Estoy en Buenos Aires desde hace dos meses. Es mi provincia, el lugar donde nací. Es la tierra de mis padres, que no de mis abuelos – nacidos en un puerto de mar a orillas del Mediterráneo -, italianos con raíces griegas. Estoy en una ciudad a 13 km de la capital donde quizás, eso me contaron, la primera casa fue la de Don Enrique De Lely, padre de Armando, padre de Esther… mi mama , familia de nobles guardabarreras, héroes salvavidas de plebeyos suicidas, económicos y sentimentales. Hombres y mujeres rudos, de pistola al cinto y esposa adosada.
He dejado la bonhomía de mi vida en Barcelona para instalarme en las calles sucias y decadentes de una ciudad que fue, hace mas de 50 años atrás, el lugar preferido de la burguesía porteña para construir sus palacetes de fin de semana…
Eso es para contarlo cualquier otro día, en una mesa de café, con un buen calvados en la mano (francés-of course- difícil de conseguir en Argentina), un buen puro, y oídos femeninos curiosos …ávidos de las aventuras de un abuelo nómada y libertino.
Resulta que mi madre ya es octogenaria y casi no sale de su hogar. Así que, como gentileza a su hospitalidad, ya que estoy viviendo en su casa, le prometí concurrir a la misa del Domingo de Ramos- dia en que la iglesia católica celebra la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén- y regresar con el ramito de olivos bendecido entre los dientes… como una rosa que se lleva a la amante a la cama.
Fue una experiencia verdaderamente inolvidable, gastronómica, erótica y religiosa.
La misa comenzaba a las once. Me levante temprano y desayune como los dioses: medialunas de grasa (que cruasán ni que ocho cuartos!!!), piña natural, café, por supuesto, mermelada de frutos del bosque con queso tetilla casero y mantequilla inglesa importada… de Andorra.
Me duche , robe un hermoso clavel del florero del comedor y toque el timbre de la vecina del apartamento de enfrente… un poco joven para mi, lo reconozco, un poco “loca” también, pero atractiva y creyente. La invite a acompañarme y acepto. Llevaba en sus brazos casi un árbol de olivo (puro y virgen) para ser bendecido.
Yo había olvidado el enorme erotismo de la liturgia católica: Un cura agradable y seis efebos monaguillos, (por suerte adolescentes, no nos vayan a tildar de pederastas), todos vestidos de blanco, con esas sotanas traslucidas y almidonadas que si no llevaran ropa debajo serian el colmo del fetichismo (quien dijo que en el mucho mostrar esta el deseo?).
Las niñas, por supuesto, ni pisaban el altar, pero componían un coro de ángeles y las tres cuartas partes de los asistentes.
No pretendo ser sacrílego: creo en Dios, y en Dios hombre hecho a nuestra imagen y semejanza, y respeto absolutamente la Fe, (musulmana, judía, católica, budista, protestante) Dios, Jehová, Ala… vive en mi corazón de persona, de animal pensante, de hombre.
Y los hombres somos seres sexuados, y el sexo y el erotismo son nuestra columna vertebral, asi que permítanme que les diga que el magnifico ritual católico de la transformación del cuerpo y la sangre de Cristo en pan… es la metáfora mas eróticamente humana que conozco.
Pensé en acercarme a comulgar… como no hacerlo ante semejante espectáculo!!…pero el sacerdote inhibió mi fervor religioso cuando recordó, antes de que nos acercáramos a recibir el santo sacramento, que para asistir al festín debíamos estar en ayunas de por lo menos una hora, y haber pasado por el confesionario… tan en serio se lo tomaba este cordero de Dios, que ante mi vista rechazo elegantemente darle la comunión a un anciano con Síndrome de dawn… no se si porque creía, en su condición de ministro plenipotenciario que el caballero no necesitaba de Dios en su inocencia, o si se le subió la hostia a la cabeza.
Este episodio no consiguió “bajonearme”, yo sabia que afuera me esperaba , en la Plaza de Ramos Mejía, una mesa reservada en el Restaurante Carmen… con mi tapa de pulpo a la gallega y mi paellita estilo argentino bien regada con un vino realmente extraordinario… blanco, clásico, y de uva torrontes, …
Mi compañera, ocasional, muy afectada por la ceremonia religiosa, acepto, con cierta timidez las caricias que con el pie le enviaba a su entrepierna… gracias a Dios, y nunca mejor dicho, el abuelo conserva costumbres y entrenamiento físico suficiente como alegrar la velada de una muchacha “de las de antes”.
Lelan de Lely