domingo, 29 de enero de 2012

ZK o la ortodoxia bien entendida empieza por casa


Presuroso, levantó su sotana. Hacía diez minutos al menos estaba yo parada, atada manos arriba, impertérrita, mirando cómo, inexpresivo, me observaba.
La suya, una triste habitación, pequeña, con apenas una cama pequeña, una mesa de luz, algún mueble más y una descomunal cruz de poco menos de dos metros contra una pared desnuda. Ahí me amarró este sacerdote ortodoxo ni bien terminó su misa bautismal a la que había yo acudido.
Me dejó en mis bragas y me untó en aceite, con mucho cuidado, con manos firmes; tomó mis brazos, anudó con sogas mis muñecas en esa cruz y se sentó a examinarme por esos eternos diez minutos. Debajo de la sotana, los pantalones y desde ahí a la verga inflamada, violeta, tan grande, como nunca había visto, Nunca. Creí que diría algo: abrió la boca pero no emitió sonido alguno. Sotana levantada, pene al palo, se acercó y mientras se restregaba en mi pelvis acompañando suave vaivén, tomaba fuerte mis muñecas y respiraba en mi boca. Mientras, fisgaba yo ese cuarto suyo ubicado detrás de la misma iglesia ortodoxa: austero, feo, apenas unos pocos libros en un estante, una luz baja iluminaba estratégicamente mis pies; dejó de friccionar sus genitales contra los míos (estaba yo empapada a estas alturas, con mi sexo latiendo deseando esa pija sacudiéndose dentro de mí) y empezó a lamer los dedos de mis pies. Me rendí y finalmente gemí, grité, ordené.
De ahí en más no me tocó. Seguí maniatada, exquisitamente dolorida, un largo rato más. Él lloraba sentado en el suelo. No me conmoví, sólo quería esa pija. Y no la tuve.
Las pajas más violentas me ha arrancado este recuerdo. 

Charlotte Sometimes 

miércoles, 18 de enero de 2012

Las madrileñas van al frente




Después de un par de semanas en la península ibérica, la frase que más dio vueltas por mi cabeza fue la que alude a la falta de “histeriquismo” de las españolas. Para un turista virgen como yo esa era una frase alentadora. Siempre agregaban un correlativo “los españoles arrugan”. Y así fue. Una de las noches en las que bebía invitado por mis anfitriones en un pub/disco a veintipico de kilómetros al norte de Madrid, me pisó una madrileña. Yo estaba parado junto a la barra y puse cara de sufrimiento. Ella se acercó a mi oído para pedirme perdón y para sumar un comentario extra que no supe decodificar. Sonreí y segui parado observando ese modelo de madrileñas de más de un metro ochenta que iba entrando al lugar. Hermosas y largas niñatas. Sin las pomposidades argentinas, pero orgullosas de la madre naturaleza. Me distraje. Otra cerveza y a salir a fumar un cigarrillo. Mientras sacaba el encendedor la vi acercarse, era la chica del pisotón que venía con un cigarro en la mano. Otra vez frente a frente y me pide fuego. Ahí nos presentamos. Ella vivía en la urbanización cruzando la autovía y yo un músico argentino de vacaciones. Hablaba y se reía. Hablaba cerca de mi oído y luego me miraba a los ojos. No estoy seguro de que entendía mis chistes, no le importaba poner cara seria y buscar otro tema de conversación. Yo la miraba y pensaba en la frase y en que había minas mejores en el bar, hasta que derepente no pensé más. Olí. Al lado nuestro acababan de prender un porro de flores. El barandazo me dejó mudo. La miré esperando en ella mi misma reacción. Ella solo soltó un “han prendido una china”. Yo solté un “veamos” y encaré al grupo que olía muy bien. Fui bien recibido, me intercalaron en su ronda. Era muy sabroso aunque tuviese tabaco. Contento con mi hallazgo quise retomar la conversación con la madrileña que va al frente, pero ella me hizo entender que yo ya había elegido.

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