viernes, 11 de febrero de 2011

Editorial

Este blog cumple hoy un mes de vida y para sorpresa de todos los que hemos ido dando forma a Fatale, ha contado con más de seis mil visitas.

Para comenzar a pergeñar este editorial, quiero contaros que aún me sigue persiguiendo el fantasma del papel impreso. Por un lado porque he de reconocer que añoro esa fragancia a tinta recién impresa sobre papel cuché, similar al aroma dulce que te visita desde una panadería cuando, en el amanecer, el insomnio veta algunos sentidos. Y por otro lado me siento feliz, porque dicho insomnio no viene provocado por la espada de Damocles que llena de inquietud a todo el que se aventura en un proyecto editorial: ¿Cómo voy hacer para imprimir el próximo número sin endeudarme aún más?

Liberado de dichas preocupaciones, disfruto del intercambio de ideas y trabajos que proporcionan todos los que hacemos este blog. No hay nada más reconfortante para quienes intentamos construir un espacio creativo que verlo poblarse de formas tan variadas bajo una consigna común, en este inicio, el erotismo. Es una sensación parecida a la de ir de viaje hacia un destino y dejarse llevar por las experiencia que nos propone el viaje, pasar de soslayo por el emblemático monumento, visto en imágenes hasta la saciedad y regalarnos el tiempo en la taberna menos visitadas por los turistas, pero por donde corren las anécdotas mas canallas que erigieron el verdadero carácter del lugar que visitamos.


El erotismo es chispa, nos relaja, nos hace divertir, nos emociona, nos informa, despunta nuestro perfil más atrevido, e igual que esos monumentos de varios siglos atrás, no es sólo lo que caracteriza el lugar que visitamos. El erotismo no es sólo pura sensualidad sexual, y ya puesto a metaforizar, lo que intento decir es que, prefiero también meterme en la taberna más canalla del aposento erótico. Porque el erotismo no es sólo la exposición de unos pechos de suma belleza o de un redondeado trasero perfectamente torneado, el erotismo es placer y a su vez divertimento, y ese mismo placer lo podemos encontrar en una sonrisa, en un cuento, en una protesta, en un chiste ingenioso y cómo no, en un bello cuerpo dibujado o fotografiado con maestría y estilo.


Pronto, Fatale Magazine pasará a ser una página web, pero mi deseo es que este blog siga funcionando al mismo tiempo. El formato de una revista en papel me atrae, me subyuga y la web intentará ser fiel a ese formato, aunque hoy sea sobre el soporte luminoso de la pantalla de un ordenador y no sobre suaves hojas de papel que con deleite vamos pasando con nuestros dedos mientras el resto de nuestros sentidos disfruta con todo aquello que nos atrae, que nos hace sentir ese erotismo atrevido, ingenioso y a veces reflexivo.


Cada mes intentaremos que un número de Fatale Magazine en PDF esté disponible para que lo puedas disfrutar como si del formato de antaño se tratara, y para que también puedas compartirlo con los amigos y conocidos. Y quiero que este editorial sea una especie de declaración de la línea que intentará marcarse Fatale, donde todo aquello que nos proporciona placer y divertimento intelectual y físico tenga cabida y donde todos podáis tener vuestro lugar de encuentro, a la vez que un espacio donde poder también colaborar con este proyecto, si como yo, queréis compartir con los demás esa idea que surge de vuestra mente con letras atrevidas y con esa chispa que nos erotice, que nos haga disfrutar, sonreír o incluso a veces, reflexionar. Fatale Magazine está abierta a todos, es de todos, es para todos.


Estoy muy agradecido a este formato que la herramienta cibernética pone a nuestro alcance, pero como he comentado antes, no quiero dejar de lado mi amor (y acaso mi formación) al clásico medio grafico, a ese amor ahora convertido en resaca de biblioteca que nos resistimos a tirar por más que un PDF minimice el espacio. Por eso, cuanto más avancemos, más reminiscencias a una revista respirara Fatale. Esta segunda editorial, al cabo de un mes, incluso con la que fue su portada en papel, bien quiere retratar la idea, eso sí, aunque tengamos que imaginar el aroma a tinta recién impresa sobre papel cuché y Fatele Magazine ya no se llene de polvo en los estantes de una biblioteca.


Andrés Casabona


martes, 8 de febrero de 2011

Sexy



Diseño: Aixa

Erotismo gastronómico

Aúllan las lobas y las mujeres menstrúan, todas, absolutamente todas menstrúan cuando en el cielo negro la redonda figura pasea oronda su contundente plenitud.
Son las 11 de la noche y apetece comer ancas de rana de primer plato, a la vinagreta, con vino blanco suave y queso caliente... camino por el Borne y encuentro el lugar indicado.
Es un rincón acogedor, vieja cantina decorada con materiales modernos que parecen viejos. Mucha madera, chapa de cinc, ladrillo a la vista. No hay mucha gente y la música ¡gracias al cielo! suena suave. 
Me atienden con solicitud. La camarera tiene un aire a Adriana Gil con un gesto de inocencia un poco mas pronunciado. Hubiera preferido una mujer mas madura, tal vez con ese rostro en que las arrugas son el exponente de una experiencia difícil, pero que conserva el frescor de haber sido apasionada y triunfalmente vivida.
Después de las ancas, un plato adecuado a la luna llena: perdiz roja estofada, una pizca de picante y regada con un buen tinto de rioja ( viña Tondonia 3er año). De postre...un “bourbon” y una caminata que empieza en el Arco del triunfo y termina en el puerto.
He decidido que esta noche el placer debe ser acorde a la cena... solitario y desbordante. Frente al mar, lejos del bullicio del Maremagnun, en las escaleras de amarre de las “golondrinas” y cara a cara con la reina de los poetas, me masturbo.
Siento la calidez de la luz de la luna en mis testículos ( que es como sentirla en el alma pero mas fuerte) y mi mano se transforma en una mano ajena, pálida y sólida, femenina, experta y dominante, que sabe conducirme al éxtasis con la sabiduría de una cortesana. 
El orgasmo llega de súbito y escupo al mar, como premio a mi osadía y me corono “Gran pirata del Mediterráneo”, imitando a los valientes marineros que después de cruzar el Cabo de Hornos por primera vez, se condecoran con el primer pendiente en sus rudas orejas y juramentan solemnemente no dejar subir mujeres a sus barcos.
Tiemblo de los pies a la cabeza.
Me mantengo en posición altiva, con las piernas abiertas, de pie, desafiando a esa musa incontrolable que perturba los sentidos y escucho a mi corazón latir apresuradamente.
La madrugada es la hora de los borrachos, los suicidas y los locos... como soy las tres cosas, regreso al centro de la ciudad y en la calle Santa Mónica busco a “La Paqui”, me la llevo de tascas y en un portal la magreo mientras me bajo los pantalones y se la meto por el culo como a ella le gusta, haciendo caso omiso de ese ridículo apéndice que aun no ha sido capaz de amputarse y que se pone duro contra su voluntad.
- “Todos los hombres me pagan para que se la meta”- me confiesa- “solo tu eres un macho de verdad”.
La insulto, le pego, le hago daño, la desgarro...estoy desbordado de alcohol y no puedo parar. No se lo que hago.
Con suma paciencia ella saca de mi bolsillo el dinero y se lo guarda en las tetas...- “Me gustas mamón, me gustas mucho, pero te estas haciendo viejo”.
Con la bragueta abierta y tambaleante intento parar un taxi. El capullo me muestra el dedo medio enhiesto y paso de malos rollos.
Duermo en una pensión donde me conocen y antes de caer desmayado en la cama, observo que desde la ventana, la luna llena se ríe y me guiña un ojo, estaré tan borracho que escudo una voz dulce al oído que me dice... “que descanses Abuelo, que descanses”...¡Es el reposo del guerrero!

Lelan de Leli  

lunes, 7 de febrero de 2011

Manuel Salvador

"El morbo y las fantasías de ver una imagen seductora entre lúgubres luces y sombras incitan a abrir pequeñas puertas de la cabeza, que están muy escondidas en cada persona y cuando esas puertas se abren, ayudan a redescubrirse uno mismo"

Manuel Salvador nació en Sevilla en 1977. Comenzó a dedicarse plenamente a la imagen en 2007, desde que terminó sus estudios de fotografía, colaborando para revistas como Bedeseme. Durante un tiempo ha estado haciendo carteles y flayers de discotecas góticas de Madrid como el 666 Gothic Club, para publicidad de fiestas temáticas organizadas por Sevilla Gothic en la sala Q y para la desaparecida tienda de ropa gótica Nebelzeit. Tuvo su primer contacto con la moda en la agencia Doble RR, donde realizó algunos trabajos. Actualmente esta inmerso en varios trabajos personales tanto fotográficos como de vídeo y preparando web oficial.

manuelsalvadorfotos@gmail.com







martes, 1 de febrero de 2011

Nociones Intimas ( Crónica real de un bis a bis en una cárcel Argentina)

El punto de vista del encarcelado

Les pido por un momento que se pongan en mi lugar, que no les va a ser difícil, y se imaginen el colmo del antierotismo.

Estos pueden ser variados y con una infinidad de matices. Pero ahora imagínense que quedan de lado las mujeres que no nos gustan, las situaciones indeseables, y solo queda la imposibilidad burocrática de fornicar. La necesidad de una aprobación indeseada para poder dejar de besar con fruición a la mujer que nos gusta para pasar a cojerla con devoción: eso es lo que ocurre cuando estás privado de la libertad.

Necesitas que te autoricen a poder introducir un pene en una vagina y moverlo con la velocidad con que un colibrí bate las alas, si te lo permite el estado físico. Pero uno siempre se agita con la velocidad máxima que nos permite nuestro estado físico, y no siempre está autorizado por la autoridad social o penitenciaria en este caso.

Este tormento que acabo de narrar se manifiesta cuando uno está preso y tiene que aguardar el turno para que le concedan las visitas higiénicas; que de profilácticas solo tienen el apelativo, ya que se efectúan en lugares que de limpios solo mantienen el nombre y el mantenimiento que le dan los propios internos; y solo se dan después de una serie infinita de trámites esponjosos y retóricos. ¡Qué más que dos que se desean amar para otorgar un permiso de cama!

Encontrar en esta situación, sobre todo la primera vez, el paliativo para la angustia y la desazón que permita una erección digna y una lubricación complaciente, es tarea de humanos. Esto quiere decir de una especie culposa y psicológica sumamente adaptable y versátil; es decir, repito, el humano.

¿Cómo me pude calentar la primera vez que ingresé a ese cubículo, receptáculo, habitáculo; todas palabras que finalizan en culo pero que carecen de su significante erótico? No lo puedo explicar con claridad. Pero besar en el infierno el culo de Dios es sumamente agradable.

A partir de ahí solo les pido que se pongan en mi lugar. Si lo logran en dos minutos van a estar con la pija parada, o la concha mojada (por favor, entiendan el argentinismo). Para que se sitúen les voy a contar el paso a paso de la contienda. A uno le fijan una fecha y hora inamovible.

Tantos los componentes afectivos en esa situación que se tornan melosos para un ciudadano común y acaso escaseen lo detalles pornográficos. Pero, claro, a un ciudadano común no le fijan fecha y hora para un encuentro amoroso. Por lo tanto uno debe estar caliente ese día y esa hora. So amenaza de pasar quince días para el próximo encuentro. Recuerdo mi primer visita íntima un día domingo.

La primer hora fue de abrazos e intimidad por el tiempo arrebatado. Caricias, abrazos, besos en la mejilla a medio vestir y tratar de convencer a mi mujer que el gordo marcial que nos había encerrado no nos espiaba por la mirilla del receptáculo, cubículo, habitáculo, y estos van a ser todos los apelativos que use para describir ese lugar, ya que no encuentro otro menos frío, quizás gabinete, pero tiene tantas connotaciones saunescas que prefiero descartarlo. Después de esa primea hora mandó el cuerpo, y pude, con palabras y no con besos, erotizar las luces fluorescentes del ----culo.

Trazar con la imaginación un velo de color lila en todo el lugar e imaginar que nuevamente nos amábamos como en casa. Después de todo las tetas siguen siendo tetas, y un flujo suculento le puede hacer parar la pija aún a un preso, es una comparación valida en este caso.

Recuerdo claramente el momento de meterme nuevamente dentro de mi mujer, y una vez más tener la incerteza de si el placer de ella al sentirse penetrada es comparable al placer masculino de penetrar, aunque ambos sexos afirmen que es así, como afirman que un dolor de huevos es igual a uno de ovarios y que el peso de los testículos es similar al de las tetas. Se lleva pero no se siente...

Dudo de que sea igual, pero es tan misteriosa la comparación que quizá ahí radique su magnificencia y misterio. De una forma o de otra alcancé un placer supremo tal, que una vez que acabé me tiré a su lado y exclamé: “¡Esto es vida!”.

Ella me miró sonriendo como tratando de entender que esa relación anormal bajo esas condiciones anormales fueran motivo de una exclamación y afirmación de certezas ontológicas. Pero si en la mierda te encontrás una margarita, para mí eso es vida. Y por su sonrisa y predisposición confío en que ella lo entendió de esa manera. Digo esto porque se metió mi pija en la boca y busco coronar por segunda vez.


El Ruso

Nociones Intimas ( Crónica real de un bis a bis en una cárcel Argentina)

Punto de vista de la pareja del encarcelado

No pueden ser más pajeros. Son un asco. Si este piensa que me voy a calentar está loco. Solo tengo ganas de llorar y de abrazarme a la almohada, en un cuarto oscuro y sola.

Mientras pienso todo esto, me están deseando unos diez carceleros que saben que yo vengo a coger, hay uno que me hace bajar la vista; mientras revisa las sábanas que traigo me mira las tetas, me da asco, es gordo y tiene choricitos de transpiración mezclada con mugre alrededor del cuello. Se le debe estar parando.

Miro hacia atrás y hacia delante, y veo una larga fila de mujeres que vienen a lo mismo que yo. En un primer momento pienso que deben ser todas mujeres con el coño y los ojos tan secos como los míos, hasta que descubro en el rostro de más de una, esa expresión de ansiedad satisfecha, que da por sentado que en minutos más va a tener una polla, grande o chica, eso no importa, entre las piernas. Hay un espíritu de aceptación carente de hipocresía en toda la hilera: Somos unas veinte mujeres que venimos todas a fornicar.

Me conducen por un pasillo que quiere dar la impresión de que es un lugar agradable, está pintado con un color crema, lo que estaría bien si no fuera porque fue pintado hace unos cuantos años y porque las paredes están llenas de mocos y tinta, mocos quizás de llanto, la tinta de las huellas digitales que nos toman al ingresar.

Ahí lo traen, está flaco, hace tres meses que no veo su cuerpo, ¿me seguirá gustando? ¿Será su pija como me acordaba? Más ancha en el centro, con su gusto a piel guardada y las gotitas de semen que afloran urgentes cuando se la chupo. Ahora me abraza y a mi se me escapa una lágrima junto al beso, cuando lo abrazo siento su olor: Está recién bañado y está comiendo un caramelo de menta. Nos hacen pasar a una habitación con una cama en el centro y una ducha y un inodoro tras un parecita. Toda una suite. Me abraza y me desmorono, estallo en lágrimas insecables. No voy a poder acostarme con él en ese colchón, es peor que el de los hoteles de paso. Las paredes están tatuadas con los cientos de nombres que han derramado sus humores en ese mismo colchón finito en el que pienso que nunca voy a poder acostarme, y el aire que respira él es el que me falta a mí. Después de unos minutos aquí, solo se respira un oxígeno de tumba. Durante unos segundos imagino que va a ser como estar cogiendo en las bóvedas de un cementerio antiguo y abandonado.

Me envuelve y me mima. Tendemos la cama y nos acostamos a llorar abrazados. Ahora que lo miro, como está mucho más flaco pareciera que tiene el pene más grande, se lo digo, se ríe y me contesta tomándoselo desde la base, haciendo que fluya sangre a la cabeza que se va hinchando y brilla.

Me mete la lengua en la boca, siento el gusto de su saliva, su viscosidad familiar y me relajo un poco, aunque no creo que me vaya a calentar. En este lugar de mierda va a ser casi imposible tener una relación normal. Me mira a los ojos y me meto en ellos, lo beso, ahora yo le meto la lengua y me apiado de él, aunque sea le voy a hacer una paja; Le agarro la pija y siento como late a medida que lo pajeo, siento sus dedos alrededor de los pezones, cada vez me masajea con más fuerza los pechos, siento que se va, abandona mi boca para chuparme las tetas.

Cuando me mordisquea mi pezón más sensible siento una sensación casi olvidada con él, solo cuando me masturbo siento esto, me vibra el pubis y sé que se va acercando a mi clítoris, no lo puedo creer, me había olvidado lo hermoso que es sentir el ida y vuelta de su lengua a lo largo de mi comando supremo, tan olvidado por lo hombres y tan glorificado por nosotras; Es como si mi clítoris midiera un metro, y él deslizara la lengua a paso de caracol, me estoy empapando y ahora se la quiero chupar yo, lo traigo hasta que tengo su pija frente a mi boca, lo encierro y saboreo casi al fondo de mi lengua una gota riquísima.

Ya no pienso en nada más que en coger, los dos ya estamos gimiendo y no veo la hora de que se me suba encima y me coja fuerte. Parece que me oye los pensamientos, porque separa su boca de mi concha y yo despego la mía de su verga, y ahora si, me la mete y me arranca un gemido y lo miro a los ojos nuevamente y ya no me meto en ellos como recién, ahora se están mirando dos animales calientes que no tienen tiempo de meterse en los ojos del otro, ya que para lo único que quieren usar los ojos es para mirar como el otro esta siendo fornicado por uno, como el otro goza, y eso hace mi gozo.

Y nos seguimos mirando y cada vez se mueve más rápido y más fuerte, y me empiezan a temblar los labios vaginales, siento como si una piedra cayera al agua y los circulitos que va formando ahora se estuvieran desplazando dentro mío, y ahora... y ahora perdónenme, los dejo. Voy a acabar.

Simona Tucena

domingo, 30 de enero de 2011

Trilogía playera: Al mar



A la playa llega siempre primero el hombre cargado, y de diez a veinte metros atrás, su mujer con el cuello erguido y monitoreando. Puede llevar la pelota de fútbol, mientras no haya otro elemento de menor peso especifico y forma tan perfecta. Novia, amante o madre cuentan igual. Con o sin chicos hoy los roles se mantienen, y hasta le suman una sombrilla y la responsabilidad de funcionamiento seguro de la misma, al hombre que para ese momento ya decidió dónde será el descanso. De todas maneras, busca la mirada monitor esperando aprobación. Puede tener el visto bueno o no, modificar las coordinadas o no; su día no va a depender de eso.

Estar solo en la playa debería ser un pase libre para coger. Hacer el amor sin más memoria que la corporal. Satisfacer y satisfacerse, con alguno de esos cuerpos desnudos. El traje de baño, más precisamente la bikini y sus derivados, son lo mismo que la desnudes. Elegir o ser elegido, ya es parte de una medición astral. Lo que si, nadie, pero nadie debería quedarse o dejar con las ganas, en la playa. Bueno, y en las playas nudistas que se precien de tal, debería haber reglamentación clara acerca de este tema. Al final de cuentas, parece que el Sol es quien se las garcha a todas (o todos). Y las atiende por horas y les da duro. Y se ponen cremas para soportar o potenciar esta relación.

GSTV - Las Gaviotas, Villa Gesell, Buenos Aires-ARGENTINA /// 7 de Diciembre 2006.

Ilustración:LU+6 

Trilogía playera: El pajar



A la paja se llega por varios lados. No contamos las excusas, por supuesto. Esta la paja estabilizadora, la "para bajar", la del olvido, la recreativa, y la "me quiero mucho yo". Son todas muy distintas aunque algunas compartan visiones y enfoques. Y mayormente todas terminan igual. Pero sin duda, la última de estas, también conocida como "la autogestión", persigue un objetivo sublime y más aún comparándola con las demás. La paja que estabiliza los niveles, es una necesidad, tiene precisión quirúrgica. Si tenés que "bajar a pajas", estamos hablando de un recurso efectivo pero recurso. La del olvido es recomendable para sacarse de la cabeza, o evitar, histerias ajenas; sin embargo, no se encuentran investigaciones serias sobre los efectos colaterales a un mediano y largo plazo. La recreativa, paja pasajera, no deja una sensación sostenible de logro, más bien posterga la necesidad de salir a ponerla. La autogestión es La Paja, madre de todas las pajas. Aunque más común entre las mujeres, esta paja, y como todo lo bueno, tiene una contraindicación: “Llegar a lugares donde nadie más podrá”. Sin duda esto funciona tanto como desafío, como aprendizaje. Tal vez los puristas del género onanista, la consideren como la única paja de todas las pajas. Allá ellos, sé que es irremplazable por el accionar del otro/mismo sexo, pero no se, hoy me duele la cabeza.

GSTV - Las Gaviotas, Villa Gesell, Buenos Aires-ARGENTINA /// 7 de Diciembre2006.

Ilustración:LU+6

Trilogía playera: La caza



Buscar un objetivo sexual en poco tiempo es una tarea especial. Para aumentar las posibilidades de éxito, se recomienda pegarse al cliché (éxito y cliché son 2 palabras que por algo suenan parecido). Lástima que en 3 días no adelgazas lo que dice el cliché. Uno menos. Tener una valija con vestuarios varios como para insertarse exitosamente en algún rubro playero, es un tema de planeamiento sofisticado. Cliché de “pertenecer”: out. El escritor/filósofo solitario requiere una repetición de escenario, para ser efectivo. Eso aburre. Lo mismo pasa con el ejecutivo con celular que camina en círculo de un radio visible. Aburre e implican muchas horas haciendo de antena de frecuencias con consecuencias inciertas. Músico puede ser. Depende el target ligas un baño o no; siempre y cuando aceptes comprimir la música a un grito de celo constante. Quienes no tocan instrumentos pueden bajar la ventanilla y subir el volumen del set de temas para niñas. Perder el oído por tener un auto, no es una buena ecuación, menos por tan poco tiempo de goce. Ahora, si lo que piensan es pagar, tal vez la suma no sea tanta en relación a la necesidad. ¡Feliz día de la Virgen!

GSTV - Las Gaviotas, Villa Gesell, Buenos Aires-ARGENTINA /// 8 de Diciembre 2006.
Ilustración: LU+6

miércoles, 19 de enero de 2011

Erotismo gastrónomico

Dos orgasmos diarios, a veces tres.
Es mi cuota de adicto al erotismo cotidiano: sensualidad, perversidad, imaginación, pasión, asombro.
El primero... a la hora en que, generalmente, los bienpensantes duermen la siesta (tres de la tarde).
El segundo por la noche, y, el tercero (que aunque esporádico es bastante asiduo) de madrugada, al despuntar el alba, siempre solitario.
Despertar es una ardua tarea para quien se masturba a la hora del desayuno de los campesinos... Pero retener el semen con ciertos ejercicios de respiración y eyacular después, casi al mismo tiempo en que se dispara el pitido de la cafetera, es un rito sólo para indicados:

    “Café amargo
     Jamón con piña
     Tostadas con miel
     Y un toquecito de whisky para controlar la reseca”

Es todo lo que necesita un hombre como yo: cincuentón, fornido, dentadura sana y esperma urgente (como dice cierta canción sudamericana)
A las 15 horas en punto, aterrizo en mi restaurante preferido. Antes (media hora antes) me comí una docena de ostras en La Boquería, con una copa de cava (Recadero brut nature).
El maître me conoce, y cierta complicidad natural nos permite relacionarnos con la sensualidad de los acólitos en las iglesias. Me saluda, me sonríe, me separa la silla, me entrega la carta... y envía a Luisa, la camarera más atractiva, a servirme una copa de vino blanco chileno: fresco, seco, delicioso (bodega Barón de Rothchild). Esos inmensos ojos verdes y los senos exuberantes me turban lo suficiente como para que el vino cumpla con creces su función: así comienza el rito.
El primer plato es un marisco suave y carnoso (bocas), y mientras lo chupo y lo saboreo imagino los labios de Luisa en mis labios, su lengua cosquillándome en el paladar, como las burbujas de un buen champán.
Mi temperatura corporal sube, mi entrepierna se alborota...
El segundo plato es toda una declaración de principios (sexuales, por supuesto). Rojo, redondo, abundante, crudo... el solomillo palpita sobre una base de pan tostado, y, al abrirlo, como una vulva de mujer generosa, se desparrama en jugo, invitando al amante a poseerlo con voracidad, casi con violencia.
Mis calzoncillos están mojados, y el orgasmo fue tan intenso que me obligo a inclinarme hacia delante. A cruzar las piernas. A sostener el vino de uva Malbec (intenso, con sabor a madera y sándalo) con ambas manos, como asiéndome a una tabla de salvación.
El maître  sonrió. Luisa vino a mi ayuda. Al retirarme el plato me rozó, y una cita tácita quedó confirmada. Al final del pasillo, en el retrete de los empleados, su boca incansable me sorbió lo que me quedaba de vida. Fue una muerte súbita y feliz.
Por la noche suelo ser el sacerdote supremo. Y organizo la liturgia en mi propio templo.
Invité a mi sacerdotisa del mediodía a compartir mi segundo chute erótico y apareció puntual. Más desvestida que vestida, con un escote que incitaba a la guerra sin previo aviso.
Quiso ser la cocinera y yo la dejé. Mientras preparaba una suculenta lasaña con su aire de matrona italiana de revista porno. Puede satisfacer una de mis fantasías preferidas: sodomizarla de pie, mientras mis dedos jugueteaban con sus tetas prominentes y sus dedos, en cambio, no alteraban el ritmo de elaboración de la pasta: una capa de masa, una salsa boloñesa, una de bechamel... “¡Dios mío!”, exclamé de pronto. “¡Déjame prolongar este momento...!” Pero, por desgracia, el reloj de la cocina marcó el tiempo exacto...1 minuto, 15 segundos... y se hizo la oscuridad.


Lelan de Lely 

lunes, 17 de enero de 2011

Eric Kroll fotógrafo fetish.


"No me interesan los desnudos ni las fotos bonitas. 
 Me interesan las fotos que te ponen nervioso" 

Nacido en Nueva York, Kroll estudio antropología, pero se dedico primero a la fotografía de prensa y a la enseñanza. Ha colaborado en medios como "Vogue" o "The New York Times" Libros como "Beauty Parade",  "Fetish Girls" (Taschen) o "The Transformations of Gwen" (NBM) han abierto la puerta a toda una nueva generación de fotógrafos y artistas eróticos








viernes, 7 de enero de 2011

Las Señoritas de Avinyó.









Fotos : Adrian Geralnik / Modelo : Jasone

Cuando fuimos 0



Así apareció la idea de Fatale, en una factura de teléfono vencida, mientras la miraba e intentaba ver como la pagaba. Por supuesto intenté llamar a algunos, que luego fueron colaboradores habituales, pero tenía la línea cortada.

“La primera revista erótica de tendencias” fue el lugar que intenté darle, porque de hecho lo era. También me excuse argumentando que me era difícil explicar qué era Fatale (una revista erótica, una revista de tendencia, las dos cosas…) sin caer en la retórica. Hoy puedo decir, por suerte, que me es mucho mas fácil y placentero caer en Fatale que explicar la retórica. También, en ese noviembre de 2004, advertía que no se extrañen si en algún rincón de sus paginas aparecía el cura de la iglesia del barrio iniciando la misa en el nombre del Yo, del Superyó y el Ello ( Amén) o que el padre del psicoanálisis invite a sus fieles a confesarse en su diván, y me preguntaba algo que aun hoy, luego de algunos años, me sigo preguntando ¿hay alguna diferencia?.

Lo cierto es que aquí esta Fatale otra vez, sin la dificultad de editar una revista en papel, y que me supuso alejarme de todos aquellos que tienen algo que decir o enseñar dentro del erotismo, y sobre todo, alejarme de ese entrañable grupo de seguidores que en sus dos números de vida no pararon de alentar el proyecto desde que fuimos 0

Andrés Casabona


Portada Nº 0 Noviembre 2004
Foto: Juan Lafita / Modelo: Sandra G

Relato: Las risas no tienen acento.

Las risas no tienen acento. Uno no puede saber con certeza quién se está riendo a no ser que empañe la risa con alguna declaración rugosa, delatora. Con el llanto es lo mismo.

Aquella noche pringosa intentaba dormirme en aquel cuarto caribeño, que se salvaba de la demolición moral porque quedaba a orillas del cielo líquido. El mismo cuarto en Constitución sería un recinto de amor travisteano y cocainomaníaco. En cambio, como no tenía travestis ni cocaína, intentaba dormir. Me había podrido de ver las olas amenazando con llevarse todo y que se quedara siempre en el amague. En algunos momentos rogaba que todo se transformara en un verdadero Krakatoa. Al notar la falta de determinación del océano, cómplice de la mía, intenté irme a dormir después de tres whiskys y dos porros.

Los hoteles fuera de temporada siempre parecen decadentes, o lo que es mejor: antiguos, anacrónicos. Parecía un antiguo antro lujoso en un país que había tenido su apogeo en la década del treinta y en el que habitaban fantasmas de escritores alcohólicos. En el segundo, decía el encargado, había pernoctado un tal Lowry, días antes que lo vinieran a buscar con una ambulancia después de las denuncias de tres prostitutas. No es que les quisiera pegar, ni mucho menos. Es que en lugar de acostarse con ellas, las desnudaba y las hacía posar como un pintor, pero en vez de pintarlas las escribía a ellas, literalmente. Yo deducía que la anécdota era apócrifa, ya que faltaban un par de botellas de por medio para que la historia tuviera algún asidero. Lo único que me hacía dudar era de donde había sacado el conserje el nombre de culto.

Mientras giraba entre las sábanas, como si estas fueran un chiripa meado y yo un mocoso incomodo, oí como se reía la pareja borracha. Ella, beoda y escandalosa, una mujer que tenía ganas de que algún huésped se asomara a verla, para ella enseguida hacerle un gesto obsceno y así reafirmar su condición de femme fatale. Lo que quedaba por descubrir era si el cuerpo le daba para su papel privado de Gilda. Él, seguro un caballero que intentaba silenciarla entre risas amigas y lúdicas, también iba borracho, pero entre las risas había un handicap de quince años a favor de la damita descocada y veinte a favor del pedrigge etílico del prócer. Escuché los pasos que cortaban la sombra de la rendija de mi cuarto y se detenían enseguida haciendo sonar la llave contra la cerradura, prolegómeno metafórico del futuro más cercano. A esa altura de  la premonición ya me encontraba del todo despierto y con la mano hurgando bajo mi calzoncillo. Era evidente que tenía que destapar mis orejas y  resignarme a vivir el insomnio con placer. Los primeros franeleos no se hicieron esperar, la actitud beligerante de ella se dejaba escuchar ante la pasividad del caballero silente. Después de minutos de escuchar las provocaciones de mi Gilda, siempre de manera oral, o para ser más explicito, con palabras  y silencios también orales, yo esperaba alguna reacción, del muchacho del filme, tanto o más que la chica, pero por lo visto, o mejor dicho por lo oído, el caballero me había defraudado y se encontraba roncando placidamente, y mientras me encontraba con la oreja pegada a la pared y la mano pegada a la pija, imaginé que ella ponía la misma cara que yo cuando deje de masturbarme. Nos transformamos, pared de por medio, en dos desilusionados. Mientras yo iba hasta el baño a refrescarme la cara sentí el portazo y el taconeo que regaba mi puerta. Volví a la cama y ya fue imposible detener el alud de fantasías. No tardé más de diez minutos en vestirme y bajar al bar del hotel. Nunca supe si el bar abrió para la ocasión o permanecía abierto las veinticuatro horas aunque no hubiera clientes. En ese momento éramos  cuatro personas en el hotel: uno durmiendo, seguro soñando con la posesión sexual de alguna ninfa de antaño, y babeando la almohada; otro haciendo el papel de conserje, barman, confidente ocasional y lustra copa de franela; y otros dos jugando a ser románticos de bar sin consuelo. Una ya sentada, con un whisky  pasado de ámbar acariciado sin interés  y con la seguridad de que espera a alguien que sabe que va a venir seguro aunque se retrase; y el otro, yo, simulando que no iba a sentir ningún tipo de vergüenza y asegurándome a mi mismo que debía jugar un papel como si fuera un actor experimentado, sin importar el resultado final. Solo debía divertirme.

Ni bien me acerqué, jugó su rol con minuciosidad y sin alardes de sobreactuación, facilitándome la seducción y poniéndome en el lugar del partenaire, dándole los pies para que ella se luciera. Entendí el pacto que me proponía a los ojos del barman que estaba gastando el vidrio de una copa volviéndola arena. Me miró apenas llegué  y golpeando el taburete que tenía al lado me hizo sentar como un domador a la fiera. Sabía que iba a llegar, pero ¿sabía que había sudado mi oreja contra la pared? ¿todo el tiempo se adelantó a la historia? O quizás eran una pareja swinger y esa era la manera engañosa que utilizaban para atrapar moscas desprevenidas, ya que entre ellos no cabía lugar para la perfidia. Pero todo eso lo pensaba mientras ella insistía, palmeando el falso leopardo que enmascaraba al taburete no demasiado alto para sus piernas blancas, tan blancas como pueden ser las piernas de una  morocha que jamás toma sol. Me senté obediente y tomando un aire de malandra  yanqui pedí un ron “Sin hielo”. La voz me salía justo como no quería que saliera, pero eso lo pensaba yo. Uno nunca se escucha la voz. Es injusto que uno muera escuchando su voz únicamente en mensajes de contestadores automáticos levantados a destiempo, y casi siempre entremezclados con otras voces viriles que siempre nos suenan mejor que la nuestra. El único consuelo es que a los otros galanes les pasa lo mismo, como a nuestras veneradas. La desazón del humano es inherente a su condición de competidor.

A los cinco minutos de hablar trivialidades fue tan directa como puede ser una mujer a la que otro hombre le humedeció la vagina hace veinte minutos. Las pijas se bajan, las conchas no se secan. Hace tiempo un mozo me dijo al verme pasar una oportunidad: “La mina que no te cojes hoy, no te la cojes más”. Si bien esto no es una verdad cabalística, habitualmente se comprueba en nuestros fracasos. ¿Cuántas veces decimos “Pensar que me la podría haber cogido”? Seguro más de las que decimos “Cómo me la cogí”. Cuando pasó el tiempo de comprarse el paraguas, te mojaste.

Así que teniendo como constitución aquella premisa que bandereaban los mozos, no tardé mucho tiempo en volver en líneas rectas las parábolas que venía insinuando la mirada enmarcada por rulos azulados.

El camino hacia mi cuarto estuvo plagado de peajes de besos. Parecía que ninguno de los dos quería avanzar sin lengüetazos indiscriminados. Debe existir un instante del preludio sexual en que es tanta la calentura que no importa por donde viborea la lengua. Basta con sentir un aliento ecuatoriano y una humedad espeleológica. La calentura pasa por una acción simbólica. Alcanza con que se haga algo que espera el otro, si esta bien o mal hecho es lo de menos, la perfección del acto esta dada por nuestra conformidad y nuestra venia para el potencial que alcanza en nuestra fantasía. Si hay voluntad, siempre se besa bien, y todos tenemos voluntad para dar. Un amigo mío lo llamaba actitud. Si hay actitud hay final feliz, o por lo menos hay final.

Me da vergüenza, pensando que soy un escritor, contar como cojimos. Es que ya se ha contado tantas veces, yo mismo lo he hecho tantas veces que sería imposible narrar absolutamente todo lo que hicimos sin caer en el autoplagio. No podría dejar de vilipendiar, palabra también usada por mí para excusarme de ser explicito, al sexo, si contara todo lo que se le ocurra a la sexualidad de un humano. Lo único que voy a detallar, y  porque viene al caso, es que era extremadamente apasionada y gritona. Parecían aullidos de dolor. Solo yo, el mozo y alguien que hubiera visto todo el flirteo previo, sabía que los gemidos, exagerados o no, se debían al fregar genital y no a una contienda conyugal.

Por supuesto, como corresponde a un paranoico en potencia, pensé que después del tercer polvo o exageraba, o quería que se enterase nuestro vecino-marido-cornudo o ¿cómplice?
Ella me tranquilizó. “Es viejito, y cuando bebe, mezclado con las benzodiazepinas (Recuerdo que me sorprendió el termino), duerme, para mí, sin siquiera soñar”. Eso me relajo, después de todo era su... su. Su lo que fuera. Hablaba un castellano distinto al mío, lo que le confería sensualidad extranjera.

Se fue alrededor de las seis de la mañana, dejándome con la piel del prepucio totalmente sedosa y servil, domada y desmañada. Ni siquiera recuerdo bien el último beso.

Mientras me balanceaba en ese aeropuerto que oscila entre el sueño onírico y los vestigios de la realidad escuché unos gritos. Me sobresalté. Era la voz que hasta hacía unos minutos me sugería actividad a mis oídos, pero esta vez impregnada de angustia, de disculpa, y se sumaba otra voz, más grave que no tarde, ni tardara el lector, en adivinar de quien era. La trataba de puta, de meretriz, de buscona y de mil sinónimos de la antiquísima palabra. Parecía que el patricio caballero estuviera recopilando los insultos en vez de destinarlos a causar daño. Escuche ruidos, golpes. Y yo que no me decidía a intervenir. ¿Cuál es el lugar de caballero? ¿defiende  a la dama golpeada o se solidariza con el pobre cornudo y dice a cualquiera le puede tocar? ¿Separa la contienda para que la sangre no llegue a la rendija de su puerta o no interviene asumiendo un papel protagónico de culpable corneador? ¿Qué haría el de la habitación de al lado?

Cuando me decidí a intervenir, para mi alivio, cesaron los ruidos. También me di cuenta que mientras cavilaba y decidía si actuar o no actuar, había dejado de escuchar por lo menos dos o tres minutos. No pasaron diez segundos que sentí la puerta de la habitación de mis vecinos. Temblé. Venía furioso por mi. Debía armarme de valor, o sea despojar el miedo que me paralizaba desde que escuché el primer golpe y que disfracé de duda, aunque era miedo.

Los siguientes instantes fueron tragicómicos. Golpearon a la puerta y casi me meo. El macho cojedor de minutos antes estaba irreconocible. Me mordía los bordes de los dedos. No tenía ni filo para comerme una uña. Me reía de mi, mientras me agachaba para ver por la rendija de la puerta. Quien me estuviera viendo se reiria de la ridiculez  de mi pija colgando, la imagen de mi culo guiñando un ojo, y yo tratando de ver por debajo de la puerta los pies de mi matador. ¿Qué quería saber mirando por debajo de la puerta? ¿Estaba tratando de identificar la talla pédica de mi asesino o intentaba ganar tiempo mientras buscaba estampa de gallardo en algún archivo secreto de mi memoria?. Hacía minutos había chupado unos dedos de pies y mi memoria almacenaba unos pies idénticos a los que se insinuaban bajo la puerta. Era ella. Por el momento estaba salvado.

Abrí la puerta como había pensado que abriría el día que tuviera miedo. Esto era poniendo el pie  sobre el borde inferior de la puerta y balanceando el peso cual si fuera una computadora creada para balancear pesos paranoicos dispuestos a cerrar puertas en segundos, aun a costa de cercenar algún dedo de nuestro presunto enemigo. Pero no había peligro. El alivio se sintió en los pulmones.

Ni bien entró, me tomó de la mano y gimió ayuda. Estaba visto que viboreaba en un problema, y a las pocos segundos de la didáctica explicación, tuve la certeza de estar yo también en un problema.

En síntesis: Se le había ido al humo aprovechándose de su borrachera y lo había ahogado con la majestuosa almohada de goma espuma.
-Me tienes que ayudar... además van a pensar que fuiste tú.- Me miraba fijo, amenazando ayuda.
-¿Y por qué mierda van a pensar que fui yo?
-Porque si no me ayudas  se los voy a decir yo.-Afirmo señalándose con el dedo el pecho, acentuando la o final, fingiendo un mea culpa de misa.


Que ella se refiriera a mi próximo interrogador en plural ya era intimidante. Me la imaginaba declamando ante unos diez policías de pelo prolijo mi culpabilidad, y yo sin poder luchar contra sus pechos petroleros bajo un deshabillé, o como mierda se escriba, raído. Decidí ayudarla más por tedio que por caballerosidad y más por reciprocidad que por miedo. Y me convencí al verla bambolear las caderas mientras íbamos a su habitación. Me sorprendí a mi mismo al no sorprenderme ante el cadáver. Debía ser el quinto o sexto muerto que veía en mi vida, pero el primero recién enviado y al lado del remitente.

Mezclar la sexualidad que a ella se le caía con el trabajo de funebrero que me tocaba desempeñar sin chistar, sería de mal gusto y dudo que enriquezca la narración. O quizá sea una excusa por no poder, debido a la estupefacción que me licuaba, contar con precisión y delicadeza el entierro, realizado con la arena más delicada del lugar, a unos metros del hotel deshabitado.

Por suerte el viejito que hacia a la vez de conserje y gerente se encontraba soñando y ni se mosqueo, aun cuando pasamos con el finado por delante de él, con una excusa preparada por si bizqueaba, y no tuvimos problemas para el funeral. Ella ni siquiera lagrimeaba. Parecía encontrarse ante un acto ensayado y me sorprendió encontrarme en el lugar que no hubiera deseado en la película. Hubiera preferido ser el que da las indicaciones a  la dama que tropieza, y nos pone nerviosos, porque no se saca los tacos altos para correr en el barro. Era todo al revés, era yo el guiado en mi nuevo trabajo de enterrador.

Después del “tramite”, a partir de ese momento lo llamamos tácitamente “tramite”, dormimos juntos, y no me avergüenza decir que estaba pensando en cosas distintas como para concentrarme en repetir la faena de un muchacho distinto que ella había conocido horas antes. No fue un bochorno, fue una puesta en su lugar. Había quedado demostrado que no solo me tenían que guiar en un entierro, sino que después los recuerdos no me permitían repetir antiguas performances.

Desayuné después  de mucho tiempo, debía llenar con medialunas los divertículos abandonados de mi inconsciente corazón. Ella se sonreía como si nada hubiera pasado y el conserje-sereno-mozo (solo le faltaba ser enterrador), miraba las promisorias tetas bajo el vestido famélico mientras servía el café ¿Se imaginaba los pezones como los había saboreado yo? ¿los había saboreado? ¿Sabía que eran gigantescos, una suerte de peñón, y bienhumorados? Era imposible conocer las fantasías del amigo y menos si había sido participe no invitado de la inhumación. Las tetas de Zuleika eran tan distintas a las de un hombre que no podían dejar de calentarme. Si su pezón hubiera tenido unos centímetros menos de diámetro no hubieran sido tan sensuales. No transo dureza por tamaño.

Siento que la historia debería respetar una formula más utilizado en los cuentos, pero quizás este no sea un cuento, y  no hay más historia que la que conté. Al menos para mí es bastante traumático enterrar a un señor que vi por primera vez en mi vida, ya muerto. Para ella era un asunto que parecía haberlo hecho más de una vez. Yo intuía que no era de esa manera. Sus modales de falso desinterés se veían afectados por la situación real: Haber matado a un tipo.

Quitar la vida debe ser mucho peor que ayudar a eliminar el rastro del hecho funesto. No puedo concebir una mente, después de matar, que no esté lista para hacerlo nuevamente, es como el perro que probó sangre o el himano que chupó un genital. Los vicios no se abandonan.

Después de esa mañana no la vi más. Supe poco de ella, excepto que era del lugar, y al cabo de unos años, cuando volví a pararme al pie de los cocoteros, rememorando momentos más lindos que el del funeral, pero en el mismo lugar, se me acerco el mozo-conserje-cómplice-etc. Me dijo que me recordaba. Yo no pude dejar de recordar que un piropo dicho a tiempo por él me hubiera salvado del problema, y que ese mozo, conocía una parte importante de mi vida, que conocía una historia que ni siquiera era mía.


 Ruso 26/04/2001