domingo, 29 de enero de 2012

ZK o la ortodoxia bien entendida empieza por casa


Presuroso, levantó su sotana. Hacía diez minutos al menos estaba yo parada, atada manos arriba, impertérrita, mirando cómo, inexpresivo, me observaba.
La suya, una triste habitación, pequeña, con apenas una cama pequeña, una mesa de luz, algún mueble más y una descomunal cruz de poco menos de dos metros contra una pared desnuda. Ahí me amarró este sacerdote ortodoxo ni bien terminó su misa bautismal a la que había yo acudido.
Me dejó en mis bragas y me untó en aceite, con mucho cuidado, con manos firmes; tomó mis brazos, anudó con sogas mis muñecas en esa cruz y se sentó a examinarme por esos eternos diez minutos. Debajo de la sotana, los pantalones y desde ahí a la verga inflamada, violeta, tan grande, como nunca había visto, Nunca. Creí que diría algo: abrió la boca pero no emitió sonido alguno. Sotana levantada, pene al palo, se acercó y mientras se restregaba en mi pelvis acompañando suave vaivén, tomaba fuerte mis muñecas y respiraba en mi boca. Mientras, fisgaba yo ese cuarto suyo ubicado detrás de la misma iglesia ortodoxa: austero, feo, apenas unos pocos libros en un estante, una luz baja iluminaba estratégicamente mis pies; dejó de friccionar sus genitales contra los míos (estaba yo empapada a estas alturas, con mi sexo latiendo deseando esa pija sacudiéndose dentro de mí) y empezó a lamer los dedos de mis pies. Me rendí y finalmente gemí, grité, ordené.
De ahí en más no me tocó. Seguí maniatada, exquisitamente dolorida, un largo rato más. Él lloraba sentado en el suelo. No me conmoví, sólo quería esa pija. Y no la tuve.
Las pajas más violentas me ha arrancado este recuerdo. 

Charlotte Sometimes 

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