Oscuramente fuerte es la noche el título de
una novela. Al principio tuvo miedo porque al fin y al cabo, ¿quién era él? Lo
poco que lo conocía era suficiente pero podría ser que no. Esas veinte cuadras
que la llevaban hasta sus brazos eran un corredor larguísimo, preguntas sin
respuestas. De una sola cosa estaba segura: no era amor. Y sin embargo sus
manos le encantaban y la forma de respirar como un felino debajo de ese cuerpo
perfecto. A lo mejor, seguro y tal vez el enigma era lo que más la seducía y
siempre que estaba con él optaba por no preguntar. Ese era el pacto y la magia
que había entre los dos.
-
No importa quién soy, importa
lo que soy cuando estoy con vos.
Descubrió que entonces era como en una
película, otra forma de hacer ficción, el mejor ejemplo de la acción definiendo
al personaje. El era oscuro y luminoso al mismo tiempo, sabía alternar luces y
sombras mostrando y escondiendo. Lo que se decía, se decía pero la luz del
discurso oscurecía lo que no. Había un no relato dentro del relato que la
llenaba de felicidad. ¿Quién es? No le importa.
Cuando estacionó el auto él la estaba
esperando en la puerta, tenía una sonrisa de bienvenida, una sonrisa “welcome”
brillando en los dientes blanquísimos. Adorable. Ella bajó del auto como si entrara
en cuadro. Luz, cámara… anda. El cerró la puerta y la abrazó.
-
Personaje. ¿Cómo estás
personaje?
Le gustaba decirle personaje, como a la
protagonista fugaz de una historia que en realidad no existía. La apretaba
entre sus brazos, le hacía sonar los huesos de la espalda, la besaba en la
boca.
-
Estás linda.
No: estás hermosa, no: me gustás, no: te
quiero. Estás linda.
-
Me gusta el perfume.
Sí, a ella también le gustaba el perfume de
él y ese espacio enorme que se abría delante de ellos como un lugar
desconocido, amenazante. Todo en él era “yo te cuido” y al mismo tiempo “no
significás nada para mí”.
Ella dejó la cartera sobre el largo mostrador,
él la condujo con dulzura.
-
Mirá lo que preparé para vos.
Le apretaba la mano fuerte. Era como una
niña apurando sus pasos detrás de él, las botas sobre el piso, tac, tac, tac.
Tinelli de fondo, acababa de notarlo. El lo
llenaba todo con su sonrisa pero también estaba Tinelli. Personaje. Todo en
penumbras.
-
¿Te gusta?
Si. Le encantan los hombres seguros de sí
mismos, que saben lo que quieren, que no les tiembla el pulso. Que no se
enamoran. “La” encantan.
-
Mirá.
El espacio inmenso, alumbrado apenas con
una luz tenue, una insinuación de luz, algo para ver y no ver.
-
A vos que te gusta jugar al
gallito ciego.
Ella se rió, multiplicada en el piso, en los
espejos de las paredes. Su propia enemiga. No importa, está con él y entre los
dos una isla en el mar de espejos y demasiado cerca la orilla que no conduce a
ningún lado. Pero, ¿quién quiere irse? El
ha construido una isla para retenerla a su lado. El es el rey, el presidente,
el soldado, el pueblo y la bandera debería ser como los ojos de él:
transparente y como los de ella: felices. Eso piensa.
-
¿Te gusta?
Lo imagina preparando el espacio para el
personaje, pasando la aspiradora, apurando a la gente para que se vayan,
pensando que ahora viene el personaje y voy a armar el decorado, un escenario a
la medida de los protagonistas, una isla desierta perdida en el océano
Pacífico, perdida como ella, sin dueño.
-
Besame.
No había dejado casi de besarla ni de
acariciarla desde que puso un pie sobre la isla. Su isla.
-
A eso vine.
No había otro plan que el sexo y era un
gran plan. Menos Tinelli de fondo. Podía mirarlo en los espejos tal como era,
un cuerpo sobre su propio cuerpo y algún murmullo, frases inconclusas, otro
idioma, uno desconocido pero con el que se entendían a la perfección. El
escenario ideal para ella, el dueño del circo en medio de la pista domando a
una trapecista demencial a la que le gusta hamacarse en su mente: la de él. Cuando
terminan de hacer el amor él la sopla como a una pluma. Sopla su espalda, su
cuello, sopla sus manos. Tiene un aliento cálido y fresco al mismo tiempo. “Así
deben soplar los ángeles”, piensa ella a pesar de que nunca creyó en ellos.
-
¿Tenés sed?
Vuelven sobre sus pasos. Más allá la
persiana metálica de un extremo al otro, altísima, un inmenso telón. Agua
saborizada. Ahora sí. Salgamos.
El atraviesa la puerta después de ella,
tiene un bolso en la mano que parece pesado o es que tal vez él está demasiado
liviano. Recita el número de la alarma mientras la recorre en el teclado, como
si quisiera que ella la recordara. 1… 4… 23… No logra retener los demás números
ni le interesan. Ella no quiere saber cómo se entra a esa isla cuando él no
está.
-
Nos vemos.
-
Dale.
Se suben cada uno a su auto. La noche está
más noche que antes y el corredor oscuro la devuelve a su casa. No prende
ninguna luz y fuma en silencio. No piensa en nada. A las dos de la mañana y por
el quinto cigarrillo un pájaro se refugia en el parapeto de la ventana, por
detrás pasa la sombra de un gato enorme. “Por favor, que no lo vea, que no lo
mate”. Quiere avisarle al pájaro, distraer al gato pero si se moviera podría asustar
al ave, traicionar su presencia. Se queda quieta, pasan varios minutos, el
cigarrillo se consume entre sus dedos, deja que se apague solo. El pájaro
levanta vuelo y la deja sola en la ventana.
Le dan ganas de llorar.
Pero no llora.