martes, 13 de diciembre de 2011

LT o el manifiesto de lo oculto. Por Charlotte Sometimes


Una de las astas del ventilador de techo tenía una leve inclinación hacia abajo y el sonido monótono que arrastraba parecía seguir el ritmo de los Cocteau Twins que sonaban desde el aparato. Siesta de verano en la montaña. Dulces aunque poco inocentes dieciséis contaba por aquellos tiempos. Algo perturbada por el sueño desperté deseando que mi primo estuviera cerca. Técnicamente no lo era aunque nos habían criado como tales. Contaba él apenas poco años más que yo. Sin terminar de estar del todo despierta con el deseo a flor piel, sentí un elemento frío en mis muslos. Ahí estaba LT apoyando un rígido corset de cuero sobre mí, a media sonrisa agitaba un antifaz con su mano izquierda. Con dos precisos movimientos ajustó el corset tan precisamente que las costillas se estrecharon hasta cortarme, gratamente, la respiración. Me colocó el antifaz. Sin salir del asombro pero ya despierta veía su camisa azul arremangada, los vellos rubios de sus brazos y los que asomaban de su pecho y mi corazón parecía querer saltar del prieto corset. Violentamente me arrojó sobre la cama dejando mis piernas colgando de la cama y comenzó a comerme el coño. Me sentí desmayar de deseo. Alternaba lamidas profundas con mordidas suaves, con suavidad metía dedos en el coño y en el culo en suave vaivén. Yo chorreaba en su barbilla. Toda una eterna tortura musicalizada con mis gemidos de sumisión y rendición ante él. Acariciaba yo su hermoso cabello cuando tomó entre sus diente mi inflamado clítoris y con la punta de la lengua lamía frenéticamente. Acabé en dos espasmos y gritos dignos de una gata en celo. Le bajé el cierre y liberé esa pija reluciente que pulsaba con fuerza por salir. No me permitió tocarlo. Se masturbó mirándome fijo a los ojos y acabó sobre el corset. Se arrojó sobre mí, me besó sin poder calmarnos a pesar de tanta ternura. Me dio vuelta de un movimiento y cacheteaba mi cola sin descanso hasta dejar sus manos marcadas en ella. Logré hacerme cargo de la situación y fui yo quien lo puso boca abajo en la pequeña cama. Desde la base de su nuca recorrí con la lengua húmeda toda su columna hasta su blanco, palidísimo, rosado, perfecto y redondo culo. Lo volví loco con mis besos negros, escucharlo entrecortado en su gimoteo me alentaba a meter la lengua más profundamente y acompañarla con mis dedos. Sentía cómo se aflojaba y se ofrecía. Instintos poco explorados hasta entonces lo desarmaron completamente, su entrega fue absoluta. Lo dí vuelta y mirándonos sin pestañear otra vez y con los ojos inyectados apretó fuerte mi garganta y acabó en mis tatuajes.


Como la fe, lo oculto se manifestó de esa manera, casi religiosa, fervorosamente.

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