No sé como empezar a hablar del día de la mujer. Cualquier cronista empezaría por esbozar un recorrido meramente histórico, o bordear, si se quiere mayor profundidad, la vida personal de cada una de esas mujeres que murieron en 1857, en el incendio provocado por los dueños de la fábrica en la que esas mismas mujeres se deslomaban manteniendo una cama caliente, y que reclamaban por un máximo de doce horas de trabajo y remuneración en equidad con la percibida por los varones. Sin querer, o circunvalando lo obvio, ya hice la primera contextualización histórica. Sin embargo, la misma es errada, es un anacronismo instalado que no desmerece la lucha de las mujeres.
Si pensamos que esas mujeres pedían 12 horas de trabajo como máximo, podemos inferir con claridad que laburaban, por lo menos, unas catorce horas[1]. Terrible.
De todas formas, todas las historias tienen sus contrahistorias, sus elementos simbólicos que no terminan disonando con el fin perseguido, que sostienen desde el mito la realidad que se cuenta. La cultura de los pueblos ha funcionado de esa manera durante siglos. Por eso, no va a modificarse por un rigorismo historicista lícito el valor intrínseco que tiene, hoy más que nunca, el día de la mujer como lucha por la igualdad de géneros y equidad absoluta a la hora de tomar decisiones que, en definitiva, le hacen a la suerte futura de la tierra.
La versión que da cuenta del incendio del 8 de marzo de 1857 duró, como muchos otros mitos, hasta 2003. A partir de una nota de Dolores Farias, una profesora cearense, se generó una controversia que si bien dio por tierra con un relato instalado, no restó fuerza al impulso que han cobrado las mujeres y al valor de contar con un día de reflexión para alcanzar la equidad y la justicia para con el género que más amo. No muchacho, no alcanzará con regalar unas margaritas o unos jazmines, sino que será necesario reflexionar para empoderar al género femenino en cuestiones políticas, sociales, laborales y afectivas hasta lograr el equilibrio.
De todas formas, todas las historias tienen sus contrahistorias, sus elementos simbólicos que no terminan disonando con el fin perseguido, que sostienen desde el mito la realidad que se cuenta. La cultura de los pueblos ha funcionado de esa manera durante siglos. Por eso, no va a modificarse por un rigorismo historicista lícito el valor intrínseco que tiene, hoy más que nunca, el día de la mujer como lucha por la igualdad de géneros y equidad absoluta a la hora de tomar decisiones que, en definitiva, le hacen a la suerte futura de la tierra.
La versión que da cuenta del incendio del 8 de marzo de 1857 duró, como muchos otros mitos, hasta 2003. A partir de una nota de Dolores Farias, una profesora cearense, se generó una controversia que si bien dio por tierra con un relato instalado, no restó fuerza al impulso que han cobrado las mujeres y al valor de contar con un día de reflexión para alcanzar la equidad y la justicia para con el género que más amo. No muchacho, no alcanzará con regalar unas margaritas o unos jazmines, sino que será necesario reflexionar para empoderar al género femenino en cuestiones políticas, sociales, laborales y afectivas hasta lograr el equilibrio.
En la investigación publicada en la revista Brasil do Fato N° 1, de marzo de 2003, la profesora Dolores Frias, de la Universidade Federal do Ceará afirma que existió una confusión entre la solicitud realizada por Clara Zetkin, en recordatorio de la mítica huelga de 1857, y el incendio de 1911 en la fábrica Triangle Shirtwaist Company, un 25 de marzo de 1911 en el que murieron 146 mujeres, en su gran mayoría inmigrantes italianas y judías. La autora del artículo, basándose en un libro de la....