuno de los campesinos... Pero retener el semen con ciertos ejercicios de respiración y eyacular después, casi al mismo tiempo en que se dispara el pitido de la cafetera, es un rito sólo para indicados:

    “Café amargo
     Jamón con piña
     Tostadas con miel
     Y un toquecito de whisky para controlar la reseca”

Es todo lo que necesita un hombre como yo: cincuentón, fornido, dentadura sana y esperma urgente (como dice cierta canción sudamericana)
A las 15 horas en punto, aterrizo en mi restaurante preferido. Antes (media hora antes) me comí una docena de ostras en La Boquería, con una copa de cava (Recadero brut nature).
El maître me conoce, y cierta complicidad natural nos permite relacionarnos con la sensualidad de los acólitos en las iglesias. Me saluda, me sonríe, me separa la silla, me entrega la carta... y envía a Luisa, la camarera más atractiva, a servirme una copa de vino blanco chileno: fresco, seco, delicioso (bodega Barón de Rothchild). Esos inmensos ojos verdes y los senos exuberantes me turban lo suficiente como para que el vino cumpla con creces su función: así comienza el rito.
El primer plato es un marisco suave y carnoso (bocas), y mientras lo chupo y lo saboreo imagino los labios de Luisa en mis labios, su lengua cosquillándome en el paladar, como las burbujas de un buen champán.
Mi temperatura corporal sube, mi entrepierna se alborota...
El segundo plato es toda una declaración de principios (sexuales, por supuesto). Rojo, redondo, abundante, crudo... el solomillo palpita sobre una base de pan tostado, y, al abrirlo, como una vulva de mujer generosa, se desparrama en jugo, invitando al amante a poseerlo con voracidad, casi con violencia.
Mis calzoncillos están mojados, y el orgasmo fue tan intenso que me obligo a inclinarme hacia delante. A cruzar las piernas. A sostener el vino de uva Malbec (intenso, con sabor a madera y sándalo) con ambas manos, como asiéndome a una tabla de salvación.
El maître  sonrió. Luisa vino a mi ayuda. Al retirarme el plato me rozó, y una cita tácita quedó confirmada. Al final del pasillo, en el retrete de los empleados, su boca incansable me sorbió lo que me quedaba de vida. Fue una muerte súbita y feliz.
Por la noche suelo ser el sacerdote supremo. Y organizo la liturgia en mi propio templo.
Invité a mi sacerdotisa del mediodía a compartir mi segundo chute erótico y apareció puntual. Más desvestida que vestida, con un escote que incitaba a la guerra sin previo aviso.
Quiso ser la cocinera y yo la dejé. Mientras preparaba una suculenta lasaña con su aire de matrona italiana de revista porno. Puede satisfacer una de mis fantasías preferidas: sodomizarla de pie, mientras mis dedos jugueteaban con sus tetas prominentes y sus dedos, en cambio, no alteraban el ritmo de elaboración de la pasta: una capa de masa, una salsa boloñesa, una de bechamel... “¡Dios mío!”, exclamé de pronto. “¡Déjame prolongar este momento...!” Pero, por desgracia, el reloj de la cocina marcó el tiempo exacto...1 minuto, 15 segundos... y se hizo la oscuridad.


Lelan de Lely 

lunes, 17 de enero de 2011

Eric Kroll fotógrafo fetish.


"No me interesan los desnudos ni las fotos bonitas. 
 Me interesan las fotos que te ponen nervioso" 

Nacido en Nueva York, Kroll estudio antropología, pero se dedico primero a la fotografía de prensa y a la enseñanza. Ha colaborado en medios como "Vogue" o "The New York Times" Libros como "Beauty Parade",  "Fetish Girls" (Taschen) o "The Transformations of Gwen" (NBM) han abierto la puerta a toda una nueva generación de fotógrafos y artistas eróticos








viernes, 7 de enero de 2011

Las Señoritas de Avinyó.









Fotos : Adrian Geralnik / Modelo : Jasone

Cuando fuimos 0



Así apareció la idea de Fatale, en una factura de teléfono vencida, mientras la miraba e intentaba ver como la pagaba. Por supuesto intenté llamar a algunos, que luego fueron colaboradores habituales, pero tenía la línea cortada.

“La primera revista erótica de tendencias” fue el lugar que intenté darle, porque de hecho lo era. También me excuse argumentando que me era difícil explicar qué era Fatale (una revista erótica, una revista de tendencia, las dos cosas…) sin caer en la retórica. Hoy puedo decir, por suerte, que me es mucho mas fácil y placentero caer en Fatale que explicar la retórica. También, en ese noviembre de 2004, advertía que no se extrañen si en algún rincón de sus paginas aparecía el cura de la iglesia del barrio iniciando la misa en el nombre del Yo, del Superyó y el Ello ( Amén) o que el padre del psicoanálisis invite a sus fieles a confesarse en su diván, y me preguntaba algo que aun hoy, luego de algunos años, me sigo preguntando ¿hay alguna diferencia?.

Lo cierto es que aquí esta Fatale otra vez, sin la dificultad de editar una revista en papel, y que me supuso alejarme de todos aquellos que tienen algo que decir o enseñar dentro del erotismo, y sobre todo, alejarme de ese entrañable grupo de seguidores que en sus dos números de vida no pararon de alentar el proyecto desde que fuimos 0

Andrés Casabona


Portada Nº 0 Noviembre 2004
Foto: Juan Lafita / Modelo: Sandra G

Relato: Las risas no tienen acento.

Las risas no tienen acento. Uno no puede saber con certeza quién se está riendo a no ser que empañe la risa con alguna declaración rugosa, delatora. Con el llanto es lo mismo.

Aquella noche pringosa intentaba dormirme en aquel cuarto caribeño, que se salvaba de la demolición moral porque quedaba a orillas del cielo líquido. El mismo cuarto en Constitución sería un recinto de amor travisteano y cocainomaníaco. En cambio, como no tenía travestis ni cocaína, intentaba dormir. Me había podrido de ver las olas amenazando con llevarse todo y que se quedara siempre en el amague. En algunos momentos rogaba que todo se transformara en un verdadero Krakatoa. Al notar la falta de determinación del océano, cómplice de la mía, intenté irme a dormir después de tres whiskys y dos porros.

Los hoteles fuera de temporada siempre parecen decadentes, o lo que es mejor: antiguos, anacrónicos. Parecía un antiguo antro lujoso en un país que había tenido su apogeo en la década del treinta y en el que habitaban fantasmas de escritores alcohólicos. En el segundo, decía el encargado, había pernoctado un tal Lowry, días antes que lo vinieran a buscar con una ambulancia después de las denuncias de tres prostitutas. No es que les quisiera pegar, ni mucho menos. Es que en lugar de acostarse con ellas, las desnudaba y las hacía posar como un pintor, pero en vez de pintarlas las escribía a ellas, literalmente. Yo deducía que la anécdota era apócrifa, ya que faltaban un par de botellas de por medio para que la historia tuviera algún asidero. Lo único que me hacía dudar era de donde había sacado el conserje el nombre de culto.

Mientras giraba entre las sábanas, como si estas fueran un chiripa meado y yo un mocoso incomodo, oí como se reía la pareja borracha. Ella, beoda y escandalosa, una mujer que tenía ganas de que algún huésped se asomara a verla, para ella enseguida hacerle un gesto obsceno y así reafirmar su condición de femme fatale. Lo que quedaba por descubrir era si el cuerpo le daba para su papel privado de Gilda. Él, seguro un caballero que intentaba silenciarla entre risas amigas y lúdicas, también iba borracho, pero entre las risas había un handicap de quince años a favor de la damita descocada y veinte a favor del pedrigge etílico del prócer. Escuché los pasos que cortaban la sombra de la rendija de mi cuarto y se detenían enseguida haciendo sonar la llave contra la cerradura, prolegómeno metafórico del futuro más cercano. A esa altura de  la premonición ya me encontraba del todo despierto y con la mano hurgando bajo mi calzoncillo. Era evidente que tenía que destapar mis orejas y  resignarme a vivir el insomnio con placer. Los primeros franeleos no se hicieron esperar, la actitud beligerante de ella se dejaba escuchar ante la pasividad del caballero silente. Después de minutos de escuchar las provocaciones de mi Gilda, siempre de manera oral, o para ser más explicito, con palabras  y silencios también orales, yo esperaba alguna reacción, del muchacho del filme, tanto o más que la chica, pero por lo visto, o mejor dicho por lo oído, el caballero me había defraudado y se encontraba roncando placidamente, y mientras me encontraba con la oreja pegada a la pared y la mano pegada a la pija, imaginé que ella ponía la misma cara que yo cuando deje de masturbarme. Nos transformamos, pared de por medio, en dos desilusionados. Mientras yo iba hasta el baño a refrescarme la cara sentí el portazo y el taconeo que regaba mi puerta. Volví a la cama y ya fue imposible detener el alud de fantasías. No tardé más de diez minutos en vestirme y bajar al bar del hotel. Nunca supe si el bar abrió para la ocasión o permanecía abierto las veinticuatro horas aunque no hubiera clientes. En ese momento éramos  cuatro personas en el hotel: uno durmiendo, seguro soñando con la posesión sexual de alguna ninfa de antaño, y babeando la almohada; otro haciendo el papel de conserje, barman, confidente ocasional y lustra copa de franela; y otros dos jugando a ser románticos de bar sin consuelo. Una ya sentada, con un whisky  pasado de ámbar acariciado sin interés  y con la seguridad de que espera a alguien que sabe que va a venir seguro aunque se retrase; y el otro, yo, simulando que no iba a sentir ningún tipo de vergüenza y asegurándome a mi mismo que debía jugar un papel como si fuera un actor experimentado, sin importar el resultado final. Solo debía divertirme.

Ni bien me acerqué, jugó su rol con minuciosidad y sin alardes de sobreactuación, facilitándome la seducción y poniéndome en el lugar del partenaire, dándole los pies para que ella se luciera. Entendí el pacto que me proponía a los ojos del barman que estaba gastando el vidrio de una copa volviéndola arena. Me miró apenas llegué  y golpeando el taburete que tenía al lado me hizo sentar como un domador a la fiera. Sabía que iba a llegar, pero ¿sabía que había sudado mi oreja contra la pared? ¿todo el tiempo se adelantó a la historia? O quizás eran una pareja swinger y esa era la manera engañosa que utilizaban para atrapar moscas desprevenidas, ya que entre ellos no cabía lugar para la perfidia. Pero todo eso lo pensaba mientras ella insistía, palmeando el falso leopardo que enmascaraba al taburete no demasiado alto para sus piernas blancas, tan blancas como pueden ser las piernas de una  morocha que jamás toma sol. Me senté obediente y tomando un aire de malandra  yanqui pedí un ron “Sin hielo”. La voz me salía justo como no quería que saliera, pero eso lo pensaba yo. Uno nunca se escucha la voz. Es injusto que uno muera escuchando su voz únicamente en mensajes de contestadores automáticos levantados a destiempo, y casi siempre entremezclados con otras voces viriles que siempre nos suenan mejor que la nuestra. El único consuelo es que a los otros galanes les pasa lo mismo, como a nuestras veneradas. La desazón del humano es inherente a su condición de competidor.

A los cinco minutos de hablar trivialidades fue tan directa como puede ser una mujer a la que otro hombre le humedeció la vagina hace veinte minutos. Las pijas se bajan, las conchas no se secan. Hace tiempo un mozo me dijo al verme pasar una oportunidad: “La mina que no te cojes hoy, no te la cojes más”. Si bien esto no es una verdad cabalística, habitualmente se comprueba en nuestros fracasos. ¿Cuántas veces decimos “Pensar que me la podría haber cogido”? Seguro más de las que decimos “Cómo me la cogí”. Cuando pasó el tiempo de comprarse el paraguas, te mojaste.

Así que teniendo como constitución aquella premisa que bandereaban los mozos, no tardé mucho tiempo en volver en líneas rectas las parábolas que venía insinuando la mirada enmarcada por rulos azulados.

El camino hacia mi cuarto estuvo plagado de peajes de besos. Parecía que ninguno de los dos quería avanzar sin lengüetazos indiscriminados. Debe existir un instante del preludio sexual en que es tanta la calentura que no importa por donde viborea la lengua. Basta con sentir un aliento ecuatoriano y una humedad espeleológica. La calentura pasa por una acción simbólica. Alcanza con que se haga algo que espera el otro, si esta bien o mal hecho es lo de menos, la perfección del acto esta dada por nuestra conformidad y nuestra venia para el potencial que alcanza en nuestra fantasía. Si hay voluntad, siempre se besa bien, y todos tenemos voluntad para dar. Un amigo mío lo llamaba actitud. Si hay actitud hay final feliz, o por lo menos hay final.

Me da vergüenza, pensando que soy un escritor, contar como cojimos. Es que ya se ha contado tantas veces, yo mismo lo he hecho tantas veces que sería imposible narrar absolutamente todo lo que hicimos sin caer en el autoplagio. No podría dejar de vilipendiar, palabra también usada por mí para excusarme de ser explicito, al sexo, si contara todo lo que se le ocurra a la sexualidad de un humano. Lo único que voy a detallar, y  porque viene al caso, es que era extremadamente apasionada y gritona. Parecían aullidos de dolor. Solo yo, el mozo y alguien que hubiera visto todo el flirteo previo, sabía que los gemidos, exagerados o no, se debían al fregar genital y no a una contienda conyugal.

Por supuesto, como corresponde a un paranoico en potencia, pensé que después del tercer polvo o exageraba, o quería que se enterase nuestro vecino-marido-cornudo o ¿cómplice?
Ella me tranquilizó. “Es viejito, y cuando bebe, mezclado con las benzodiazepinas (Recuerdo que me sorprendió el termino), duerme, para mí, sin siquiera soñar”. Eso me relajo, después de todo era su... su. Su lo que fuera. Hablaba un castellano distinto al mío, lo que le confería sensualidad extranjera.

Se fue alrededor de las seis de la mañana, dejándome con la piel del prepucio totalmente sedosa y servil, domada y desmañada. Ni siquiera recuerdo bien el último beso.

Mientras me balanceaba en ese aeropuerto que oscila entre el sueño onírico y los vestigios de la realidad escuché unos gritos. Me sobresalté. Era la voz que hasta hacía unos minutos me sugería actividad a mis oídos, pero esta vez impregnada de angustia, de disculpa, y se sumaba otra voz, más grave que no tarde, ni tardara el lector, en adivinar de quien era. La trataba de puta, de meretriz, de buscona y de mil sinónimos de la antiquísima palabra. Parecía que el patricio caballero estuviera recopilando los insultos en vez de destinarlos a causar daño. Escuche ruidos, golpes. Y yo que no me decidía a intervenir. ¿Cuál es el lugar de caballero? ¿defiende  a la dama golpeada o se solidariza con el pobre cornudo y dice a cualquiera le puede tocar? ¿Separa la contienda para que la sangre no llegue a la rendija de su puerta o no interviene asumiendo un papel protagónico de culpable corneador? ¿Qué haría el de la habitación de al lado?

Cuando me decidí a intervenir, para mi alivio, cesaron los ruidos. También me di cuenta que mientras cavilaba y decidía si actuar o no actuar, había dejado de escuchar por lo menos dos o tres minutos. No pasaron diez segundos que sentí la puerta de la habitación de mis vecinos. Temblé. Venía furioso por mi. Debía armarme de valor, o sea despojar el miedo que me paralizaba desde que escuché el primer golpe y que disfracé de duda, aunque era miedo.

Los siguientes instantes fueron tragicómicos. Golpearon a la puerta y casi me meo. El macho cojedor de minutos antes estaba irreconocible. Me mordía los bordes de los dedos. No tenía ni filo para comerme una uña. Me reía de mi, mientras me agachaba para ver por la rendija de la puerta. Quien me estuviera viendo se reiria de la ridiculez  de mi pija colgando, la imagen de mi culo guiñando un ojo, y yo tratando de ver por debajo de la puerta los pies de mi matador. ¿Qué quería saber mirando por debajo de la puerta? ¿Estaba tratando de identificar la talla pédica de mi asesino o intentaba ganar tiempo mientras buscaba estampa de gallardo en algún archivo secreto de mi memoria?. Hacía minutos había chupado unos dedos de pies y mi memoria almacenaba unos pies idénticos a los que se insinuaban bajo la puerta. Era ella. Por el momento estaba salvado.

Abrí la puerta como había pensado que abriría el día que tuviera miedo. Esto era poniendo el pie  sobre el borde inferior de la puerta y balanceando el peso cual si fuera una computadora creada para balancear pesos paranoicos dispuestos a cerrar puertas en segundos, aun a costa de cercenar algún dedo de nuestro presunto enemigo. Pero no había peligro. El alivio se sintió en los pulmones.

Ni bien entró, me tomó de la mano y gimió ayuda. Estaba visto que viboreaba en un problema, y a las pocos segundos de la didáctica explicación, tuve la certeza de estar yo también en un problema.

En síntesis: Se le había ido al humo aprovechándose de su borrachera y lo había ahogado con la majestuosa almohada de goma espuma.
-Me tienes que ayudar... además van a pensar que fuiste tú.- Me miraba fijo, amenazando ayuda.
-¿Y por qué mierda van a pensar que fui yo?
-Porque si no me ayudas  se los voy a decir yo.-Afirmo señalándose con el dedo el pecho, acentuando la o final, fingiendo un mea culpa de misa.


Que ella se refiriera a mi próximo interrogador en plural ya era intimidante. Me la imaginaba declamando ante unos diez policías de pelo prolijo mi culpabilidad, y yo sin poder luchar contra sus pechos petroleros bajo un deshabillé, o como mierda se escriba, raído. Decidí ayudarla más por tedio que por caballerosidad y más por reciprocidad que por miedo. Y me convencí al verla bambolear las caderas mientras íbamos a su habitación. Me sorprendí a mi mismo al no sorprenderme ante el cadáver. Debía ser el quinto o sexto muerto que veía en mi vida, pero el primero recién enviado y al lado del remitente.

Mezclar la sexualidad que a ella se le caía con el trabajo de funebrero que me tocaba desempeñar sin chistar, sería de mal gusto y dudo que enriquezca la narración. O quizá sea una excusa por no poder, debido a la estupefacción que me licuaba, contar con precisión y delicadeza el entierro, realizado con la arena más delicada del lugar, a unos metros del hotel deshabitado.

Por suerte el viejito que hacia a la vez de conserje y gerente se encontraba soñando y ni se mosqueo, aun cuando pasamos con el finado por delante de él, con una excusa preparada por si bizqueaba, y no tuvimos problemas para el funeral. Ella ni siquiera lagrimeaba. Parecía encontrarse ante un acto ensayado y me sorprendió encontrarme en el lugar que no hubiera deseado en la película. Hubiera preferido ser el que da las indicaciones a  la dama que tropieza, y nos pone nerviosos, porque no se saca los tacos altos para correr en el barro. Era todo al revés, era yo el guiado en mi nuevo trabajo de enterrador.

Después del “tramite”, a partir de ese momento lo llamamos tácitamente “tramite”, dormimos juntos, y no me avergüenza decir que estaba pensando en cosas distintas como para concentrarme en repetir la faena de un muchacho distinto que ella había conocido horas antes. No fue un bochorno, fue una puesta en su lugar. Había quedado demostrado que no solo me tenían que guiar en un entierro, sino que después los recuerdos no me permitían repetir antiguas performances.

Desayuné después  de mucho tiempo, debía llenar con medialunas los divertículos abandonados de mi inconsciente corazón. Ella se sonreía como si nada hubiera pasado y el conserje-sereno-mozo (solo le faltaba ser enterrador), miraba las promisorias tetas bajo el vestido famélico mientras servía el café ¿Se imaginaba los pezones como los había saboreado yo? ¿los había saboreado? ¿Sabía que eran gigantescos, una suerte de peñón, y bienhumorados? Era imposible conocer las fantasías del amigo y menos si había sido participe no invitado de la inhumación. Las tetas de Zuleika eran tan distintas a las de un hombre que no podían dejar de calentarme. Si su pezón hubiera tenido unos centímetros menos de diámetro no hubieran sido tan sensuales. No transo dureza por tamaño.

Siento que la historia debería respetar una formula más utilizado en los cuentos, pero quizás este no sea un cuento, y  no hay más historia que la que conté. Al menos para mí es bastante traumático enterrar a un señor que vi por primera vez en mi vida, ya muerto. Para ella era un asunto que parecía haberlo hecho más de una vez. Yo intuía que no era de esa manera. Sus modales de falso desinterés se veían afectados por la situación real: Haber matado a un tipo.

Quitar la vida debe ser mucho peor que ayudar a eliminar el rastro del hecho funesto. No puedo concebir una mente, después de matar, que no esté lista para hacerlo nuevamente, es como el perro que probó sangre o el himano que chupó un genital. Los vicios no se abandonan.

Después de esa mañana no la vi más. Supe poco de ella, excepto que era del lugar, y al cabo de unos años, cuando volví a pararme al pie de los cocoteros, rememorando momentos más lindos que el del funeral, pero en el mismo lugar, se me acerco el mozo-conserje-cómplice-etc. Me dijo que me recordaba. Yo no pude dejar de recordar que un piropo dicho a tiempo por él me hubiera salvado del problema, y que ese mozo, conocía una parte importante de mi vida, que conocía una historia que ni siquiera era mía.


 Ruso 26/04/2001

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by Jordi Duró

Un coño como una espuerta. Por Carmen Izquierdo

A los españoles nos encanta hablar de los genitales y meterlos en todas las conversaciones. ¿Será por aquello de «Dime de qué hablas y te diré de qué careces»? ¿Se trata sólo de un vicio o de una muletilla del lenguaje?

Corre por internet un escrito sobre las acepciones de la palabra «cojones», publicado hace tiempo en la prensa. Ya entonces se me ocurrió que la palabra «coño» no se queda atrás en sus numerosas acepciones, así que permítanme compartirlo con ustedes. Que lo disfruten.

Utilizado con el verbo tener, puede indicar pachorra o pereza: «Tiene un coño que se lo pisa»; con admiración la cosa cambia, ya que indica que aquella persona es valerosa: «¡Menudo coño tiene!». También hay que subrayar el valor recriminativo: «Ya tiene el coño bien negro para hacer ese tipo de cosas». Con otros verbos se utiliza para amenazar: «A esa le rompo el coño». O para pasar a la acción: «La arrastro del coño».

Hay que destacar su valor de complemento circunstancial de lugar en determinadas frases: «Vive en el quinto coño city» o «Vive en el quinto coño».

Los tiempos verbales cambian el significado: el presente indica molestia: «Me toca el coño tener que ir hasta allí». El modo reflexivo transmite cierta vagancia: «Se toca el coño»; el gerundio también subraya el vaguerío: «Se pasa el día tocándose el coño».

¿Y qué ocurre con los prefijos y sufijos? Pues que modulan su significado; por ejemplo, en- expresa dependencia hacia otra persona: «encoñado»; -azo indica hartazgo: «¡Vaya coñazo!»; pero si a la raíz coñ- le añadimos –ón, tenemos un adjetivo que expresa cachondeo: «Es muy coñón».

Las preposiciones aportan un matiz determinado a algunas expresiones: de indica calidad: «Me lo pasé de coña»; con expresa valor: «Salió adelante con un coño así de grande» o «Salió con el coño por delante»; hasta indica el límite de aguante: «Estoy hasta el coño de mi jefe»; por expresa voluntad de ejecutar una acción: «Por mi coño que esto lo hago».

La forma aporta significado, combinándola con el comparativo: «Hacía tanto frío que se me quedó el coño tieso» o «Tenía el coño más arrugado que un higo». Y no digamos el tamaño: «Tiene el coño más grande que una espuerta», aunque seguramente no hay coño más grande que el de la Bernarda.

La expresión «¡Coño!», que tanto le gustaba a Camilo José Cela, tiene un matiz de sorpresa o admiración. Cuando una se entera de alguna noticia sorprendente suelta aquello de «¡Tócate el coño!», pero si está cabreada y decide hacer su santa voluntad exclama: «¡Lo hago porque me sale del coño!».

En fin, que si la palabra «cojones» tiene cantidad de acepciones, «coño» no es para menos, muy a pesar de melindrosos, cursis, remilgados, mojigatos, casposillos, pejigueros, pepés (sí, con acento), detractores del castellano, sectores clericales, etc., que no utilizan este vocablo en público, pero que en privado se hartan de él y de ello.


Erotismo

Me piden que opine sobre el erotismo. Debo aclarar que erotismo es pasión fuerte de amor y que pasional es lo relativo al apetito o afición vehemente de una cosa especialmente amorosa. Aquí aparece claramente expuesto, diría que hasta por definición, que es imposible hablar de erotismo cuando se pretende separarlo de la pasión y el amor. Me resulta interesante que así sea, porque de ese modo dejamos de bastardear palabras por el hecho de utilizarlas con una vaguedad alarmante.

Erotismo, pasión, amor, tres elementos que no pueden manifestarse en toda su dimensión si no se expresan y viven al unísono, y esto me complace porque reivindica una palabra por cuya ausencia la humanidad exhibe en estos tiempos la más cruel ausencia de valores, me refiero a la palabra amor.

Todo está concatenado, y en este caso concreto del erotismo, podemos ver que las palabras siguen siendo el elemento de comunicación y comprensión por excelencia entre los hombres.

Justamente por hablar sin darle a cada palabra su verdadero alcance y significación, los hombres hablan pero no se escuchan, no se comprenden.

Me parece fenomenal abordar el tema del erotismo, porque una palabra que aparece devaluada al ser considerada en toda su dimensión, nos ayuda a descubrir que no es un mero término perdido en el lenguaje de la sexología, también ligeramente tratada en diversos medios con el fin de atraer clientes y así dejar de lado su verdadera significación social.

Hablar de erotismo es hablar de pasión y es hablar de amor, de modo que una relación sexual circunstancial, o lo que es peor, furtiva, hace que se confundan las cosas de manera descabellada.

El erotismo no se expresa como tal a través de una relación inesperada, casual, o con la dosis de atracción perversa que puede adosar lo prohibido, por más placentera que haya parecido. Esto es así por cuanto nada en la vida permanece, y menos aun, trasciende, si el amor está ausente.

El arte en todas sus expresiones está inspirado en el amor de quien lo produce, y si el destinatario de este arte, el hombre, no encuentra en la mayor manifestación de amor de su vida el mismo sentimiento, de qué estamos hablando.

Soy un convencido que mi opinión no tiene una ingenua pretensión poética, es más, pasa a ser poética si comprendemos que en el amor se resume lo más bello, lo trascendente y lo sublime de la vida. Es interesante no olvidar que hasta los animales son selectivos, y al respecto no es necesario explicar nada. Erotismo es pasión y amor, y como tal no demanda que se agregue palabra alguna para ser también poesía. Si no es así, estaríamos hablando de pornografía, entrando en el terreno de lo obsceno, y esto es otra cosa.

Por último, y como ratificación de lo expresado, tomemos en cuenta la mitología, de tanta significación en la obra de Freud. En la mitología, Eros es el dios del amor, su mujer Psiques ( psiques en la en el psicoanálisis); ambos tendrán una hija que se llamará voluptuosidad.

Erotismo (eros) + psique (psiquis): voluptuosidad.

El erotismo es inseparable del amor, la voluptuosidad esta dada a los placeres sensuales, es la complacencia en los placeres sensuales, inseparables de eros y psique.


Antonio Casabona