Caminó autómata hasta la entrada del metro, con su mente
sometida a un reposo arbitrario por el esfuerzo laboral de todo el día.
Se detuvo en seco antes de descender las escaleras del
metro, porque de golpe sintió que entrar en la boca subterránea era como ser
engullido por una pitón de final incierto y laberintico. Y luego el riesgo de esa sensación de desollarse y desparramarse
como un liquido para, quizá, con suerte, si todo iba bien, si no se desasía
para siempre, solidificarse, reconstruirse nuevamente.
Mejor caminar, pensó. Y le gusto la idea de andar sin
prisa hasta su casa, arengado por la pendiente del bulevar que lo adentraba en
su barrio y regado por un sol otoñal del que ya no había que refugiarse por su
efecto recalcitrante.
Cuando caminaba por esos barrios, daban la sensación de
estar obligado a caminar mas erguido, con el perfil mas alto, lo suficiente
para alcanzar aires de superación, de lo contrario parecía estar bajo la misma
mirada censora de quien organiza una fiesta y distingue a la persona que no fue
invitada.
Ahí están los transeúntes, se figuró, con sus vidas armadas, sus
secretos y sus vergüenzas mas vestidas que de costumbres. ¡Y sus fantasías!,
¡ay sus fantasías!... sueltas, libres, en busca de acomodarse en los pliegues
de cualquier pretexto.
A las vidas anónimas se les puede analizar desde
cualquier prisma, pero intentar hondar en sus fantasías era encontrar lo mas
puro e impuro de ellos al unisono.
La verdad era que desde hacia mucho tiempo
estaba obsesionado con las fantasías. Ejecutó un juego, la posibilidad de inmiscuirse en el perfil de los andantes.
Se fijo en un hombre calvo, de baja estatura y
contextura robusta, maletín en mano, y pensó que hombres como ese eran quienes
mas fantasías frustradas contenían, pero a su vez eran los que mas cargo se hacían
de los recovecos a los que los dirigía sus fantasías.
Luego se detuvo en una mujer mayor, arrasada por el
tiempo, que resistía este envite a base de maquillaje pesado y bajo la que
con dificultad escondía arrugas como quien esconde la frustración. Al marido
seguro le fue bien en algunos negocios y pudo amasar una pequeña fortuna para
mantenerla lo bastante alejada de sus asuntos personales, y como no, de la práctica
de sus fantasías
Este análisis indiscriminado hacia los andantes presagiaban
un estado similar a los preludios de los temidos ataques de ansiedad, una
especie de escupidera hacia todo lo que lo rodeaba. Busco lo que siempre
buscaba en tales ocasiones: el ejercicio del deseo, que era lo único que
parecía anclarlo a la realidad
A unos metros por delante, entre el espacio que dejaban
una pareja joven a la que comenzaba a analizar tildando como iniciados al
camino de la hipocresía, sobre el lateral derecho de su camino, diviso la
silueta de una mujer.
Apuro el paso para confirmar su visión. En efecto, el
culo era de la pomposidad sospechada,
según indicaba la falda negra ajustadísima que lo arropaba. A la distancia
ideal, y escorzado sobre el lateral izquierdo de la acera para disimular su
lascivo análisis, verifico que todo lo que sostenía la columna vertebral de la
patrona del culo, parecía construido para admirar. Comenzando por su pelo enrulado
que ondulaba entre sus omoplatos. Sus hombros formaban una línea recta,
perfecta, ayudados, quizá, por las algodonadas hombreras de su camisa blanca. Sus
tobillos, tenían el equilibrio perfecto entre estilización y carne, embutidos
en tersas medias negras con la costura por detrás, lo que garantizaba, se dijo,
que eran ligas. Habrá que adelantarse, pensó, para completar el descubrimiento
de aquella mujer.
Apuro su paso, formando un semi circulo por el lado que lo
alejaba de ella, y por el que se vio obligado a perder su rastro con la idea de
adelantarse los metros suficientes al paso de ella, formando un semi circulo que la dejaba a ella
por el lado convexo de la imaginaria figura geométrica.
En el camino, intento
imaginar como seria de frente, o que prefería encontrar en realidad, si a una
mujer contrastada por la exuberante belleza de su retaguardia, o una mujer
desde todo punto de vista hermosa.
La distancia ganada fue suficiente para
quedar a unos metros de frente al caminar de la hembra, a su vouyerismo urbano.
Las calles están llenas de vouyeristas urbanos, pensó. Pero cuando giro, con la
mirada preparada para espiar por la rendija imaginaria sostenida entre el aire
y su disimulo, buscando en apariencia a todos, menos a ella, la desilusión cayo
como un baldazo de agua fría, la mujer no estaba.
Miró hacia todos los costados, buscando una respuesta visual, una estela de su
figura que lo guíe en la nueva búsqueda.
Inmóvil, se refugio en el
razonamiento. No puede haberse ido muy lejos, pensó, el tiempo que invertí en
el adelantamiento no fue suficiente para que este fuera de este circulo visual,
y aunque haya cambiado, brusco, su paso hacia cualquier otra dirección, el
tiempo tampoco le alcanzaba. Tiene que estar dentro de una tienda, y tiene que
ser en una tienda del lado derecho, ahora mi lado izquierdo, ya que el tiempo
tampoco le alcanzaba para llegar a una tienda del costado izquierdo, ahora mi
perfil derecho.
Mientras sondeaba los escaparates, casi todos de ropa femenina,
del perfil elegido por su lógica, se le cruzo la idea de que esa mujer fuera
una alucinación. Un escalofrío le recorrió el espinazo. Se detuvo. No vaya a
ser que tanto porfiarme de la falta de fantasía ajena, la mía sea un exceso y
por esto mas falsa que la de los demás, pensó.
Cruzó la acera y se detuvo
frente a la entrada de una tienda que hacia esquina, escoltada la puerta de
entrada con maniquíes femeninos en ropa interior, por detrás del vidrio y sus
reflejos de el exterior, reconoció los tobillos de la mujer por debajo
de la cortina del probador, las medias de costura y su corazón golpeo fuerte,
primero por no ser una alucinación, luego por el lugar en el que la había
descubierto. Finalmente sintió un escalofrió placentero, similar al que siente
cuando, dormido, se descubre que alguien nos cubre con un abrigo.
Y luego el
probador, pensó, como cualquier otro vestidor, formaba un reducto mínimo,
solitario, donde la mujer se encuentra a sus anchas con la conciencia de su
sensualidad, reconocida a través de un espejo, a la misma distancia del amante
que la desnuda. Pero sin la tensión de la mirada ajena. Cuantas realidades a
contrapelo tenían guardadas los espejos en sus archivos de imágenes, cuantas
masturbaciones, cuantas jadeos sin sonidos, cuantas visiones y cuantos amantes
invisibles se reflejaron en la expresión que refleja el espejo. Sola, frente al
espejo, tendría que ser aun mas sensual su actitud. Ensayando la expresión de
su cuerpo mas provocativa según la prenda... De frente, con la mirada fija en
sus pechos para ver como se veían con la nueva prenda, de costado. Un giro
rápido para ver su figura fugaz, como el que la veía pasar. De atrás, de nuevo
de frente, volcada hacia delante con sus pechos suspendidos solo en la
gravedad, siempre según la indumentaria. De nuevo de costado, adelantando una
pierna a la otra para comprobar que el
pantalón, o la falda, hacían honor a la geometría de su culo, a los ángulos de
sus curvas. Con zapatos de alto tacón, para imaginar el poderío de su cuerpo
realzado sobre el nuevo modelo de pedestales. Prendas elegidas para vestir con
la intención de ser quitadas. O no, no en el caso de la ropa interior, pues merecían
seguir en el cuerpo acariciado, en el sexo lamido, en los pezones
mordisqueados, en la respiración jadeante.
La mujer salio de probador. Y
por fin el revés de lo conocido completo a una mujer hermosa, rasgos andaluces,
marcados, acentuados por una nariz que terminaba en punta, subrayada por unos
labios carnosos que, aunque serios, de tan extensos parecían sonreír. Pómulos
angulosos. Ojos rasgados y oscuros con una línea de maquillaje en la comisura
que afilaba mas su mirada. Algo de ojeras sumaban a su atractivo bordeando los
50. Admiro como, con engañosa coquetería, gracias al tramado ortopédico de su
sostén, sus pechos se mostraban redondos.
Le encantaban ver como los pechos
cedían y colgaban una vez liberados de la prisión circular del sostén, y mas a
esa edad. Intento conocer el timbre de su voz. Pero difícil justificar la
presencia de un hombre en una tienda de ropa interior femenina, a no ser,
claro, que este eligiendo algo para alguna mujer. Podría entrar y decir que una
de sus mejores amigas se casaba, detalle que parecía, en principio, despejar
sospechas. Pero a las vendedoras era difícil engañarlas, y mas a las de este
tipo de establecimientos, donde los vouyeristas urbanos se adentraban con
cualquier tipo de excusas.
Pronto desistió de aquella
persecución de su propia fantasía corpórea y de ciertos rasgos coincidentes.
Caminó sin obstáculos hacia un reposo necesario. Convivir con una
fantasía podía ser tan agotador como perseguir cualquier realidad.
Se detuvo ante la gran
avenida. Por el reflejo de un coche que pasó a gran velocidad vio a la mujer justo detrás de él, y una frase repetida hasta la incomodidad:
“No hay una equivocación,
tampoco hay una verdad. Hay un mundo de intuición que elimina cualquier
racionalismo”
Andrés Casabona