miércoles, 21 de diciembre de 2011

Mujer en el espejo


Caminó autómata hasta la entrada del metro, con su mente sometida a un reposo arbitrario por el esfuerzo laboral de todo el día.
Se detuvo en seco antes de descender las escaleras del metro, porque de golpe sintió que entrar en la boca subterránea era como ser engullido por una pitón de final incierto y laberintico. Y luego el riesgo de esa sensación de desollarse y desparramarse como un liquido para, quizá, con suerte, si todo iba bien, si no se desasía para siempre, solidificarse, reconstruirse nuevamente.
Mejor caminar, pensó. Y le gusto la idea de andar sin prisa hasta su casa, arengado por la pendiente del bulevar que lo adentraba en su barrio y regado por un sol otoñal del que ya no había que refugiarse por su efecto recalcitrante.
Cuando caminaba por esos barrios, daban la sensación de estar obligado a caminar mas erguido, con el perfil mas alto, lo suficiente para alcanzar aires de superación, de lo contrario parecía estar bajo la misma mirada censora de quien organiza una fiesta y distingue a la persona que no fue invitada. 
Ahí están los transeúntes, se figuró, con sus vidas armadas, sus secretos y sus vergüenzas mas vestidas que de costumbres. ¡Y sus fantasías!, ¡ay sus fantasías!... sueltas, libres, en busca de acomodarse en los pliegues de cualquier pretexto. 
A las vidas anónimas se les puede analizar desde cualquier prisma, pero intentar hondar en sus fantasías era encontrar lo mas puro e impuro de ellos al unisono. 
La verdad era que desde hacia mucho tiempo estaba obsesionado con las fantasías. Ejecutó un juego, la posibilidad de inmiscuirse en el perfil de los andantes. 
Se fijo en un hombre calvo, de baja estatura y contextura robusta, maletín en mano, y pensó que hombres como ese eran quienes mas fantasías frustradas contenían, pero a su vez eran los que mas cargo se hacían de los recovecos a los que los dirigía sus fantasías.
Luego se detuvo en una mujer mayor, arrasada por el tiempo, que resistía este envite a base de maquillaje pesado y bajo la que con dificultad escondía arrugas como quien esconde la frustración. Al marido seguro le fue bien en algunos negocios y pudo amasar una pequeña fortuna para mantenerla lo bastante alejada de sus asuntos personales, y como no, de la práctica de sus fantasías   
Este análisis indiscriminado hacia los andantes presagiaban un estado similar a los preludios de los temidos ataques de ansiedad, una especie de escupidera hacia todo lo que lo rodeaba. Busco lo que siempre buscaba en tales ocasiones: el ejercicio del deseo, que era lo único que parecía anclarlo a la realidad    
A unos metros por delante, entre el espacio que dejaban una pareja joven a la que comenzaba a analizar tildando como iniciados al camino de la hipocresía, sobre el lateral derecho de su camino, diviso la silueta de una mujer. 
Apuro el paso para confirmar su visión. En efecto, el culo era de la pomposidad  sospechada, según indicaba la falda negra ajustadísima que lo arropaba. A la distancia ideal, y escorzado sobre el lateral izquierdo de la acera para disimular su lascivo análisis, verifico que todo lo que sostenía la columna vertebral de la patrona del culo, parecía construido para admirar. Comenzando por su pelo enrulado que ondulaba entre sus omoplatos. Sus hombros formaban una línea recta, perfecta, ayudados, quizá, por las algodonadas hombreras de su camisa blanca. Sus tobillos, tenían el equilibrio perfecto entre estilización y carne, embutidos en tersas medias negras con la costura por detrás, lo que garantizaba, se dijo, que eran ligas. Habrá que adelantarse, pensó, para completar el descubrimiento de aquella mujer. 
Apuro su paso, formando un semi circulo por el lado que lo alejaba de ella, y por el que se vio obligado a perder su rastro con la idea de adelantarse los metros suficientes al paso de ella,  formando un semi circulo que la dejaba a ella por el lado convexo de la imaginaria figura geométrica. 
En el camino, intento imaginar como seria de frente, o que prefería encontrar en realidad, si a una mujer contrastada por la exuberante belleza de su retaguardia, o una mujer desde todo punto de vista hermosa. 
La distancia ganada fue suficiente para quedar a unos metros de frente al caminar de la hembra, a su vouyerismo urbano. Las calles están llenas de vouyeristas urbanos, pensó. Pero cuando giro, con la mirada preparada para espiar por la rendija imaginaria sostenida entre el aire y su disimulo, buscando en apariencia a todos, menos a ella, la desilusión cayo como un baldazo de agua fría, la mujer no estaba. 
Miró hacia todos los costados, buscando una respuesta visual, una estela de su figura que lo guíe en la nueva búsqueda. 
Inmóvil, se refugio en el razonamiento. No puede haberse ido muy lejos, pensó, el tiempo que invertí en el adelantamiento no fue suficiente para que este fuera de este circulo visual, y aunque haya cambiado, brusco, su paso hacia cualquier otra dirección, el tiempo tampoco le alcanzaba. Tiene que estar dentro de una tienda, y tiene que ser en una tienda del lado derecho, ahora mi lado izquierdo, ya que el tiempo tampoco le alcanzaba para llegar a una tienda del costado izquierdo, ahora mi perfil derecho. 
Mientras sondeaba los escaparates, casi todos de ropa femenina, del perfil elegido por su lógica, se le cruzo la idea de que esa mujer fuera una alucinación. Un escalofrío le recorrió el espinazo. Se detuvo. No vaya a ser que tanto porfiarme de la falta de fantasía ajena, la mía sea un exceso y por esto mas falsa que la de los demás, pensó.

Cruzó la acera y se detuvo frente a la entrada de una tienda que hacia esquina, escoltada la puerta de entrada con maniquíes femeninos en ropa interior, por detrás del vidrio y sus reflejos de el exterior, reconoció los tobillos de la mujer por debajo de la cortina del probador, las medias de costura y su corazón golpeo fuerte, primero por no ser una alucinación, luego por el lugar en el que la había descubierto. Finalmente sintió un escalofrió placentero, similar al que siente cuando, dormido, se descubre que alguien nos cubre con un abrigo. 
Y luego el probador, pensó, como cualquier otro vestidor, formaba un reducto mínimo, solitario, donde la mujer se encuentra a sus anchas con la conciencia de su sensualidad, reconocida a través de un espejo, a la misma distancia del amante que la desnuda. Pero sin la tensión de la mirada ajena. Cuantas realidades a contrapelo tenían guardadas los espejos en sus archivos de imágenes, cuantas masturbaciones, cuantas jadeos sin sonidos, cuantas visiones y cuantos amantes invisibles se reflejaron en la expresión que refleja el espejo. Sola, frente al espejo, tendría que ser aun mas sensual su actitud. Ensayando la expresión de su cuerpo mas provocativa según la prenda... De frente, con la mirada fija en sus pechos para ver como se veían con la nueva prenda, de costado. Un giro rápido para ver su figura fugaz, como el que la veía pasar. De atrás, de nuevo de frente, volcada hacia delante con sus pechos suspendidos solo en la gravedad, siempre según la indumentaria. De nuevo de costado, adelantando una pierna a la otra para  comprobar que el pantalón, o la falda, hacían honor a la geometría de su culo, a los ángulos de sus curvas. Con zapatos de alto tacón, para imaginar el poderío de su cuerpo realzado sobre el nuevo modelo de pedestales. Prendas elegidas para vestir con la intención de ser quitadas. O no, no en el caso de la ropa interior, pues merecían seguir en el cuerpo acariciado, en el sexo lamido, en los pezones mordisqueados, en la respiración jadeante. 
La mujer salio de probador. Y por fin el revés de lo conocido completo a una mujer hermosa, rasgos andaluces, marcados, acentuados por una nariz que terminaba en punta, subrayada por unos labios carnosos que, aunque serios, de tan extensos parecían sonreír. Pómulos angulosos. Ojos rasgados y oscuros con una línea de maquillaje en la comisura que afilaba mas su mirada. Algo de ojeras sumaban a su atractivo bordeando los 50. Admiro como, con engañosa coquetería, gracias al tramado ortopédico de su sostén, sus pechos se mostraban redondos. 
Le encantaban ver como los pechos cedían y colgaban una vez liberados de la prisión circular del sostén, y mas a esa edad. Intento conocer el timbre de su voz. Pero difícil justificar la presencia de un hombre en una tienda de ropa interior femenina, a no ser, claro, que este eligiendo algo para alguna mujer. Podría entrar y decir que una de sus mejores amigas se casaba, detalle que parecía, en principio, despejar sospechas. Pero a las vendedoras era difícil engañarlas, y mas a las de este tipo de establecimientos, donde los vouyeristas urbanos se adentraban con cualquier tipo de excusas.
Pronto desistió de aquella persecución de su propia fantasía corpórea y de ciertos rasgos coincidentes.
Caminó sin obstáculos  hacia un reposo necesario. Convivir con una fantasía podía ser tan agotador como perseguir cualquier realidad.
Se detuvo ante la gran avenida. Por el reflejo de un coche que pasó a gran velocidad vio a la mujer justo detrás de él, y una frase repetida hasta la incomodidad:   
“No hay una equivocación, tampoco hay una verdad. Hay un mundo de intuición que elimina cualquier racionalismo” 




Andrés Casabona

martes, 13 de diciembre de 2011

LT o el manifiesto de lo oculto. Por Charlotte Sometimes


Una de las astas del ventilador de techo tenía una leve inclinación hacia abajo y el sonido monótono que arrastraba parecía seguir el ritmo de los Cocteau Twins que sonaban desde el aparato. Siesta de verano en la montaña. Dulces aunque poco inocentes dieciséis contaba por aquellos tiempos. Algo perturbada por el sueño desperté deseando que mi primo estuviera cerca. Técnicamente no lo era aunque nos habían criado como tales. Contaba él apenas poco años más que yo. Sin terminar de estar del todo despierta con el deseo a flor piel, sentí un elemento frío en mis muslos. Ahí estaba LT apoyando un rígido corset de cuero sobre mí, a media sonrisa agitaba un antifaz con su mano izquierda. Con dos precisos movimientos ajustó el corset tan precisamente que las costillas se estrecharon hasta cortarme, gratamente, la respiración. Me colocó el antifaz. Sin salir del asombro pero ya despierta veía su camisa azul arremangada, los vellos rubios de sus brazos y los que asomaban de su pecho y mi corazón parecía querer saltar del prieto corset. Violentamente me arrojó sobre la cama dejando mis piernas colgando de la cama y comenzó a comerme el coño. Me sentí desmayar de deseo. Alternaba lamidas profundas con mordidas suaves, con suavidad metía dedos en el coño y en el culo en suave vaivén. Yo chorreaba en su barbilla. Toda una eterna tortura musicalizada con mis gemidos de sumisión y rendición ante él. Acariciaba yo su hermoso cabello cuando tomó entre sus diente mi inflamado clítoris y con la punta de la lengua lamía frenéticamente. Acabé en dos espasmos y gritos dignos de una gata en celo. Le bajé el cierre y liberé esa pija reluciente que pulsaba con fuerza por salir. No me permitió tocarlo. Se masturbó mirándome fijo a los ojos y acabó sobre el corset. Se arrojó sobre mí, me besó sin poder calmarnos a pesar de tanta ternura. Me dio vuelta de un movimiento y cacheteaba mi cola sin descanso hasta dejar sus manos marcadas en ella. Logré hacerme cargo de la situación y fui yo quien lo puso boca abajo en la pequeña cama. Desde la base de su nuca recorrí con la lengua húmeda toda su columna hasta su blanco, palidísimo, rosado, perfecto y redondo culo. Lo volví loco con mis besos negros, escucharlo entrecortado en su gimoteo me alentaba a meter la lengua más profundamente y acompañarla con mis dedos. Sentía cómo se aflojaba y se ofrecía. Instintos poco explorados hasta entonces lo desarmaron completamente, su entrega fue absoluta. Lo dí vuelta y mirándonos sin pestañear otra vez y con los ojos inyectados apretó fuerte mi garganta y acabó en mis tatuajes.


Como la fe, lo oculto se manifestó de esa manera, casi religiosa, fervorosamente.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Relato: Hielo y Brasas


Agustín estaba sentado en uno de sus bares favoritos, leía mientras revolvía suave un humeante café. Era costumbre en él buscar estos rincones para disfrutar, bien de la lectura, o bien de alguna instructiva e interesante tertulia. El ambiente de ese pequeño bar era acogedor, distintos personajes de la bohemia artística solían entrelazarse en interesantes debates, para participar de alguno de ellos, sólo bastaba con alzar la vista del libro, pero su lectura lo abstraía de todo. Sólo el particular crujir del suelo de madera, efecto de unos pasos de tacones, hicieron que alzara su cabeza. Una mujer de unos 30 años, ojos color caramelo, pelo negro que caía sobre sus hombros, un vestido negro ajustado al cuerpo que dejaba ver sus pronunciadas curvas y zapatos negros de fino y alto tacón, había detenido sus pasos justo enfrente de él. La mujer miró directamente a los ojos celestiales de Agustín y junto a una tímida sonrisa, esbozó.
- ¿Puedo sentarme contigo?.
Se llamaba Claudia. La amena charla transitó por distintos parajes intelectuales. Parecían tener, además de la misma edad, las mismas aficiones. Pero había algo en ella que no encajaba en toda aquella realidad. No por ser una mujer hermosa que sin más se presenta ante él y se sentaba en su mesa. Agustín se sabía apuesto y no era la primera vez que le pasaba. Era algo que ni su filosa intuición podía pronosticar, pero se sentía bien con ella.
- Me gustaría que vinieras conmigo, sin preguntas-dijo Claudia.
Agustín miró a los costados, los presentes seguían en sus cosas, leyendo, tertuliando, o con la mirada perdida en el horizonte de la barra. Se levantó de la silla de madera y sin decir una palabra, la tomó de la mano, pagó ambos cafés y se marcharon del bar. Afuera el cielo todavía conservaba un ápice de luz, en pocos minutos la noche caería sobre la ciudad. Caminaron hasta una esquina, ella se detuvo y le indicó que esperara allí. Agustín siguió con la mirada a Claudia, que descendía por la escalera de un parking. Observó a la gente e intentó imaginar de dónde venían y a dónde iban. Desde la rampa del parking un coche mediano y de color petróleo ascendía. Pudo reconocer a Claudia al mando de éste. El coche frenó. Claudia bajó el cristal del lado del acompañante y le hizo un gesto para que se subiera. Tomaron una carretera que los alejaba de la ciudad. Agustín comenzaba a angustiarse, pero al ver, de soslayo, el tacón de aguja clavándose en el pedal, su angustia daba paso a un excitante estremecimiento. Llegaron a un barrio residencial. Bajaron del coche y caminaron hasta el portal de una casa. Claudia revolvió el bolso y sacó un juego de llaves. Abrió la puerta, encendió las luces e invitó a Agustín a entrar. La casa estaba dominada por un diseño minimalista, con buen gusto en todossus detalles. Tomaron asiento en un confortable sillón y charlaron, como en el bar, sobre distintos temas. Pero el tema que más apasionaba a Agustín era verla cruzar sus piernas de un lado a otro, ella reconocía que sus cruces de piernas causaban placer en él, era lógico pensó, si a los caprichos de mi cuerpo nadie puede resistirse. En este duelo de seducción estaban cuando ella rompió la ya monótona charla.
- ¿Qué es lo que más te gusta de una mujer?
- Que me sorprenda -respondió Agustín-,más aún cuando esa mujer es hermosa como tú. Los ojos de ella se clavaron en los de él. Descruzó sus piernas, adelantó su torso hacia él... nunca sus cuerpos habían estado tan juntos.
- Yo te puedo sorprender, pero con la primordial y única condición que hagas exactamente lo que yo te diga, sin discutir, ni omitir quejas -y acercando su boca a escasísimos centímetros de la suya, remató:- ¿ De acuerdo? Claudia vendó los ojos de Agustín, no sin antes eludir la boca de él, deseosa de ávidos besos. Lo invitó sin preámbulos a que se quitase toda la ropa, con excepción de sus calzoncillos. Así, vendado sus ojos y casi desnudo, lo condujo, escalera abajo, hacia un ambiente que olía a sótano. Tomó su mano izquierda y levantó el brazo hacia lo que Agustín se figuraba una viga, amarró su brazo al párante y tirando de él se aseguro que estuviera bien sujeto, lo mismo hizo con la mano y el brazo derecho. Agustín probó, tirando fuerte, la eficacia de aquellas cuerdas que lo amarraban con los brazos extendidos en formas de alas. Sintió que los pasos de ella se alejaban.
- Claudia... ¿estás ahí?- Sintió los pasos de ella, que se acercaban a gran velocidad hacia él. Dos fuertes golpes, con la palma de la mano abierta, uno por mejilla, le cruzaron la cara de lado a lado.
- A partir de ahora me llamarás Señora, y no hablarás hasta que yo te lo ordene. Y ahora quiero me contestes ¡Sí, Señora!, ¿lo has entendido?
- ¡Sí, Señora!, lo he entendido. Luego de este acto, erótico, imperativo, Agustín sintió crecer su pene, mientras el taconeo de ella se alejaba nuevamente. A sus ojos vendados le visitaban el débil resplandor de luces danzantes, juzgó enseguida que se trataba de luces de velas. Éste era el único signo de luz que él adivinada tras el manto de seda que cubría su mirada. Puesto que la venda era de seda, su visión no era la del negro absoluto de la oscuridad, por eso se aventuró a dictar qué era lo que iluminada el ambiente. Al resto de los componentes de la habitación su mirada sí estaba censurada. A juzgar por sus oídos atentos como únicos vínculos con la realidad, volvió a sentir los pasos de Claudia, con un andar que parecían vanagloriarse sobre la altura de sus finos tacones. Pero los sentidos de Agustín, no censurados por Claudia, parecían reunirse en una fiesta de expectación que no dejaba sin invitación al olfato: un dulce perfume se mezclaba, súbitamente, con una extraña fragancia etílica que penetraba por los orificios nasales de Agustín. Esta sospecha de cercanía fue catapultada por el dedo índice de Claudia que dibujaba, con suma suavidad, una línea recta que iba desde el cuello hasta la mitad del pecho del joven. Sin quitar el dedo, Claudia dibujó un círculo en la mitad izquierda del pecho del joven y, en forma de espiral, fue acercando su dedo hasta la circunferencia del pezón de Agustín. El dedo de Claudia viajó recto hacia el otro pezón, y como quien saca un delgado clavo de una pared, colocó sus dedos en punta y presionó suavemente el pezón derecho, acto que obligó al joven a exhalar un pequeño suspiro. Un cosquilleo en toda la cara de Agustín daba a entender que Claudia ofrecía ora su nuca. Sus caderas se meneaban lentas, ofreciendo al pene del joven sus glúteos redondos. Claudia percibía la tremenda excitación que se había apoderado de Agustín, y aprovechando su miembro erecto movió mas provocativa sus caderas hacia el pene.Muy lentamente Agustín sentía cómo aquellas delicadas manos desprendían el botón de su tejano, cómo hacían descender su cremallera hasta liberar la aprisionada excitación, y cómo, de un fuerte movimiento hacia abajo, su prisionera dejaba en libertad su pene que latía hinchado de exaltación. Claudia volvió a provocar con sus glúteos el pene de Agustín, éste, al sentir el roce de las suaves nalgas de Claudia, sintió una aterciopelada sensación... Pero por más que Agustín se esforzara por descubrir si Claudia seguía con el mismo atuendo o estaba en bragas o desnuda, de qué elementos provenía la combinación de aquellas extrañas sensaciones olfativas, si la débil luz sólo estaba formada por velas, y si realmente era el dedo de Claudia el que recorría su pecho, la venda de sus ojos cubría su mirada lo justo para que todas estas sensaciones fueran precisamente eso, sensaciones. Así, entre ese racimo de sensaciones, sintió cómo los pasos de Claudia se perdían en la lejanía. Este juego de ojos vedados le unía al placer por lo mismo que lo distanciaba: sentir y no saber qué estaba sucediendo ante tanta incógnita. Nuevamente el sentido auditivo le indicaba que ella, montada en seguros tacones, se acercaba con el mismo sigilo con el que se alejaba segundos atrás. Al dulce perfume que reinaba por sobre cualquier sospechosa fragancia se le adelantó un aroma fresco, como inmaculado, al instante su mente viajó hasta su niñez, no sabía muy bien a que rincón... Las manos de Claudia, humedeciendo todo su pecho, lo trajeron con violencia ante este presente excitante, un frescor recompensaste pasaba por sobre sus pezones, y por detrás de esta sensación, otra también húmeda pero mas fría, como si se tratase de un cubito de hielo, en efecto, de hielo se trataría ya que gotitas frías se estrellaban en la punta de su glande. Los dedos de Claudia atraparon un pequeña porción de piel, muy cercana al pezón izquierdo. En décimas de segundos Agustín sintió un fino fuego, como si las uñas de Claudia pellizcaran muy finamente aquella porción de piel. Pese a que Claudia distanció sus dedos del pecho del joven, éste sentía como la marca de los dedos de Claudia persistía en su pecho, como si algo de Claudia no abandonase del todo su piel, dejando en la epidermis una extraña mezcla entre frío y calor, dolor y placer. La misma sensación volvió a poner hielo y brasas en el corazón de Agustín, y se repitió varias veces hasta sentir un ardor alrededor de su pezón izquierdo. A los oídos de Agustín llegaba nuevamente el taconeo de Claudia que anunciaba otra vez su lejanía. La punzante sensación en su pecho no le permitía determinar, ni en segundos, ni en minutos, el cálculo de tiempo transcurrido hasta el momento de volver a disfrutar, según sus órganos auditivos, el glamour de los pasos de Claudia acercándose hasta él. Otra vez el rico y dulce perfume de ella se mezcló con el aroma etílico. Sobre su pezón derecho sintió el hielo que se derretía inminente. Sintió cómo ella aprisionaba la piel debajo del pezón. Sintió un estímulo que lo hizo estremecer tanto que, desde sus ojos que visitaban continuamente la oscuridad, se sumaron la de pequeños cuerpos azules. ¿Serían realmente sus manos que pellizcaban su piel? Y si no eran sus manos, ¿de qué estaban hechas estas descargas de poder que su dueña depositaba, maliciosa, sobre su torso desnudo? Este pensamiento punzaba su cabeza cuando por primera vez, luego de las violentas bofetadas, se escuchó la voz de Claudia que interrogaba seca:
- ¿Qué sientes?
- Un fuego alrededor de mis pezones- contestó él con la voz entrecortada- Pero también siento algo frío, como si tuviera una brasa y un hielo. Siento que cada vez que me pellizcas algo tuyo se quedara en mi cuerpo.
- Quizás tengas razón -dijo serenamente Claudia, agregando al estado de Agustín aún más desconcierto, y continuó:- Pero aún falta lo mejor. Lo que me pregunto es si estarás dispuestoa ver el castigo final que tengo pensado para ti. Además si quito la venda de tus ojos, podrás ver cómo voy vestida ¿Tú qué crees? ¿Podrás aguantar ver de qué se trata el castigo final? Agustín respiró fuerte, sentía sus labios secos, los humedeció con su lengua y sintió los de dedos de Claudia que acariciaban su boca, cuando intentó besar los dedos, ella los retiró inmediatamente. Volvió a respirar profundamente, y sintió cómo un cubito de hielo aliviaba sus resecos labios.
- Creo que me gustaría -Y, al imaginar los zapatos de tacón de Claudia, más el enigma erótico de su vestimenta, envalentonó su discurso- ¡Sí, me encantaría verte!
Los pasos de Claudia se desplazaron hacia el costado derecho de Agustín, al instante los pasos de Claudia volvían a situarla justo enfrente de él. Agustín sintió que algo, además de la presencia de ella, se erigía también enfrente de su ser. Sintió los antebrazos de ella sobre sus mejillas, y sintió el giro de la suave piel de los antebrazos que colocaban a Claudia detrás de él. Con el roce de los pechos de ella en su espalda, un escalofrío recorría su espinazo. Los dedos de ella hurgaban en la nuca y cedió la presión del pañuelo. Por un instante temió perder la magia que le engendraba su mirada prohibida. El pañuelo ya no rodeaba su nuca, pero persistía su velo oscuro delante de su mirada, la voz de Claudia condimentó más la expectativa.
- Ha llegado la hora de que te veas -Y apartó el pañuelo violentamente de su mirada. Ante los ojos de Agustín, su propia figura se reflejaba ante un espejo de pie, colocado de forma tal que, la parte frontal de su propio cuerpo, fuera apreciado en todo detalle por el mismo. La confirmación sobre las sensaciones que había experimentado a merced de los caprichos de Claudia se confirmaron de inmediato. Era verdad que eran luces de velas las que danzaban sobre sus ojos vendados durante toda aquella dulce tortura, estas mismas luces iluminaban tenuemente el ambiente denso de alto erotismo, haciendo un leve destello sobre sus pezones. Pero no eran lo suficientemente intensas para determinar, con exactitud, por qué destellaban las luces sobre sus pezones. Claudia, que seguía aún detrás de él, y que sólo dejaba ver su rostro en la imagen del espejo, pudo apreciar que la leve luz no le despejaba el enigma del destello. Con una vela encendida, pasó su nacarado brazo por delante y lo colocó en el medio de su pecho. Agustín se encogió como si un castigo invisible azotara con violencia toda su anatomía, cerró los ojos y gimió. Cuando volvió a abrirlos, se volvió a estremecer ante la imagen de ocho finas agujas clavadas en su pecho, cuatro alrededor del pezón izquierdo, y cuatro alrededor del derecho. Un frío sudor que recorrió su espalda parecía colarse en la espina dorsal y congelar el fluido del líquido ciático. Pero pese a todo, el dolor y el placer brindaban dentro de su cuerpo. Concentró su mirada en el arte de las agujas clavadas en su cuerpo, una entraba y salía justo donde la otra entraba, formando así un cuadrado. Claudia se colocó frente a él con los brazos en jarras. Un vestido blanco inmaculado, el pelo húmedo y prolijamente peinado hacia atrás, los muslos perfectos, y los zapatos de tacón de aguja negro acharolados, hicieron que el pene de Agustín se hinchara hasta casi estallar. De sus labios pintados color carmesí se esbozó una felina sonrisa, que dio paso a la construcción de sus palabras...
- Y ahora que ves las agujas, ¿qué sientes? - interrogó Claudia, muy dueña de la situación, y sin perder un sólo palmo de su sonrisa. Agustín la miraba perplejo, sólo deseaba que ella lo soltara y así, poder arrojarse a sus pies y lamer sus zapatos hasta derramar en el suelo todo su
semen.
- Quiero adorarte, quiero arrodillarme a tus pies…
- Lo harás, pero antes recuerda que falta algunos castigos más. Como podrás ver, tienes clavadas ocho agujas en tu cuerpo. Metió su mano en el bolsillo del vestido, sacó de allí dos tubitos, cogió uno en una mano y el otro en la otra mano, los colocó delante de sus ojos.
- Estos tubitos son agujas esterilizadas –Abrió los dos tubitos e interrogó sarcástica:- ¿Adivinasdónde tengo pensado colocártelas? Agustín respiró fuerte, no podía, o se negaba a imaginar, el destino de las agujas. Se quedó en silencio mirando a Claudia, ella continuó.
- Puesto que no te atreves a decirlo, las colocaré directamente donde tenía pensado. Tomó entre sus dedos el pezón izquierdo, y con una precisión y velocidad inmejorables atravesó el pezón de Agustín, que gritó y gimió desesperado. Claudia se agachó y se metió el pene de Agustín en su boca, los gritos de dolor de él se fundieron en gemidos de placer. Lo mismo sucedió, como ella había prometido, con el pezón derecho. Luego de ver cómo Agustín se calmaba, le dijo:
- Apenas te vi en el bar supe que terminarías aquí conmigo. Le quitó las cuerdas que amarraban sus brazos y con el dedo recto señaló el suelo.
- Ponte de rodillas y y lámeme los zapatos. Agustín dejó caer su cuerpo perforado y lamió suavemente los zapatos de Claudia. A los pocos minutos le dio la orden de detenerse. Lo cogió del pelo, trajo una silla y se sentó frente a él, cruzó sus piernas con tremenda seducción y dijo: - Quítate tú solo todas las agujas, pero las de los pezones déjalas para el final. Agustín comenzó, temeroso, a quitar una a una las agujas. Cuando le tocó el turno a las de los pezones, hizo una pausa, miró a Claudia, cerró los ojos y quitó ambas agujas a la vez. Claudia sonrió y sintió cómo su entrepierna se humedecía. Le tiró la ropa y le dijo que se vistiera, ella lo esperaría arriba.Cuando Agustín subió, Claudia estaba con la puerta abierta de su casa, desde donde se podía ver un taxi parado justo en el portal. Le entregó un sobre y cerró la puerta a sus espaldas. Agustín abrió el sobre y vio dos billetes de diez euros y una moneda de 25 céntimos. Subió al taxi y le indicó la dirección de su casa. Cuando llegó hasta la puerta de su casa, el reloj del taxi marcaba 20 euros, con 25 céntimos.


                                                                         Sergi 
                                                                         Barcelona 2003 

viernes, 2 de diciembre de 2011

Portada y Editorial Diciembre. "Fantasías"



Diseño de portada: LUCIANOH http://www.flickr.com/photos/lucianoh/

Ultimo mes del año. Y para nosotros, además, se inicia el camino hacia el primer aniversario de Fatale en formato digital. 
Lo que queremos desearte para este fin de año, y por el resto de tu vida, es que intentes cumplir con todas tus fantasías eróticas. Y que estés atento a las otras fantasías que se sucitarán si te animas a vivir las que están ahí latentes. 
Una fantasía nunca deja de serlo porque se convierta en realidad, porque siempre, en el interior de cada fantasía, puede esperar alguna sorpresa erótica de la que, hasta ese momento, eras completamente ajeno. 
Nadie puede pasar por este mundo sin sentir ese fuego que te quema el cuerpo cuando tu fantasía esta a punto de dejar de ser una imagen imaginada hasta la saciedad para convertirse en respiración, tacto, sabor, olor, para que una escena o una actitud salga de un  cuerpo real y te toque lleno de vida.  
Por supuesto hablamos de fantasías consensuadas por todas las partes involucradas. 
También deseamos que te expongas a las fantasías de tu pareja o amante o compañero/a sexuales, porque puede que haya fantasías que no sean del todo gustosas para uno, pero solo por hacer feliz a quien se ama o se gusta vale el esfuerzo de hacerlas realidad. 
No se trata mas que de hablar, de contarse los gustos, de indagar y dejar el egoísmo de lado. 
Y sobre todo, de no temerle a lo que se siente, si lo que se siente no es una patología que no incluye lo lúdico como vinculo de relación. 
La fantasía siempre se tiene que llevar al terreno del juego, sin por ello perder la seriedad y el rigor en casos de fantasías bordeabas por el oscurantismo   
Por lo demás, y para dejar esta editorial como un humilde espacio de reflexión, preguntate ahora mismo si alguna vez cumpliste con tu fantasía erótica, o fuiste parte de alguna fantasía erótica ajena.  

                                                                               Andrés Casabona      
        

   

domingo, 27 de noviembre de 2011

Mistress Natalie. Bella y Cruel 1/2

A propósito de aquella entrevista en la que sucumbí por sentir la resolana de una mujer que me subyugaba con lo que dentro de su comarca era capaz de ofrecer, no atiné, quizás por ese hipnotismo, a solicitar algunas  imágenes de ella y su circunstancia. Me creí impune frente a ella pensando que, en la soledad de las palabras, sería capaz de reconstruir, con apenas un manojo de adjetivos combinados, lo que en ese momento tenía frente a mi. Tuve de su imagen un recuerdo incierto, como si cada vez que me esforzaba por recuperar algún gesto suyo un destello de luz se posara en su semblante. Intente hilvanar la crudeza de su seriedad combinada con una sonrisa reparadora  Cerraba los ojos y la veía, pero en cambio no me salían las palabras. Sentí una sensación similar a describir un color que jamas había visto. ¿Como se puede describir un color que no existe?
Por suerte al poco tiempo recibí un mail de ella en el que me ofrecía alguna de sus ultimas sesiones fotográficas.
Agregar mas palabras a esto es como explicar el efecto de una fantasía hecha realidad


Gregorio Sacher






           

miércoles, 23 de noviembre de 2011

domingo, 20 de noviembre de 2011

Putiferios. Por Andrés Casabona



Desde Barcelona:

El Sr Yun Tung,  gerente general de una empresa de exportación japonesa, coge un avión en el aeropuerto de Haneda (Tokio) con destino al aeropuerto de El Prat (Barcelona). Marcelo, joven ejecutivo júnior recién iniciado en el mundo publicitario, realiza, vía tren de alta velocidad Madrid-Barcelona, su primer viaje de negocios. Javier, el hijo de don Pepe, convence a su padre, dueño éste de una mini cadena de alimentos en la zona Polígono de Elviña (Galicia), para modernizar un poco la empresa familiar, por eso se dirige con su coche hacia a Barcelona. El Sr Capdevilla, dueño absoluto de una importante firma de cava, se levanta muy temprano por la mañana y, mientras juega en el jardín de su masía  con uno de sus perros dogos, se lamenta del día que le espera en la ciudad, plagado de apretones de manos y saludos falsos a decenas de personas que pretenden hacer negocios tras el trazo de su firma en un papel. Ninguno de ellos se conoce aun, pero todos van a coincidir en la decimoctava edición de la Feria de Alimentaria 2010. Y, según las estadísticas que amablemente me facilitaron algunos entrevistados responsables del entretenimiento erótico, muy seguro es que también coincidan en otro tipo de ferias: Puticlubs y  Show Girls

Entre Barcelona y Madrid se realizan al año un gran cantidad de ferias, en los que los recintos feriales congregan gran cantidad de público, mayoritariamente masculino, de los cinco continentes. Sin ir mas lejos, la última feria de Alimentaria reunió a muchos miles de personas de todo el mundo. Que el aparato turístico se frote las manos ante este aluvión de hombres de negocios, no es ninguna novedad.  Y, a su vez, que las salas dedicadas a los espectáculos eróticos  incrementen sus visitas, tampoco. Lo curioso es la gran cantidad de empresarios que en estos periodos ubican en sus agendas, como si de un compromiso mas se tratase, la visita “obligada”, “por negocios”, a estos irresistibles lupanares. Juani de Lucia, la encantadora encargada del Bagdad, hace cuentas y nos encuadra la cantidad en porcentajes: “El incremento de gente que nos visita en periodos de ferias es de un quinientos por ciento mas, o, lo que es lo mismo, cinco veces mas de lo habitual” Y aclara: “Aunque esto no es solo en épocas de ferias, estoy haciendo estas cuentas también en base a las grandes citas europeas de fútbol en el campo del Barcelona”. Hace una pausa y, como quien busca un recuerdo cercano, remata con algo no menos sorprendente: “Te digo mas, cuando se realiza el gran premio de formula1 (Montmeló), hay muchísima gente que viene directamente del circuito al Bagdad, apenas finaliza la carrera, sin ninguna escala previa, como si la bajada de bandera que indica el final de la competición, fuese para ellos la de la “salida frenética” hacia aquí. Luego de habérselo pasado en grande, salen de del Bagdad casi al amanecer y recogen sus equipajes en sus respectivos hoteles para volver a la rutina en sus habituales lugares de residencia”. Ángel, encargado del club New Aribau, nos cuenta que, en época de Ferias, tiene que poner más chicas al servicio de los insaciables empresarios: “En estas épocas, llámese  feria  Alimentaria o feria de telefonía o gran premio de F1, los sitios como el New estallan de ávidos empresarios en busca de sexo de pago, las chicas saben que en estos periodos no hay noche de descanso y que las horas son de mucho ritmo y exigencia, lógicamente ellas también hacen su agosto... con decirte que muchas chicas solo trabajan en las noches donde la ciudad acoge alguno de estos eventos y, según el evento van viajando por las diferentes ciudades del mundo, es decir que siempre trabajan alrededor del dinero de estas ferias”. Y agrega: “Cada vez que en Barcelona se celebra alguna de estas ferias, nosotros enviamos tarjeteros a los alrededores de la Plaza España, y por supuesto, nuestros promotores saben que de cien flyers que reparten, sin exagerar, un 80% nos visita”.
En la pasada feria de las antigüedades, que se pudo visitar en la Fira de Barcelona, entre tesoros de cientos de siglos de antigüedad, y piezas de un valor incalculable por su historia y belleza, deambulaba una mujer hermosísima. En su andar, sensual y distante, se delineaba un perfil de mujer acostumbrada a lidiar en las cofradías de la alta alcurnia. Su belleza era evidente y el aire distante, pero no menos sensual, hacia brisa gracias a su vestimenta de ejecutiva eficaz. Entre adoradores de lo antiguo, figuras prístinas y poderosos coleccionistas, la atractiva mujer expendía su tarjeta personal. Sobre un fondo blanco de textura rugosa, la tarjeta anunciaba “Servicios Globales”, junto al nombre de ella y un numero de contacto. La suerte de tener un conocido allí adentro, me hizo saber que la bella dama, más que una potencial compradora, era más bien, entre tanta figura antigua, algo así como una Astarté, (diosa de la prostitución en la mitología fenicia, a la que más tarde los griegos llamaron Afrodita). En efecto, una vez llamabas al número de teléfono, los servicios globales significaban el conjunto de placeres sexuales que una mujer es capaz de dar.   
Tanto los Show Girls como los Puticlubs, o las profesionales del sexo autónomas, están perfectamente preparados para el desembarco de las abultadas carteras de los hombres de negocios.  Y nada esta improvisado en un periodo en el que, tanto Juani como Ángel, coinciden en que el dinero que se dejan los hombres de negocios es demasiado como para dejar algo librado al azar.

Embajadores del vicio
Cuando por turismo o por negocios, o por lo que sea, se llega por primera vez a una ciudad y la intención es buscar ocio erótico, las mejores guías no vienen en formato de papel. La información mas fidedigna viene de las voces de los currantes de la noche: taxistas y  conserjes de hoteles (estos últimos preferentemente de  alojamientos de mas de tres estrellas). Suelen ser estos los que conocen, según el presupuesto y el gusto erótico de cada uno, los sitios ideales a los que ir y extienden sus consejos con bocanadas de palabras precisas en donde conviven la precisión y la discreción. Y suelen ser también estos los que funcionan como verdaderos percutores para los que, tímidamente desde la recamara de su vicio, preguntan con más o menos rodeos por Sexo bursátil.
Claro que, tanto unos como otros, cobran una comisión por este trabajo de prescriptores del vicio. Aunque esto no quiere decir que el criterio personal no entre en la valoración de la recomendación, es decir, no solo porque se tenga una comisión se recomienda tal o cual sitio. Pedro, taxista nocturno desde hace mas de 20 años, nos cuenta que: “Yo, en lo personal, no recomiendo cualquier sitio, sé perfectamente que sitio es para recomendar, por eso no acepto propuestas de cualquier sala de alterne, solo acepto recomendar las salas en las que sé que el pasajero se lo va a pasar bien, ya sea por el nivel de las chicas o por el trato que se les brinda. Cada persona tiene su perfil, hay muchos que prefieren el buen trato a encontrarse con mujeres esculturales pero frías como témpanos”.
Juan, conserje del turno noche de un importante y céntrico hotel de Barcelona, también tiene su trabajo remunerado de embajador del vicio, y nos da un amplio perfil de los turistas que se acercan al mostrador para informarse: “La mayoría no se corta un pelo a la hora de preguntarte por salas con chicas, dan por hecho que tú tienes que saber dónde están los mejores Show Girls y Puticlubs de la ciudad. Hay, incluso, gente que viene con sus familias y una vez dormidos todos, bajan al hall (uno ya lo ve venir) y, con disimulo, te piden que les recomiendes lo más cercano. Y sí, la verdad es que nos visitan de todas las salas para que recomendemos, está en uno preocuparse en ver qué es recomendable y qué no”.
Que importante serán estos guías que Beto, ex taxista y flamante empresario del ocio para adultos, nos confiesa que, a la hora de hacer la promoción de su nuevo local, no dudó en hacer tarjetas exclusivamente para conserjes y taxistas: “Cuando hice el encargo de las tarjetas para mi local, le dije al de la imprenta que pensase en los conserjes de los hoteles y en los taxistas, es decir que, sean lo suficientemente discretas para que ellos puedan recomendar el sitio, además de invitarlos a una copa para arreglar temas de comisiones”.
Estos engranajes perfectamente engrasados (con máquina propagandística incluida), son los que hacen de las grandes urbes lugares en los que uno se puede esconder en el anonimato y tener un  viaje de negocios al completo.

Como es habitual, siempre que uno escarba en el mundo del ocio para adultos es costumbre encontrarse con algún dato que siempre nos sorprende, como cuando charlamos distendidamente con una hermosa madame y nos contó secretos insospechados, sin nombres, que nos dejan enganchados a la certera idea que el universo del cerebro humano es indefinible.

¡Trato hecho!
Cansado de una jornada intensa de feria, pero con las obligaciones de ser el mandamás de su pequeño imperio del cava, el Sr Capdevilla organiza una reunión con varios representantes del mundo de los negocios. Por un lado, y con el afán de exportar su producto allende las fronteras del continente europeo, cita al Sr Yun Tung. Este pide un taxi desde el céntrico hotel en el que se aloja y ve que la dirección que le había pasado el Gran Jefe de los Cavas, coincide con la que la noche anterior le había dado el conserje, a propósito de su pregunta tímida sobre acción sexual. Una vez en el taxi, y cuando le indica la dirección al taxista en su precario español, este, como quien pilla a un niño travieso, lo mira por el espejo retrovisor con una sonrisa cómplice y en ese español de verbos infinitivos al mejor estilo Tarzán que solemos utilizar con la gente oriental, le dice: “Elegir bien amigo, aquí haber muchas chicas guapas, de paso decirle que va de mi parte, hacer un gran favor... favor...gran”. Al otro lado de la ciudad, en un hospedaje mas humilde, Javier, el hijo de don Pepe, está emocionado ante la cita del Sr. del Cava: por fin el negocio de su padre se modernizará gracias a su gestión. Allí va Javier, en metro, a su primera gran reunión de negocios. No muy lejos de allí, en una habitación de hostal humilde pero muy cómoda, Marcelo le confiesa a su novia lo mucho que le gustaría que esté junto a él en esta noche hermosa, en esa ciudad maravillosa y con mar. Pero este deseo se evapora al ver bien la dirección, apuntada en un papelito,  donde lo espera su posible cliente, y la coincidencia con la dirección del local que en ese momento, frente a él, promete derroche de carne femenina al desnudo. Los tres citados, son conducidos a una mesa reservada a nombre del Sr Capdevilla que, entre sonrisa, copa y gesto cariñosos a las chicas, espeta a los tres ¡Trato hecho!. Esta escena, que parece sacada de una película de los 70’, es algo que se puede ver cada vez que hay una feria importante en la ciudad. Juani, la madre de todas las chicas del Bagdad, como a ella le gusta definirse, nos confirma esta acción de realismo mágico con un hecho real: ¿“Ves ese grupo de empresarios de diferentes edades”?. Miro. “A la vista, y por sus diferentes edades, se puede ver que cada uno de ellos ocupa un puesto muy diferente en el mundo de la empresa, pues ellos, muy seguros, están cerrando un trato económico, puede incluso hasta millonario, entonces, una vez todos de acuerdo, el mandamás pide otra botella del mejor Cava para festejar un nuevo... ¡trato hecho!”

jueves, 17 de noviembre de 2011

Portada y Editorial Noviembre "Utilizaciones"




Diseño de portada: Alejandro Maffoni 

Esta imagen de portada, que da el inicio al décimo primer mes de publicaciones, es una excelente metáfora para indicar el libre albedrío que nos sugiere el erotismo a cada uno: 
Nosotros, desde este humilde espacio, colocamos una consigna y quien nos sigue la rellena según lo que a cada uno le parezca. 
En este caso, fíjense bien en la imagen de arriba que ilustra la portada:   
Hay quienes colocarán, a ambos lados del objeto, las piernas de una fémina con proporciones de las mas variadas hasta que dicho objeto calce profundo.
Quienes simplemente se coloquen "ellos" y jueguen a ser "ellas".
Mujeres dulces que feminicen a sus machos recios  
Quienes atesorarán la prenda convirtiéndola en objeto de culto. 
Quienes almidonen la lengüeta hasta dejarla mas o menos tiesa y coloquen una varilla donde la pieza comienza a enflaquecer y de pronto obtenga una hermosa fusta.
Hombres y/o Mujeres que la regalen a sus parejas en un cumpleaños, cumple mes, aniversario... o divorcio     
Hombres y/o Mujeres que se las regalen a sus parejas en su propio cumpleaños porque consideran que, colocándoselas a sus parejas, el regalo es para ellos mismos. 
Mujeres que se la coloquen al revés para que el roce del calce roce su clítoris
En fin, el que quiere seguir con las diferentes utilizaciones, desde luego, puede hacerlo.
Por lo demás, solo volver agradecer a todos los que nos visitan. De verdad, es un placer inconmensurable absorber tiempo de donde sea solo por ver escritos los comentarios que nos regalan a lo largo de las publicaciones. 

                                                                                               Andrés Casabona    


                                                                                                 

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Perseverancia. Por Federico Herrendorf


"Esto también es Cultura Erótica" 

Federico Herrendorf, 16 de noviembre de 2011


jueves, 3 de noviembre de 2011

Agua Saborizada. Belén Wedeltoft

Oscuramente fuerte es la noche el título de una novela. Al principio tuvo miedo porque al fin y al cabo, ¿quién era él? Lo poco que lo conocía era suficiente pero podría ser que no. Esas veinte cuadras que la llevaban hasta sus brazos eran un corredor larguísimo, preguntas sin respuestas. De una sola cosa estaba segura: no era amor. Y sin embargo sus manos le encantaban y la forma de respirar como un felino debajo de ese cuerpo perfecto. A lo mejor, seguro y tal vez el enigma era lo que más la seducía y siempre que estaba con él optaba por no preguntar. Ese era el pacto y la magia que había entre los dos.
-        No importa quién soy, importa lo que soy cuando estoy con vos.
Descubrió que entonces era como en una película, otra forma de hacer ficción, el mejor ejemplo de la acción definiendo al personaje. El era oscuro y luminoso al mismo tiempo, sabía alternar luces y sombras mostrando y escondiendo. Lo que se decía, se decía pero la luz del discurso oscurecía lo que no. Había un no relato dentro del relato que la llenaba de felicidad. ¿Quién es? No le importa.
Cuando estacionó el auto él la estaba esperando en la puerta, tenía una sonrisa de bienvenida, una sonrisa “welcome” brillando en los dientes blanquísimos. Adorable. Ella bajó del auto como si entrara en cuadro. Luz, cámara… anda. El cerró la puerta y la abrazó.
-        Personaje. ¿Cómo estás personaje?
Le gustaba decirle personaje, como a la protagonista fugaz de una historia que en realidad no existía. La apretaba entre sus brazos, le hacía sonar los huesos de la espalda, la besaba en la boca.
-        Estás linda.
No: estás hermosa, no: me gustás, no: te quiero. Estás linda.
-        Me gusta el perfume.
Sí, a ella también le gustaba el perfume de él y ese espacio enorme que se abría delante de ellos como un lugar desconocido, amenazante. Todo en él era “yo te cuido” y al mismo tiempo “no significás nada para mí”.
Ella dejó la cartera sobre el largo mostrador, él la condujo con dulzura.
-        Mirá lo que preparé para vos.
Le apretaba la mano fuerte. Era como una niña apurando sus pasos detrás de él, las botas sobre el piso, tac, tac, tac.
Tinelli de fondo, acababa de notarlo. El lo llenaba todo con su sonrisa pero también estaba Tinelli. Personaje. Todo en penumbras.
-        ¿Te gusta?
Si. Le encantan los hombres seguros de sí mismos, que saben lo que quieren, que no les tiembla el pulso. Que no se enamoran. “La” encantan.
-        Mirá.
El espacio inmenso, alumbrado apenas con una luz tenue, una insinuación de luz, algo para ver y no ver.
-        A vos que te gusta jugar al gallito ciego.
Ella se rió, multiplicada en el piso, en los espejos de las paredes. Su propia enemiga. No importa, está con él y entre los dos una isla en el mar de espejos y demasiado cerca la orilla que no conduce a ningún lado.  Pero, ¿quién quiere irse? El ha construido una isla para retenerla a su lado. El es el rey, el presidente, el soldado, el pueblo y la bandera debería ser como los ojos de él: transparente y como los de ella: felices. Eso piensa.
-        ¿Te gusta?
Lo imagina preparando el espacio para el personaje, pasando la aspiradora, apurando a la gente para que se vayan, pensando que ahora viene el personaje y voy a armar el decorado, un escenario a la medida de los protagonistas, una isla desierta perdida en el océano Pacífico,  perdida como ella, sin dueño.
-        Besame.
No había dejado casi de besarla ni de acariciarla desde que puso un pie sobre la isla. Su isla.
-        A eso vine.
No había otro plan que el sexo y era un gran plan. Menos Tinelli de fondo. Podía mirarlo en los espejos tal como era, un cuerpo sobre su propio cuerpo y algún murmullo, frases inconclusas, otro idioma, uno desconocido pero con el que se entendían a la perfección. El escenario ideal para ella, el dueño del circo en medio de la pista domando a una trapecista demencial a la que le gusta hamacarse en su mente: la de él. Cuando terminan de hacer el amor él la sopla como a una pluma. Sopla su espalda, su cuello, sopla sus manos. Tiene un aliento cálido y fresco al mismo tiempo. “Así deben soplar los ángeles”, piensa ella a pesar de que nunca creyó en ellos.
-        ¿Tenés sed?
Vuelven sobre sus pasos. Más allá la persiana metálica de un extremo al otro, altísima, un inmenso telón. Agua saborizada. Ahora sí. Salgamos.
El atraviesa la puerta después de ella, tiene un bolso en la mano que parece pesado o es que tal vez él está demasiado liviano. Recita el número de la alarma mientras la recorre en el teclado, como si quisiera que ella la recordara. 1… 4… 23… No logra retener los demás números ni le interesan. Ella no quiere saber cómo se entra a esa isla cuando él no está.
-        Nos vemos.
-        Dale.
Se suben cada uno a su auto. La noche está más noche que antes y el corredor oscuro la devuelve a su casa. No prende ninguna luz y fuma en silencio. No piensa en nada. A las dos de la mañana y por el quinto cigarrillo un pájaro se refugia en el parapeto de la ventana, por detrás pasa la sombra de un gato enorme. “Por favor, que no lo vea, que no lo mate”. Quiere avisarle al pájaro, distraer al gato pero si se moviera podría asustar al ave, traicionar su presencia. Se queda quieta, pasan varios minutos, el cigarrillo se consume entre sus dedos, deja que se apague solo. El pájaro levanta vuelo y la deja sola en la ventana.
Le dan ganas de llorar.
Pero no llora.