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lunes, 28 de marzo de 2011

Dos pajas en nebraska



La primera mórbida; la segunda extática. No sé a que fenómeno extraño de la química se deba, y como actúan determinadas drogas naturales del cerebro en la psiquis, que siempre producen un letargo opiáceo que calma todos los dolores, incluso el provocado por la abstinencia de amor.
La imagen en sí es calamitosa, un derroche de absurda melancolía, un homenaje a Anhedonia, un no decir en Argel bajo el sol tórrido del meridiano de los pueblos del mediodía, una ominosa llamada al consuelo, que se niega por elusivo y amorfo. Anafrodisíaco en sí. Un hombre desnudo, con un pene fláccido en la mano y llorando contra una almohada, un tótem del pavor a la pérdida. 
Si ahondamos un poco más en la búsqueda infructuosa del hombre, ya que suponemos por su pene moribundo que el onanista no halla la imagen que anegue los cuerpos cavernosos, así, castellanizado por gusto y asonancia, veremos que hablar de infructuoso en los casos de erecciones no es del todo correcto. Los casos en que los hombres gustan muchísimo de una mujer, y que ese terrible objeto de lascivia torne impotente al hombre  son abundantes(a veces lo que no podemos los hombres es creerlo). 
Para no alejarme de la cabeza del pobre pajero, es menester aclarar que él encontró el resorte adecuado para disparar endorfinas excitantes. Y que si llora y aún así se aferra a su pene, es porque, pobre, él creé que lo debe calentar ver a su mujer viendo a otro, y en su dolor de certeza busca acomodar las piezas en forma errada, pretendiendo que los triángulos encastren en los cuadrados; y lo que es peor es que de a poco lo va logrando, y vemos como el color amarronado de la piel gastada de un pene masturbadísimo se va estirando y va amoratándose, pero solo por pocos segundos, ya que en cuanto el hombre ingresa al cuarto (ficticio, se entiende, existente de cruel realidad en su elucubración pajeril) en donde está la pareja, el pene alcanza una dimensión importante dentro de los estándares normales.}
Durante unos segundos la torre parece desmoronarse, ya que el hombre que se quiere acoplar al trío queda impávido, y mira como observando una pesadilla. Una imagen irreal y onírica. La mira a ella y la columna se hace trizas, ve su dolor en los ojos de ella, ya cicatrizados, aunque con costurones aún asomando tras las rayitas negras que cintilan sobre el iris color corzuela. Ella sonríe triste, mientras el tercero en cuestión le chupa las tetas, le estira los pezones como si su boca tuviera un hueso que accionara, como la trompa de los peces, un órgano chupador del fondo de una pecera estéril. En el mohín lastimado el hombre encuentra la comprensión necesaria y, aunque a regañadientes, logra una erección que puede ser nominada de tal forma, y se entrega a tocarle la concha suavemente, abriendo los labios dehiscentes que se van perlando de gotas minúsculas surgidas de placeres mayúsculos; y el infeliz en el reino de Onán, ya que en el real “Vini, vidi, vici”, disfruta agarrándole el culo con fuerza e intenta besarla y la boca está ocupada. 
El interventor la está besando con la lengua plana, esto quiere decir que le pasa las papilas gustativas, la zona mas tersa de la lengua, por la misma sección del apéndice de ella. 
Él está contento, su erección lo dice todo: venas colmadas, tránsito furioso, glande como el techo de un gnomo, y la saliva de ella como el Guadalquivir lorqueano. Fue capaz de llevar la fantasía hasta la Indochina francesa, y recorre con sus manos los pechos mientras ve como ella exhala un gemido y mira hacia abajo. El mentecato del limbo está entre sus piernas devorando como un sonámbulo diabético un melón en el Sahara, y ella no para de gemir; y él con la pija parada, arada escribí fallidamente, ve como ella suelta su boca, se despega de sus jugos y se arroja a un sesenta y nueve frenético, llenándose la boca de otro y gozando desenfrenada, liviana, descomedida se podría agregar, si no fuera a abarrocar demasiado al texto, queriendo exprimir el miembro, más pequeño, para reafirmar, en este caso con total certeza, que el tamaño es lo de menos, excepto para la estética. 
Ella chupa mientras el hombre que ya no llora porque se olvidó, y logró, mientras besaba y acariciaba a su amor, una erección decorosa. 
El soñador se sigue pajeando aprovechando el envión de calentura, y tratando de ralentizar la imagen lo más que puede, infructuosamente, ya que el convidado empieza a acabar, mientras ve como la boca de ella no llega a cerrarse del todo, dejando escapar el líquido proteico por las comisuras y porque se desborda, micciona entre estertores. Y el que recién lloraba ahora le toca la concha a ella, tratando de pernoctar en tierra autobesante, de exorcizar de la forma más salada y cruel, de una vez, la falencia de amor, y comprueba, mientras su polvo mancha su estómago, sus sábanas, y en otro lado el culo de ella, que en aquel páramo de su interior, aún estaba con ella. Mientras ahí mismo, mientras siente que el culo de ella se dilata y se cierra en espasmos nerviosos, de frecuencia impalpable para alguien que no esté caliente, aunque vea a simple vista el guiño espasmódico del ano… Cuando le toca la concha la siente más mojada que nunca y sabe que está acabando.
Él sospecha que acabó cuando sintió el semen del otro en su boca. Solamente porque le hace más daño.
 Mientras se seca con las sábanas y rememora la paja, también piensa que si la emisión de la fantasía hubiese transcurrido con los roles invertidos, él pensaría que ella alcanzó el clímax con la mano de él. Misterios de la decantación de los vestigios del amor que siempre duelen y siempre, pero siempre, dan un manotazo que encuentra la tabla salvadora, dispuesta circunstancialmente, si se es no creyente, o por la mano de dios, según cual sea el credo que alimente la penitencia y la resignación del lector. 
Esto lo podemos comprobar fácilmente, observando nada más al que recién lloraba, amarrado a una almohada, y también acababa, tratando de matar al dolor que le impone la impostura; y por supuesto, como todo lo inquisitorio, no sirviendo de analgésico; y lo reafirmamos cuando asistimos a sus devaneos y lo vemos sonriendo, recordando una de las primeras veces que se acercó al hogar donde proyecto morar su simiente, y torpemente le estampó un chicle en el vello púbico, y a la larga en Nebraska (acaso en estas pajas, que se llaman en Nebraska porque el tipo no encontró un lugar más impersonal para hacerse la primera. Y la segunda en el mismo lugar por comodidad. Y porque cuando el recuerdo es cálido se prenden hogueras para festejar, también, por qué no; y porque suena a palabra india, que es linda y misteriosa, tan elusivas como las conexiones cerebrales que actúan como calmante y en la autosatisfacción cumplen su cometido. No para de lembrar la risa de entonces, condimento esencial en el amor de estos dos que recién tuvieron un invitado.
Si ahora vemos la imagen que antes nos dio pena, cambiando solo algunos detalles, como por ejemplo el pene flácido y la almohada ahogando al lloriqueante, podemos ver a un hombre buscando placer solo; pero con otro semblante. Este está caliente de verdad, y cuando curioseamos sobre su placer genuino, lo vemos mirándote, y cambio de persona, porque como te habrás dado cuenta esto es para vos y es personal, como las pajas. Y te recuerdo como antaño, riendo y cogiendo, probando la piel del otro, los humores del otro, analizando sus sucos y entrañas;  y comprobando al instante no solo que no dan asco, sino que excitan, que conllevan exigir mas jugos y más besos, y más adentro. ¡Que lindo! Veo su erección mientras se sacude la verga con un ritmo sin bronca, con cadencia. Su respiración va llevando el polvo a la instancia justa. Se podría decir que con el recuerdo adecuado estamos asistiendo al acto masturbatorio efectuado por un especialista con timming perfecto entre imagen y cosquilleo, y lo podemos prever a su placer, cuando mira los ojos de ella y embiste hasta el fondo besando su alma y sintiendo su beso, tensando los pies porque no se puede más; porque se podría llegar a llorar de placer, y es eso lo que hace nuestro pajero, ahora más querido, estallar en un orgasmo suculento mientras llora. Éxtasis sin duda que desmerece al anterior, y que exactamente eclosiona en la base de su cerebro, para desparramarse como hilos de lava, incluso hasta el tejido queratinoso de sus uñas, en el instante exacto en que siente el espasmo de ella y la mira a los ojos, y la reconoce, por fin, íntima y de otro.

Ruso.

lunes, 21 de marzo de 2011

El culo de ella

“Un culo apasionado, esas nalgas, carne sublime, alma pura, pulpa fina, purísima redondez, blanca, rica, estriada de azul, esa raya de excitante perfume, de un rosa oscuro, generosa y carnosa"  Paul Verlaine.


Decirle cola sonaría más suave, pero como escribía el poeta Verlaine, llamarlo así, además de ser su nombre exacto, tiene una resonancia erótica que de otra manera no se podría simbolizar.
Cuando la conocí, fue reticente en ofrecerlo, pero después los días, el deseo compartido fue aflojando sus resistencias y dejó que lo mirara obsesivamente, porque no me parecía nada común, y mis fantasías se dispararon. No se si es imaginación mía, ya que los culos pueden ser de diversas formas, alzados,, caídos, redondeados, manzaneros, intrascendentes, chatos, perfectos pero sin atractivo alguno.
Pero el de ella me mostró una realidad que no conocía, o solo es producto de mi desbordada creación.
Cuando lo vi por primera vez sentí que su voluptuosidad me desbordaba y ahora que comparto muchas noches con él, siento que se ha apoderado de mi voluntad. No puedo mirar otros, siempre está siempre se me aparece. Y no sé si es sueño, si es realidad pero ahí está y veo como el comienzo de esa raya rosada termina en un laberinto almendrado húmedo, con pelito cortos y ralos que anuncia la magnificencia de sus profundidades.. La piel se oscurece un poco más cuando se va entrando en él con la mirada, y antes de explorarlo solo cabe dejarse estar en una contemplación larga y dilatada para poder nutrirse de la belleza de sus formas.
Es sólido, caliente, y al tocarlo es como si todas sus terminaciones nerviosas se pusieran en alerta porque la caricia lo despierta. Al abrirlo despaciosamente para que ella vaya sintiendo cada vez más sensaciones que le den placer, se ve el esfínter oscuro, con rugosidades en la entrada como todos, pero con el notable contraste de la piel interna, las mucosas  de un color rosado que se hace más intenso cuando la saliva permite abrirlo con cuidado. Es espléndido y movedizo, como si desprendiéndose del cuerpo que lo contiene, se convirtiera en un inacabado generador de placeres.
Desde esa primera vez, sus formas crecieron en mi imaginación, tomando dimensiones indefinibles, acurrucándose a mi lado para que le diera calor en el invierno, o exponiendo su belleza para recibir un masaje, caricias o besos que lo traspasaban.
Hace meses que lo contemplo en su pura realidad, en sus posiciones distintas. Cuando ella duerme lo veo de costado descansando una nalga sobre otra, con la raya rosa dividiendo esos dos alucinantes hemisferios, semicirculares y armónicos. Otras veces está exuberante, cuando ella está boca abajo, desafiando el espacio con su redondez voluptuosa, mientras unos  pequeños pliegues tocan el principio de sus muslos. 
Cuando  me lo ofrece  puedo contemplar su textura opulenta y graciosa y tocar su blandura suave y blanca
Las nalgas siempre se dejan acariciar lentamente, y se van abriendo hasta que mis manos las separan aun más y  se ve esa piel surcada por los pelitos imperceptibles que parecen defender la entrada mágica, la entrada al misterio
Allí encuentro ese esfínter, mostrando un universo distinto,  honduras calientes en un agujero de formas irregulares, donde se mezclan los colores de la piel, y donde las rugosidades de la carne son como el principio de un abismo, y el comienzo de un viaje sembrado de sensaciones al interior de ella.
Los pliegues tenuemente amarronados y rosa oscuros  son de una refinada exquisitez y de una fulgurante animalidad  que siempre presagia goces muy intensos, pero en extraña simbiosis se ve en él la pureza adolescente que todavía no ha sido explorada, ya que las pocas penetraciones no han dejado huella es ese sublime espacio de carne tibia.
Ver el centro palpitante cuando se abre y exhala el olor de la noche y de las madrugadas, es reconocer allí todos los misterios inefables de la sexualidad, donde se unen la hembra, la mujer, la adolescente que todo quiere descubrirlo.
Su culo es como una geografía multiforme que no me canso de admirar. Es como un pequeño universo donde se encuentra todo lo que uno busca: los olores, los sabores, las formas, los distintos colores de la piel y sus diferentes texturas, el calor de la piel que cambia, y solo queda hundirse en él, ver como la nariz se nutre de sus aromas y la lengua se impregna de esos sabores milenarios 
En el primer encuentro  no se animó pero después fue mío sin limitaciones.  Y cuando acaricio ese túnel luminoso, el maravilloso espacio cerrado se dilata con lentitud y sus secreciones húmedas se mezclan con mi saliva  me cubren la yema de los dedos que se quedan brillando como si reflejaran un mar extraño o se derraman sobre mi nariz y mis labios que se enriquecen con esa savia brumosa y exquisita.
Lamer el culo de ella, es como olvidarse de la propia vida, para hundirse en un océano de sabores dulces y salados, sentir sus sustancias untuosas, ver como se transforma la carne por medio de una alquimia en puro amor hacia ese espacio que se apodera de mis ojos.
 Al hundir mi lengua en él ella tiembla, lo cierra y lo dilata con una simultaneidad de cadencias que erizan la piel. Las nalgas se contraen y se aflojan,  su cuerpo se mueve mientras los gemidos suaves surgen de su boca y se deja hacer porque está sintiéndose a si misma.
El culo de ella es un espacio sagrado, desbordante de vida y plenitud, y ya no puedo dejarlo.
Es bellamente salvaje,
Es suave, cálido, apacible y tibio.
Es como los volcanes que vomitan fuego
Es como un fragmento de la eternidad,
Como el destino.
Es una forma inmensa de tanta pasión
Que no lo olvido.
Es la carne hecha amor que se derrama,
Una parte indivisible de mi mismo.
Culo chupado, saboreado, lamido,
Olido, penetrado, acariciado,
Mirado, extrañado.
Espacio del orgasmo y del deseo
Espacio de la vida y de los sueños.
Penetrar ese culo adolescente no fue como otras veces, en las que el deseo de la piel lo hizo inevitable y fueron momentos que viví fragmentariamente, sin continuidad.
Penetrarlo fue  como si ella se apoderara de mi voluntad  y me es difícil apartarme ya que allí hay un calor animal, salvaje, primitivo que succiona mi pija para que no lo abandone más. Hay allí sensaciones distintas a la vagina, donde soy yo y puedo seguir siéndolo, pero en él todo cambia y soy como un esclavo sometido a sus formas, a sus deseos inevitables.
Cuando me alejo de ella, porque siento que me enajena la voluntad, son unos pocos días, porque la noche anuncia que viene a apoderarse nuevamente de mi. Su cuerpo aparece bello y estático y el culo avanza hacia mi, se abre, se apodera de mi cuerpo, me llena de sus olores abismales, me nutre con sus humedades, y ya no puedo escaparme.


En la tarde del domingo 13 de marzo


Angel Asiayn 

lunes, 14 de marzo de 2011

Modelo vivo

Mi ex me invitó a hacer de modelo en una clase de “chupada de pija”. La clase la pidió su nuevo grupo de amigas, siete minas entre 27 y 37 años. Su idea era hacerlo con un consolador, pero la convencí. No importa que obtendrá a cambio. La cuestión es que el sábado que viene tengo que estar media hora antes de la clase magistral, y tengo que procurarme una capucha efectiva. No verlas y que no me vean; fue el trato. Está bien.
Nada importante puede pasar en estos días. Nada puede motivarme, ni distraerme. Cada vez que me descubro pensando en algo, es en el sábado. ¿Cómo me voy a vestir? ¿Qué calzoncillo? ¿Me afeito ahí? ¿Me meto un Viagra? ¿Voy fumado? ¿Voy duro? Cero alcohol, pero voy a necesitar algo que me retrace. ¿Me toco en la semana? ¿Me toco media hora antes de ir? ¿Se lo cuento a alguien? ¿Me lo van a quemar? ¿Se me va a parar? ¿Estarán buenas? ¿Todas gordas? Pibes colados, no por Dios. ¿Alguna medio bruta? ¿La vuelvo a llamar o puede arrepentirse? ¿Es sábado? ¿Voy yendo?
Salgo de mi casa con la capucha en el bolsillo, un faso de flores bien gordo, un rescate de merca del miércoles, un gel íntimo saborizado que compré ayer, mi celular con cámara por si puedo, y un embale tremendo. Anoche me afeité el ochenta por ciento de los pendejos. Escuché que muchas minas lo piden, y dicen que hace parecer la chota más grande. Me olvidé del Viagra y no sé de dónde mierda sacarlo a esta hora. Bueno, voy.
Hace quince minutos que espero que sea media hora antes. Toco el timbre. Baja mi ex, y me sube corriendo a su departamento. No es grande, pero lo suficiente como para encerrarme en un cuarto. La guacha lo había ambientado para la ocasión. La semana pasada no estaban todas esas velas, ni la cama contra la pared del fondo, ni la compu contra un costado. Hoy el equipo de música también está en el cuarto. Sonaba Soda Stereo y ya lo cambié. Ahora suena un compact medio raro de John Zorn, uno de música para películas. Es tranquilo, hipnotizante. La semana pasaba me di cuenta que al terminar la convivencia, hace 4 años ya, me había dejado este cd. Miro a mi alrededor y por más que trato de encontrar otro tesoro, nada me saca los nervios. Si soy ansioso como dicen, esta vez tengo mis razones.
Timbre. Sin decirme nada, mi ex baja a abrir. Yo ya recibí las órdenes. Nada de salir del cuarto y nada de hablar antes de la clase. Durante la clase, sólo responder las preguntas autorizadas por la profe. Prohibido meter mano. Celular apagado. Bañadito, perfumado y a esperar que termine la “introducción a la chupada de pija”, que se está por llevar a cabo en el living contiguo.
Debo admitir que hasta hoy nadie me tiró la goma como ella. Ni las trolas se le acercaron. A la turra le encanta y lo sabe. Lo disfruta y te lo demuestra. Toca cosas que ni en la mejor de mis pajas adolescentes se me ocurrió tocar. Es obvio que usa la lengua y los labios, pero también juega con los dientes y las uñas. Te pone al borde del sufrimiento, la hija de puta. La primera vez flashié mal, pero en lugar de un grito de dolor, me sacó uno de placer. Nunca llegó a lastimarme, pero me hizo pensar en mi desconocido potencial sadomasoquista. Ahora que lo pienso, espero que deje estos secretos para el final de la clase, no sea cosa que las novatas me la hagan mierda. Si bien teníamos unos garches grandiosos, de horas y horas, no coje tan bien como la chupa. Todos estos años, extrañe esos ojos redondos mirándome fijo, mientras subía y bajaba por mi chota. Para hacerla completa le faltó despertarme con una mamada, pero bueno, después de la clase de hoy no voy a poder pedir nada más.
Pasos, voces y las llaves. Me dijo que iban a ser entre cinco y siete contándola a ella. No me doy cuenta. Abren botellas. Al toque huelo un faso paraguayo tribunero. Se escucha un: “No, gracias”. Y un: “venga, tía”. Una, ya tiene voz de gorda. La otra me encantó, algo entre FM y la mina que da la hora por teléfono, con toque gallego impostado. Ríen. Mueven sillas. Yo paso de estar al palo a tenerla muerta y fría. Ahora está muerta y fría.
Arrancó la teoría. La música, que tengo ordenado no bajar, no me deja escuchar bien. Rescato frases en los baches entre tema y tema. Escucho: “así de grande”, “¿nunca tragaste?”, “¿salada?”, “es importante coordinar boca y manos”, “un buche de agua caliente”, “entre mate y mate”, “¿más cerveza?”, “¿vino?”, “¿lo conocemos?”, “no las va a poder ver”, “toda de una”, “Martín me tiene podrido”, “el dibujo es bastante claro”, “Así, ¿ves?”, “dan ganas de morderlo”, “¿estuviste con un judío?”, “sí, a mi también”, “mi viejo”. Van dos celulares que suenan y nadie los atiende. Parece estar todo bajo control. Yo siento el mismo frío que en la revisación para la colimba.
Hace rato que estoy tirado en la cama con la capucha semi puesta y una bata blanca de toalla que me queda chica. Se abre y cierra la puerta rápido y entra mi ex. Me hace un gesto para que no hable y me coloca bien la capucha. La oscuridad me da más frío. Antes de irse, me la toca. Me sobresalto, me templo un poco. La escucho reirse mientras se aleja. Loca de mierda.
Pasan unos cinco minutos hasta que empieza la práctica.
“A él lo vamos a llamar: Consoleitor.”-dice mi ex “No las puede ver, pero ustedes se tienen que hacer sentir. Bueno, cada una va a tener treinta segundos para chupársela free-style. Después voy yo y ustedes miran”.
Estoy tratando de evitar que se me pare con sólo imaginar lo que viene. Lo logro. Lo logro. Llegó la primera. Me abre la bata. Yo estoy sentado a los pies de la cama. La siento agacharse. Deben estar todas vestidas, eso siempre me calentó.
“Parémonos acá, así vemos todas.”
La chica está nerviosa. Me la acaba de chocar contra sus dientes. Sin dolor, de lleno a las paletas. La está agarrando bien de abajo. Bien. Se mueve más rápido que mi erección.
“Tiempo”.
Me dejó de garpe.
“Siguiente”.
Tiene las manos heladas. No mueve la lengua. La anterior, tampoco. Pero va más lento. Tose. Paró, se debe estar sacando un pelo de la boca. Vuelve. Me agarra las bolas. La tiene toda adentro. Vuelve a toser.
“Treinta, siguiente”.
Sin las manos. Me aprieta la cabeza con los labios. La lengua da golpecitos. Esta va mejor. Estoy al re palo. No uses las manos, nena, porque acabo.
“Treinta, siguiente.”
Nada.
“Dale vos. Sí”.
Manos grandes. ¿No será un traba? Se me empieza a aflojar.
“Ay…se le está bajando” -escucho la voz de gallega trucha. Recupero vigor. Esta coordina las manos y la boca. Bien ahí.
“Listo, siguiente.”
Me agarra la mano y me hace parar. Tiene manos chicas y piel suave. Me agarra del culo con las dos manos y empieza. No mueve la cabeza, me mueve a mí. Si no fuese por los intervalos y la curiosidad, ya hubiese acabado.
“Tiempo, siguiente.”
Bien, nena. Esta es puro lengua. Empezó por las bolas y recorrió todo hasta la cabeza. Para mi gusto me está apretando de más. Larga un suspiro. Qué chanta. Nunca entendí a las chicas que suspiran mientras la chupan. Suena a actuación complaciente.
“Treinta, voy yo.”
¿Para qué? Arrancó con todo y yo no aguanto más. Me está bordeando el nacimiento del glande con sus dientes, y tiene un dedo peligrosamente cerca de mi culo.
“¿Te gusta?”- me pregunta.
Mi respuesta fue una terrible acabada, directo a la campanita. Noto que la sorprendí porque se tira un poco hacia atrás. Igual, no deja de succionar todo hasta dejarme limpito.
“Bueno, chicas, pensé que me iba a durar más…pero bue…mmm…rica como siempre.” –la imagino con la boca abierta y sacando la lengua para mostrar que se tragó todo, eso siempre me lo hacía- “Ahora que Consoleitor ya acabó, le vamos a dar unos minutos y volvemos…esta vez va a durar más, lo conozco.”
Tengo unas ganas de sacarme la capucha y verle la cara a las chupadoras. Material de archivo, digamos. Suele venir la sequía después de semejante bonanza. Hay que estar preparado para eso.
“¿Cuál te calentó más?”-otra vez hacia mi.
“Vos”- digo y me arrepiento de la respuesta boluda.
“Ya sé…¿cuál de las chicas? Fueron seis, decí un número.
“La que me hizo parar. No sé que número era”.
“Muy bien, número cinco. Sigamos.”-hacia mi- “Acostate y sacate la bata. Sólo la batita, lindo.”
Quede boca arriba con la sensación de que las chicas estaban muy cerca. Una a una siento con van hundiendo el colchón. La voz de mi ex todavía permanece de pie.
“Vamos desde arriba.”-acercándose. –“No acabes de toque, nene”- al oído.
Concentración. Concentración. Seguro que ahora la turra va a hacer lo imposible para que acabe. Siempre quieren lo contrario que te piden. Empecé a sentir sus manos desde mi rodilla. Suben. Suben hacia mi verga. Van por la parte interna de los muslos. Apenas se apoyan, pero dejan marcado su recorrido. Las dos manos avanzan coordinadas. Llegan las dos en la ingle. Nadie habla. Los dedos rozan los mis afeitadas bolas. No puedo evitarlo y suspiro. De golpe los dedos se retiran y vuelven húmedos. Esa humedad caliente pinta mis huevos. Ahora agarra la base de mi pija con fuerza. Sangre coagulada. Sangre coagulada.
-“Presten atención.”
Primero la lengua toca la punta del glande que enseguida desaparece dentro de su boca. Se mueve rotando hacia ambos lados. Se la mete casi toda en la boca antes de salir de golpe. Imagino mi verga brillante, erguida y entregada. No termino de imaginarlo que ya está jugando con sus uñas. Lo bueno es que nunca voy a acabar así. El juego al límite de las uñas te pone como loco, pero ese riesgo es el que te mantiene contenido, y se te frunce el orto a más no poder.
-“Vení vos primero”. ¡Dios! –“Empezá por acá”
Tengo tres manos tocándome. Mi ex sigue con las uñas e imagino que la número uno es la que me está masajeando las bolas. Las uñas paran. Siento un frío por un instante. Ahora tengo a la número uno prendida a punta de la chota. ¡Mamá! ¡Qué rápido que aprenden! Debe ser por lo competitivas que son las minas. Ya la tiene toda adentro. Hermosa. Uia! Empieza a improvisar. ¡El culo no! No puedo evitar una reacción que corta el clima.
-“Siguiente”.
¿Por qué no las mandás de a dos, che? Otra vez arrancamos con la punta, la rotación, y yo no voy a aguantar mucho más. Las manos en las bolas, más giro de cabeza y toda tuya, nena, ni sé quién sos.
-“Tenés que tragar, ya lo hablamos.” –su voz tapó mi intento de grito. “Así, así…muy bien, a ver…bien. Ahora vamos a volver al otro cuarto y seguimos con un consolador de verdad. Y ya saben que nadie se puede resistir a una buena chupada. Vamos”.
Estoy solo en el cuarto otra vez. Sigo al palo. Me saco la capucha. No veo restos de acción. ¿Qué mierda hago? Para un tercero van a tener que esperar un rato, y no aseguro nada. Me fumo medio pucho y después un porro del rico. ¿En qué me metí? ¿Cuáles serán las letras chicas de este paraíso? ¿Están hablando de mi? Sí, seguro. Me estiro a lo ancho de la cama. Si vienen los novios son una banda, desastre. El porro me cortó el hambre. Prendo la compu. Busco el Messenger. Usuario. Contraseña. Conectado. Pin! Se abre una ventana con smile fiestero. Es Caro, una pendeja que me está quemando la cabeza pero todavía no entregó. “Hola”-le escribo- “todok?”. Miro la lista de conectados y no veo a ninguno de los pibes. Caro contesta: “Sí. Mi novio está de viaje. ¿querés ver un dvd a casa?”. “Sí, termino un partido de truco y voy.” Después de tanta chupada de pija, necesito un beso, algo. Miro la ventana por la que entramos la vez nos habíamos olvidado la llave. Me visto y salto al patio interno del edificio. Ahora tengo que esperar que algún vecino salga. Aparece uno con trayendo bolsas de basura. Perfecto. Estoy afuera. Paro un taxi. Es una mina. Le estoy por dar la dirección de Caro pero no, la hago encarar para Belgrano. Prendo el celular y escribo un sms buscando a los pibes. Antes de hacer tres cuadras ya tengo destino. Me pongo los auriculares para evitar cualquier conversación con la tachera, mientras miro sin hacer foco por la ventanilla.  Se me escapa una risa al mismo tiempo que me pregunto: “-¿Me estaré haciendo gay?”

Gustavo Guaglianone - GSTV

martes, 8 de marzo de 2011

8 de marzo. Día internacional de la mujer

"La mujer invisible"

Y así fue como comenzó la historia de la desaparición de ella. A partir de una mirada de otro empezó a desvanecerse en el aire. Primero desparecieron sus ideas, sus fundamentos, sus necesidades; los sueños, las ambiciones, los deseos; las elucubraciones, su bondad y su maldad. Una vez despojada de entidad humana, de todo aquello que la conformaba como mujer sensible, pasó a desaparecer la mujer “física”, y el entrecomillado obedece a una referencia a un espectro amplio de sensaciones personales y corporales; sobre todo corporales, y no a su capacidad para conmocionar al mundo de las dimensiones; de a poquito algunas características físicas comenzaron a menguar, a ensombrecerse, a volverse densa calina, a enneblinarse. Primero el pelo, luego las uñas, luego la piel despojada de terminaciones nerviosas, epidermis de codos y rodillas; finalmente, a medida que aumentaba la lubricidad del observador, comenzaron a desparecer los restos de atributos que hacían de Nicole una persona, dejando a la vista, y ya despojada de ropa, solamente los genitales, los pechos y la boca, acaso el principio del decir sexual, génesis del beso y del primer intercambio fluídico.
En ningún momento habló con su amigo ni hizo referencia a lo que estaba viendo. De hecho, algunas de las personas que estaban hablando con Nicole siguieron hablando con un par de pechos, con una boca que se movía rítmicamente pero sin emitir sonido, y con unos genitales que a ojos del obnubilado núbil parecían moverse sincronizado con los labios superiores. Claro que los interlocutores reales de la mujer jamás percibieron un cambio tan drástico en su amiga, aunque tampoco ellos estaban despojados de algún dejo de poder neblinoso en los ojos; como si fueran unos supermanes que en lugar de rayos x, contaran con una mirada de avanzada en cuanto a derechismo de género, y ya no fantasearan con ver desnudas a las mujeres por la calle, sino que insistieran en despojarlo de todo lo que no la ornamentase en función del deber estético masculino. Heidegger, qué fuera de moda está, insistía en remarcar las estrategias de apelotudamiento que el hombre pone delante suyo, de puro miedoso nomás, para no tener que enfrentar la finitud, y lo que se debe desear estaba entre una de ellas. Los hombres, y muchas mujeres, se sientan a dejarse permear los gustos a fin de pertenecer al mundo que ha superado el dolor existencial. Sería tan alegre ver a la humanidad triste porque es más humana, y comenzara de esa forma el camino de la eternidad, decía Gervasia Achaval, a medida que boyaba en ríos misteriosos, siempre de día, con la niebla fresca apenitas por encima del agua. Y hablo de Gervasia porque era amiga de Nicole, con quien habían compartido más de una confesión, impensadas, algunas, por Gervasia, hasta que la conoció a esa rubia quince años menor pero con la mirada límpida, par. Con quién hablar de los dolores y los placeres con el mismo hombre; con quién charlar del golpe dulce, del cual es casi imposible alejarse, del cariño hecho dureza, de la rebelión y del deseo rebullendo silencioso, de la ausencia y del amor que pareciera de otra existencia.
 En algún momento de la noche, y a medida que los canelazos se iban trasegando garguero abajo, las imágenes y sus modelos no fueron prevaleciendo en la psiquis del joven. Podía comprender claramente que la mujer invisible estaba dispuesta, que se ofrecía incluso para él, destinatario habitual de desdenes y palizas; de ocios renegados y cabeza al piso buscando algo.
 Hacía un tiempo largo que se había decidido a robar, lo cual le redundaba en un beneficio económico rápido, sin esfuerzo y que le permitía acudir a determinados lugares que hasta hacía pocos meses le estaban vedados. Miraba los labios parlantes que se iban despidiendo; una cohorte de superfluos pelucones iban despidiéndose con cierta parsimonia y con un protocolo respetuoso que nada hubieran envidiado a las galanterías funestas del siglo pasado. Los labios sonreían, puro diente y rojo, puro adentro invisible, pura oscuridad llena de lujo.
 Los labios y los pechos, y los genitales, sin ningún puente físico que los aunara, caminaron rumbo a la puerta contoneando un culo blanco y hasta el momento firme y silencioso.
 Esperó un minuto a que hubiera salido y salió a la niebla de Camino de Orellana.
 No le costó trabajo verla descendiendo la calle húmeda y sinuosa. Parecía una calle recreada para una película; era natural que los pies de la mujer invisible no se vieran ni se escucharan, pero las zapatillas de él no eran evanescentes aunque sí ásonas, parecía que se posaran sobre una nada, unos pocos armstrong por sobre la brillante superficie de la calle que se delataba con una pátina de agua, siempre hacia abajo, y aquí me despego de la falsa metáfora, ya que la calle no rebusca el averno sino el agua siempre nueva de un río, la calle ladera no trae nieve pero condensa la humedad de todo el valle, y eso es bueno. La imagen debería estar coloreada de pasteles suaves y cálidos, pero ello es imposible: la noche es cerrada, neblinosa, húmeda y fresca; con un hombre unos metros arriba y algunos más atrás de la mujer; el ideal desaparecido contoneando sin péndulo de sostén cada vez más devorada por la névoa de homem e naturaza.
 Ni bien pasaron la última casa, la de al lado de la casa de la palmera, que ostenta cicatrices de tres generaciones de pibes, de cuatro de hombres tristes y violentos, de cinco de alcoholes paupérrimos, y seis o siete de lo mismo, siempre lo mismo, se desaforó la brisca gigantesca de posibilidades; ni bien pasaron esa casa, decía, la calle comenzaba a dar un giro que hará de giro a la historia. Un malandro apura un paso y una mujer, ya no invisible porque ella se está pensando, se siente invisibilizada pero corpórea, experimenta ese recorrer de cucarachas por la columna vertebral que nimba el poder de obnubilación de cualquier celo desmedido, y entonces otra vez poseedora de pabellones auditivos amplifica el roce de la goma que se despega a mayor velocidad y que chirria dentro suyo bombeando adrenalina y glóbulos rojos cargados de oxígeno hasta los muslos que ahora crepitan y la lanzan como una liebre a pesar de tener unos borcegos bastante resbaladizos.  A medida que la curva se iba cerrando ella debía aminorar la marcha para no derrapar, y él podía acortar la distancia exponencialmente. Al minuto de carrera el terreno había descendido lo suficiente como para haber dejado arriba la neblina, si es que le es dado moverse al camino, en lugar de simplificar y referirnos a ellos dos y a la distancia que se achicaba entre curva y curva. Al llegar a la parte más baja de Guápulo, casi a la altura de la pileta municipal, el claro era absoluto. Ella parecía ganar peso en una perversa proporcionalidad inversa, que a mayor ser visible, mayor peso adquiría ella y los borcegos de cuero. En un momento dado se detuvo de golpe, y el furibundo depravado, mirada desencajada por la velocidad y el deseo, tuvo un segundo para pensar “está entregada, ya está.”. En ese segundo ella se apartó en cámara lenta, se corrió unos pasos observándolo llegar casi hasta ella a la carrera desbocada, y ahí el placer de ella, al ver la cara de sorpresa del atleta violinardo, al darse cuenta que ella ya no tenía borceguíes, que su ropa había cambiado en un santiamén, y había sido suplantada por una pollera blanca y una blusa celeste cielo bordada y una especie de caperuza azul, tornándose sutil añil en los bordes; la cara estupefacta del sátiro irreverente al ver que ella, Gervasia joven y ancestral ni siquiera era rubia y mucho menos gringa, que ni siquiera tenía miedo; y una décima de tiempo después, él dando de bruces con seis jóvenes quitus.


Fatale magazine

sábado, 26 de febrero de 2011

Erotismo gastronómico: La voluptuosidad del molusco

Hoy me desperté pensando en ti. Y creo que debo haberte soñado, además, porque mi erección mañanera no era erección de "piyera", sino uno de aquellos monumentos a la inmortalidad sexual que en un hombre maduro, como yo, y ya con problemas de próstata, se da solo si la motivación es mágica.
Y creo que se porqué estuviste tan presente tanto en el duermevela como en el abrir de ojos a una radiante aurora de este invierno barcelonés de mediados de enero.
Ayer, domingo, en la revista dominical, venía un artículo bochornoso, de esos que están escritos por jovencitos ( y no tanto) que se creen que lo saben todo de la vida y no tienen ni "pijotera" idea: El sexo después de los 60 se titulaba.
Me llaman el Nono por razones obvias. Y como tu misma has podido comprobar, mis años no han sido, ni son, un "handicap" a la hora de hacerte feliz. Siempre he utilizado mis genitales y el resto de mi cuerpo con la infinita precaución de que todas sus piezas funcionaran al cien por cien; y desde que descubrí, - a muy temprana edad-  para que servían y como funcionaban, las he cuidado, pulido, entrenado y compartido, como un deportista a veces, y las más, como un sacerdote experto en la liturgia del amor, que es "divino", sin lugar a dudas.
¿Porqué la gente piensa que los años te quitan ganas, experiencia, necesidades, fogosidad?
Todo lo contrario, amor mío, tú, con tus casi 50, te haces cada día más sabia, mas independiente, más adicta. Como yo, como cualquiera.
Y al recordar nuestro último encuentro en la playa, este verano, sucumbí, supongo, no me acuerdo, a ese sueño profundo que seguramente no necesito recordar para saber que fue maravilloso. Puedo sacar las sábanas al balcón para atestiguarlo, sus manchas serán la prueba de que un "viejo" aún puede ser virgen con una diosa altanera y apasionada como tú.
Después de nuestra cuarta botella de verdejo de Rueda, a mi me entró hambre y a ti ganas de fumar...
Yo pedía para ti cigarros a los turistas en la Barceloneta, y mientras tanto, con la siguiente botella, me acercaba al chiringuito a por unas anchoitas de la Escala con pan y tomate, unas almejitas a la marinera, unas "canyaillas" (o como se llamen esos hermosos caracoles de mar), hasta,- como no- unos gambones argentinos bañados en cogñac con picadillo de perejil y piñones...¡ qué fiesta!
No sé como aparecimos después desnudos en el mar. Nunca aprendí a nadar, pero ese día me sentía como pez en el agua, y cuando te acercaste a mi espalda dispuesta a todo...(¿pretendías sodomizarme? ¿Porqué no lo hiciste?) ...mi cuerpo se enervó y creció cual Neptuno enamorado.
Nos quedamos dormidos, abrazados, solos. Te besé y la arena me raspaba la lengua, te recorrí con la boca y me metí en tu vagina con la voluptuosidad de un molusco (¿?), y lloraste, y gemiste, y llegó la mañana como si nos hubieran sacado una foto con flash a diez centímetros de la cara.
Te fuiste y me vestí a medias, arrastrándome hasta mi casa y llamándote por el móvil para saber donde había quedado mi traje de baño Hugo Boss, regalo de mi esposa que no podía perder.
No sabías. 
Lo tenía puesto.
El silencio y yo nos reímos a carcajadas!


Leland De Lelly. "El Nono"

miércoles, 16 de febrero de 2011

El Circo

Mis relaciones con los circos siempre fueron distantes y efímeras, nunca creí en los trucos de los magos y los payasos me daban tristeza. Mis viejos intentaron acercarme a él no se porqué extraño mandato de la diversión infantil, luego desistieron. 
Extrañamente mi hija, sin haber recibido estímulo alguno, ama los circos, se deleita y queda con la boca abierta cada vez que ingresa a una carpa; a veces me imagino que esa sería la expresión de un bebé si pudiera retornar al útero que lo contenía. 
Por eso recién volví al circo de grande, ya con mis manías y obsesiones totalmente desarrolladas. Cuando me preguntan que es un adulto respondo eso: Un niño que alcanzó a desarrollar todas sus fobias y obsesiones.
La alegría de mi hija cuando plantaron la carpa en el descampado de la vuelta de mi casa fue increíble, y no paró de rogarme que la llevara durante los tres segundos que tardé en decirle que si. El descampado era un ex arsenal de guerra con aspiraciones de parque, que nunca participo en una guerra y nunca llegó a ser parque, un espacio frustrado y representativo del ser nacional.
La función a la que fuimos no podría haber salido mejor, toda la adrenalina que uno siente y el temor ante la posibilidad de que algún truco o cabriola no salga bien, fueron en vano. El show fue aceitado.
Cuando nos íbamos, todos los participantes del espectáculo esperaban a la entrada de la carpa y saludaban a los chicos y también a los adultos. Cuando nos saludó la contorsionista pude leer una mistura de tristeza y soledad en su cara, aderezada con el profesionalismo que la hacía sonreir continuamente. 
Esa misma noche, alrededor de las doce o doce y media fui a dar una vuelta por el descampado, prefiero llamarlo así, porque si lo nombro parque viene a la mente gente paseando, y por ese lugar no andan más que linyeras y borrachos de noche. Por eso también me generaban curiosidad los trailers y los circenses.
Me acerqué a un fuego donde estaba parte del elenco charlando en portugués, los saludé y me respondieron, no sé que más esperaba, aparte de la respuesta, pero seguí caminando. A unos metros estaba sobre una piedra, sentada normalmente, la contorsionista, que a partir de esta etapa del relato no tendrá más que ese nombre: Contorsionista. 
Tenía una camisola lila, con una tonalidad semejante a la de las hojas que presagian al corazón de alcaucil, y ese, aunque más hermoso, era el formato de su cráneo, con pómulos orientales y boca latina, de cuerpo casi esmirriado, que veía con los ojos y con los pezones, que apenas asomaban de una camisola color lila con una tonalidad semejante a la de las hojas que presagian al corazón de alcaucil.
Sin mediar palabra me senté en la misma piedra, lisa como sus expresiones, una piedra esponjosa. Cambiamos dos o tres palabras y fui devorado por su boca, me chupaba todo el borde posterior del labio, mientras su lengua recorría todo el perímetro de mi boca, me llenaba de saliva y sentía como se iba enroscando alrededor mío, sentía levemente su peso y como me iba desabrochando el pantalón.
No se en que momento, digo no sé porque estaba tán hipnotizado con su sabor, que mi lengua se convirtió en espeleóloga de oquedades, pude recorrer cada milímetro cuadrado de sus encías. Verificar cada vericueto de sus dientes y hendiduras, podía reproducir su radiografía dental pero en cinco dimensiones: Su ancho, con quijadas como las de Sofía Loren; Su largo, tan pronunciado como la pista descendente y plateada de las alfombra mágica; Su alto, una catedral; Su espacio, contenedor de aliento de almizcle y habas , y ríos de dulce pátina; Y su tiempo, ese beso atemporal en que se detiene la vida y queda zumbando un sístole impreciso. 
Por eso digo no sé, no sé en que momento metió su mano en mi pantalón y me apretó la base del pene, haciendo que sienta calor en cada riacho del delta de mi pija. Comenzó a levantar las piernas, como si fueran izadas por un dispositivo mudo e hidráulico, se tomó con una mano de mi cuello y con la otra mano, me llevaba hacía ella empujándome del culo, con un dedo jugueteando en la mirilla, hasta meterse en la concha mi pija. 
Estaba empapada, sentía el calor en cada poro de mi pene. Se movió durante unos segundos encima mío hasta que comenzó a rotar, mientras me cogía, con las dos piernas entrelazadas a su cuello; con ellas apretaba su boca contra la mía, y me pasaba los pequeños pezones hirviendo por el pecho. Se mantenía en equilibrio y giraba sobre mi pija como si ésta fuera un eje sobre el que baila un calesita. 
Cuando acabé, escuché sus propios estallidos y sus jugos que se derramaban contra mi vello púbico. Nunca había estado con una mujer que se mojara tanto, o mejor dicho fornicado, ya que si estuve con mujeres así o no, solo ellas y los suyos lo sabrán. Pero fornicado con un manantial tal: jamás en mi vida. Nos despedimos con la contorsionista con un beso, una caricia y muy pocas palabras. Me volví a mi casa lentamente, con las manos en los bolsillos, silbando bajito, y con los pendejos empapados.

Ruso  

martes, 8 de febrero de 2011

Erotismo gastronómico

Aúllan las lobas y las mujeres menstrúan, todas, absolutamente todas menstrúan cuando en el cielo negro la redonda figura pasea oronda su contundente plenitud.
Son las 11 de la noche y apetece comer ancas de rana de primer plato, a la vinagreta, con vino blanco suave y queso caliente... camino por el Borne y encuentro el lugar indicado.
Es un rincón acogedor, vieja cantina decorada con materiales modernos que parecen viejos. Mucha madera, chapa de cinc, ladrillo a la vista. No hay mucha gente y la música ¡gracias al cielo! suena suave. 
Me atienden con solicitud. La camarera tiene un aire a Adriana Gil con un gesto de inocencia un poco mas pronunciado. Hubiera preferido una mujer mas madura, tal vez con ese rostro en que las arrugas son el exponente de una experiencia difícil, pero que conserva el frescor de haber sido apasionada y triunfalmente vivida.
Después de las ancas, un plato adecuado a la luna llena: perdiz roja estofada, una pizca de picante y regada con un buen tinto de rioja ( viña Tondonia 3er año). De postre...un “bourbon” y una caminata que empieza en el Arco del triunfo y termina en el puerto.
He decidido que esta noche el placer debe ser acorde a la cena... solitario y desbordante. Frente al mar, lejos del bullicio del Maremagnun, en las escaleras de amarre de las “golondrinas” y cara a cara con la reina de los poetas, me masturbo.
Siento la calidez de la luz de la luna en mis testículos ( que es como sentirla en el alma pero mas fuerte) y mi mano se transforma en una mano ajena, pálida y sólida, femenina, experta y dominante, que sabe conducirme al éxtasis con la sabiduría de una cortesana. 
El orgasmo llega de súbito y escupo al mar, como premio a mi osadía y me corono “Gran pirata del Mediterráneo”, imitando a los valientes marineros que después de cruzar el Cabo de Hornos por primera vez, se condecoran con el primer pendiente en sus rudas orejas y juramentan solemnemente no dejar subir mujeres a sus barcos.
Tiemblo de los pies a la cabeza.
Me mantengo en posición altiva, con las piernas abiertas, de pie, desafiando a esa musa incontrolable que perturba los sentidos y escucho a mi corazón latir apresuradamente.
La madrugada es la hora de los borrachos, los suicidas y los locos... como soy las tres cosas, regreso al centro de la ciudad y en la calle Santa Mónica busco a “La Paqui”, me la llevo de tascas y en un portal la magreo mientras me bajo los pantalones y se la meto por el culo como a ella le gusta, haciendo caso omiso de ese ridículo apéndice que aun no ha sido capaz de amputarse y que se pone duro contra su voluntad.
- “Todos los hombres me pagan para que se la meta”- me confiesa- “solo tu eres un macho de verdad”.
La insulto, le pego, le hago daño, la desgarro...estoy desbordado de alcohol y no puedo parar. No se lo que hago.
Con suma paciencia ella saca de mi bolsillo el dinero y se lo guarda en las tetas...- “Me gustas mamón, me gustas mucho, pero te estas haciendo viejo”.
Con la bragueta abierta y tambaleante intento parar un taxi. El capullo me muestra el dedo medio enhiesto y paso de malos rollos.
Duermo en una pensión donde me conocen y antes de caer desmayado en la cama, observo que desde la ventana, la luna llena se ríe y me guiña un ojo, estaré tan borracho que escudo una voz dulce al oído que me dice... “que descanses Abuelo, que descanses”...¡Es el reposo del guerrero!

Lelan de Leli  

martes, 1 de febrero de 2011

Nociones Intimas ( Crónica real de un bis a bis en una cárcel Argentina)

El punto de vista del encarcelado

Les pido por un momento que se pongan en mi lugar, que no les va a ser difícil, y se imaginen el colmo del antierotismo.

Estos pueden ser variados y con una infinidad de matices. Pero ahora imagínense que quedan de lado las mujeres que no nos gustan, las situaciones indeseables, y solo queda la imposibilidad burocrática de fornicar. La necesidad de una aprobación indeseada para poder dejar de besar con fruición a la mujer que nos gusta para pasar a cojerla con devoción: eso es lo que ocurre cuando estás privado de la libertad.

Necesitas que te autoricen a poder introducir un pene en una vagina y moverlo con la velocidad con que un colibrí bate las alas, si te lo permite el estado físico. Pero uno siempre se agita con la velocidad máxima que nos permite nuestro estado físico, y no siempre está autorizado por la autoridad social o penitenciaria en este caso.

Este tormento que acabo de narrar se manifiesta cuando uno está preso y tiene que aguardar el turno para que le concedan las visitas higiénicas; que de profilácticas solo tienen el apelativo, ya que se efectúan en lugares que de limpios solo mantienen el nombre y el mantenimiento que le dan los propios internos; y solo se dan después de una serie infinita de trámites esponjosos y retóricos. ¡Qué más que dos que se desean amar para otorgar un permiso de cama!

Encontrar en esta situación, sobre todo la primera vez, el paliativo para la angustia y la desazón que permita una erección digna y una lubricación complaciente, es tarea de humanos. Esto quiere decir de una especie culposa y psicológica sumamente adaptable y versátil; es decir, repito, el humano.

¿Cómo me pude calentar la primera vez que ingresé a ese cubículo, receptáculo, habitáculo; todas palabras que finalizan en culo pero que carecen de su significante erótico? No lo puedo explicar con claridad. Pero besar en el infierno el culo de Dios es sumamente agradable.

A partir de ahí solo les pido que se pongan en mi lugar. Si lo logran en dos minutos van a estar con la pija parada, o la concha mojada (por favor, entiendan el argentinismo). Para que se sitúen les voy a contar el paso a paso de la contienda. A uno le fijan una fecha y hora inamovible.

Tantos los componentes afectivos en esa situación que se tornan melosos para un ciudadano común y acaso escaseen lo detalles pornográficos. Pero, claro, a un ciudadano común no le fijan fecha y hora para un encuentro amoroso. Por lo tanto uno debe estar caliente ese día y esa hora. So amenaza de pasar quince días para el próximo encuentro. Recuerdo mi primer visita íntima un día domingo.

La primer hora fue de abrazos e intimidad por el tiempo arrebatado. Caricias, abrazos, besos en la mejilla a medio vestir y tratar de convencer a mi mujer que el gordo marcial que nos había encerrado no nos espiaba por la mirilla del receptáculo, cubículo, habitáculo, y estos van a ser todos los apelativos que use para describir ese lugar, ya que no encuentro otro menos frío, quizás gabinete, pero tiene tantas connotaciones saunescas que prefiero descartarlo. Después de esa primea hora mandó el cuerpo, y pude, con palabras y no con besos, erotizar las luces fluorescentes del ----culo.

Trazar con la imaginación un velo de color lila en todo el lugar e imaginar que nuevamente nos amábamos como en casa. Después de todo las tetas siguen siendo tetas, y un flujo suculento le puede hacer parar la pija aún a un preso, es una comparación valida en este caso.

Recuerdo claramente el momento de meterme nuevamente dentro de mi mujer, y una vez más tener la incerteza de si el placer de ella al sentirse penetrada es comparable al placer masculino de penetrar, aunque ambos sexos afirmen que es así, como afirman que un dolor de huevos es igual a uno de ovarios y que el peso de los testículos es similar al de las tetas. Se lleva pero no se siente...

Dudo de que sea igual, pero es tan misteriosa la comparación que quizá ahí radique su magnificencia y misterio. De una forma o de otra alcancé un placer supremo tal, que una vez que acabé me tiré a su lado y exclamé: “¡Esto es vida!”.

Ella me miró sonriendo como tratando de entender que esa relación anormal bajo esas condiciones anormales fueran motivo de una exclamación y afirmación de certezas ontológicas. Pero si en la mierda te encontrás una margarita, para mí eso es vida. Y por su sonrisa y predisposición confío en que ella lo entendió de esa manera. Digo esto porque se metió mi pija en la boca y busco coronar por segunda vez.


El Ruso

Nociones Intimas ( Crónica real de un bis a bis en una cárcel Argentina)

Punto de vista de la pareja del encarcelado

No pueden ser más pajeros. Son un asco. Si este piensa que me voy a calentar está loco. Solo tengo ganas de llorar y de abrazarme a la almohada, en un cuarto oscuro y sola.

Mientras pienso todo esto, me están deseando unos diez carceleros que saben que yo vengo a coger, hay uno que me hace bajar la vista; mientras revisa las sábanas que traigo me mira las tetas, me da asco, es gordo y tiene choricitos de transpiración mezclada con mugre alrededor del cuello. Se le debe estar parando.

Miro hacia atrás y hacia delante, y veo una larga fila de mujeres que vienen a lo mismo que yo. En un primer momento pienso que deben ser todas mujeres con el coño y los ojos tan secos como los míos, hasta que descubro en el rostro de más de una, esa expresión de ansiedad satisfecha, que da por sentado que en minutos más va a tener una polla, grande o chica, eso no importa, entre las piernas. Hay un espíritu de aceptación carente de hipocresía en toda la hilera: Somos unas veinte mujeres que venimos todas a fornicar.

Me conducen por un pasillo que quiere dar la impresión de que es un lugar agradable, está pintado con un color crema, lo que estaría bien si no fuera porque fue pintado hace unos cuantos años y porque las paredes están llenas de mocos y tinta, mocos quizás de llanto, la tinta de las huellas digitales que nos toman al ingresar.

Ahí lo traen, está flaco, hace tres meses que no veo su cuerpo, ¿me seguirá gustando? ¿Será su pija como me acordaba? Más ancha en el centro, con su gusto a piel guardada y las gotitas de semen que afloran urgentes cuando se la chupo. Ahora me abraza y a mi se me escapa una lágrima junto al beso, cuando lo abrazo siento su olor: Está recién bañado y está comiendo un caramelo de menta. Nos hacen pasar a una habitación con una cama en el centro y una ducha y un inodoro tras un parecita. Toda una suite. Me abraza y me desmorono, estallo en lágrimas insecables. No voy a poder acostarme con él en ese colchón, es peor que el de los hoteles de paso. Las paredes están tatuadas con los cientos de nombres que han derramado sus humores en ese mismo colchón finito en el que pienso que nunca voy a poder acostarme, y el aire que respira él es el que me falta a mí. Después de unos minutos aquí, solo se respira un oxígeno de tumba. Durante unos segundos imagino que va a ser como estar cogiendo en las bóvedas de un cementerio antiguo y abandonado.

Me envuelve y me mima. Tendemos la cama y nos acostamos a llorar abrazados. Ahora que lo miro, como está mucho más flaco pareciera que tiene el pene más grande, se lo digo, se ríe y me contesta tomándoselo desde la base, haciendo que fluya sangre a la cabeza que se va hinchando y brilla.

Me mete la lengua en la boca, siento el gusto de su saliva, su viscosidad familiar y me relajo un poco, aunque no creo que me vaya a calentar. En este lugar de mierda va a ser casi imposible tener una relación normal. Me mira a los ojos y me meto en ellos, lo beso, ahora yo le meto la lengua y me apiado de él, aunque sea le voy a hacer una paja; Le agarro la pija y siento como late a medida que lo pajeo, siento sus dedos alrededor de los pezones, cada vez me masajea con más fuerza los pechos, siento que se va, abandona mi boca para chuparme las tetas.

Cuando me mordisquea mi pezón más sensible siento una sensación casi olvidada con él, solo cuando me masturbo siento esto, me vibra el pubis y sé que se va acercando a mi clítoris, no lo puedo creer, me había olvidado lo hermoso que es sentir el ida y vuelta de su lengua a lo largo de mi comando supremo, tan olvidado por lo hombres y tan glorificado por nosotras; Es como si mi clítoris midiera un metro, y él deslizara la lengua a paso de caracol, me estoy empapando y ahora se la quiero chupar yo, lo traigo hasta que tengo su pija frente a mi boca, lo encierro y saboreo casi al fondo de mi lengua una gota riquísima.

Ya no pienso en nada más que en coger, los dos ya estamos gimiendo y no veo la hora de que se me suba encima y me coja fuerte. Parece que me oye los pensamientos, porque separa su boca de mi concha y yo despego la mía de su verga, y ahora si, me la mete y me arranca un gemido y lo miro a los ojos nuevamente y ya no me meto en ellos como recién, ahora se están mirando dos animales calientes que no tienen tiempo de meterse en los ojos del otro, ya que para lo único que quieren usar los ojos es para mirar como el otro esta siendo fornicado por uno, como el otro goza, y eso hace mi gozo.

Y nos seguimos mirando y cada vez se mueve más rápido y más fuerte, y me empiezan a temblar los labios vaginales, siento como si una piedra cayera al agua y los circulitos que va formando ahora se estuvieran desplazando dentro mío, y ahora... y ahora perdónenme, los dejo. Voy a acabar.

Simona Tucena

domingo, 30 de enero de 2011

Trilogía playera: Al mar



A la playa llega siempre primero el hombre cargado, y de diez a veinte metros atrás, su mujer con el cuello erguido y monitoreando. Puede llevar la pelota de fútbol, mientras no haya otro elemento de menor peso especifico y forma tan perfecta. Novia, amante o madre cuentan igual. Con o sin chicos hoy los roles se mantienen, y hasta le suman una sombrilla y la responsabilidad de funcionamiento seguro de la misma, al hombre que para ese momento ya decidió dónde será el descanso. De todas maneras, busca la mirada monitor esperando aprobación. Puede tener el visto bueno o no, modificar las coordinadas o no; su día no va a depender de eso.

Estar solo en la playa debería ser un pase libre para coger. Hacer el amor sin más memoria que la corporal. Satisfacer y satisfacerse, con alguno de esos cuerpos desnudos. El traje de baño, más precisamente la bikini y sus derivados, son lo mismo que la desnudes. Elegir o ser elegido, ya es parte de una medición astral. Lo que si, nadie, pero nadie debería quedarse o dejar con las ganas, en la playa. Bueno, y en las playas nudistas que se precien de tal, debería haber reglamentación clara acerca de este tema. Al final de cuentas, parece que el Sol es quien se las garcha a todas (o todos). Y las atiende por horas y les da duro. Y se ponen cremas para soportar o potenciar esta relación.

GSTV - Las Gaviotas, Villa Gesell, Buenos Aires-ARGENTINA /// 7 de Diciembre 2006.

Ilustración:LU+6